SIN JUSTICIA, SIN DIOS, NI LEY
POR AMADEO GONZALEZ TRIVIÑO
La realidad social y política que vive el pueblo colombiano, es sui generis, y representa un estadio de cosas de impredecibles consecuencias, por esa forma de ser que no hemos podido superar, cuando no hemos comprendido las diferencias sociales, el respeto a los conceptos de los otros, la defensa de nuestros propios intereses como comunidad y nos hemos dejado llevar por la mezquindad, por el arribismo, por la indiferencia y sobre todo, por el orgullo partidista sin sentido y sin mirar las secuelas verdaderas del entramado que gobierna y direcciona cada movimiento político.
El país se encuentra sumido en una división irreconciliable de odios y de amores. No hemos entendido que la reconciliación es el presupuesto básico sobre el cual hemos de edificar una sociedad más justa e igualitaria. Pueden más los rencores y los odios, que la familiaridad misma, que los acercamientos entre grupos sociales y sin sentido, nos hemos particionado en dos grandes franjas de opinión, donde sin un horizonte claro, sin una perspectiva de un futuro razonable, cada sector se enrostra con dirigentes que hacen y deshacen sus opiniones, como si ellas fueran la única salvación que nos queda.
Los colombianos y los dirigentes políticos, se encuentran distanciados en los postulados de cada uno de los conceptos que deben ser fundamento de la nacionalidad, del fenómeno de la defensa de la patria, de la defensa del territorio y sobre todo, del respeto ciudadano, del respeto a la democracia, como forma de organización y de participación en la administración y en el manejo del poder.
La corrupción y la ausencia de una justicia y de unos funcionarios que dentro de la Administración Pública y Judicial, comprendan el papel que les corresponde en cada uno de sus oficios, como garantes del mantenimiento de los postulados y principios que rigen el gobierno y que implican el reconocimiento y la valoración de los derechos de unos y de otros, han terminado por hacernos comprender que hemos perdido la brújula, que hemos distorsionado por completo las premisas consagradas como principio de organización social y que hacen coro con una redacción hermosa en nuestra Constitución Política colombiana, pero que a la postre, no deja de ser más que mera letra muerta, sin sentido y sin aplicabilidad en el contexto social, político y humano.
Los Jueces de la República que se supone que están instituidos para garantizar la vigencia de los principios universales del debido proceso y ser garantes del derecho de defensa, hoy por hoy, son simples amanuenses de unas normas que interpretan a su amaño, que dilatan innecesariamente la solución de los conflictos, que se enredan en la forma de aplicar las normas y que se quedaron rezagados en el tiempo, en el derecho y en la filosofía de su ministerio.
Todo ello, es consonante entonces con la imposibilidad e inutilidad de cualquier reforma política que se haga, y a la par, con la reforma judicial que tantos intentos han terminado por demostrar que es un principio fallido en un Gobierno de unos pocos, para ellos mismos, mientras que las grandes mayorías, sufren y se enfrentan a la desidia de los administradores públicos del ejecutivo, del legislativo y del aparato judicial, sin entender el abandono en el que se encuentran inmersos.
El país está al garate. No hay justicia, ni para los de ruana, no hay justicia ni administración pública capaz de direccionar la transformaciones sociales que los movimientos ciudadanos exigen y demandan todos los días y que crece, crece, como diría el poeta, crece la audiencia y se dan coro en torno a las escalinatas, toda clase de seres humanos de variadas condiciones humanas, para exigir, para demandar, para incoar un gran proceso que está en mora de iniciar y de desatar, lo que esas comunidades exigen y demandan.
Algunos piensan y tienen toda la razón, ha llegado la hora de la indignidad, ha llegado la hora de pregonar que esta división de conceptos sobre el otro y los otros, debe empezar a desmoronarse para que sobre la base de la convivencia y del apoyo recíproco entre unos y otros, podamos reencontrar la senda de la confraternidad, del respeto y de la solidaridad que hemos olvidado.