Se veía venir
Desde el desmadre de Hugo Chávez, esta creciente se veía venir. Existe un derecho que se impone más allá de escrituras y monsergas: la necesidad de sobrevivir. Somos criaturas instintivas y territoriales, vulnerables y libertarias como todos los animales del planeta. Cuando el reclamo primario no obtiene respuesta, se dispara.
El enrarecimiento progresivo de la atmósfera venezolana empieza a dar sus amargos frutos. Un régimen autocrático e incoherente dio al traste con lo construido a lo largo de más de cuarenta años de democracia abonada con buenas, regulares y a veces torcidas intenciones (como suele suceder). Después de larga gesta dictatorial, el pensamiento civilista se impuso en un proceso doloroso y heroico. Hombres y mujeres de nuevo cuño escribían la historia; el respeto por la idea aun antagónica, empezó a tomar forma y un pensamiento más ingenuo que pragmático, sentó sus bases en la nueva república.
Fueron más de cuarenta años adeco-copeyanos durante los cuales el potro chúcaro aprendió a galopar pero el estancamiento social, característica de todo régimen decadente, apareció entre la desaprensión de una sociedad en permanente olor de adolescencia. Entonces el pueblo, siempre amnésico y esperanzado, le abrió las puertas de Miraflores a mi coronel Hugo Chávez Frías y con él a un zarpazo de ignorancia y venalidad directamente proporcionales al enquistamiento cubano hasta en las vísceras constitucionales, cohonestado por el Presidente de la República, con la humillación y el desconcierto que semejante atrocidad entraña para los nacionales. Lo demás es conocido a medias en el exterior y padecido a fondo puertas adentro.
Desde el 12 de febrero hierve Venezuela. En los fronterizos estados de Mérida y el Táchira surgieron las primeras protestas estudiantiles -desencadenadas por el intento de violación de una estudiante de la Universidad de los Andes- como catalizadoras del desamparo y la impotencia colectivos ante la constatación del vendaval que representa el hombre uniformado cuando trasciende con autoridad las puertas del cuartel. El desconocimiento de elementales reglas de convivencia y una burda concepción de lo que significa ser depositario del destino de un país inconsciente de su responsabilidad como ductor económico en la región, aparecieron entre arengas vociferantes y orgías populistas. Un vendaval de corrupción e ineptitud destruyó los poderes públicos, el lenguaje se degradó, el insulto adquirió color político y hasta carta de nacionalidad. Todo se ferió, se regaló, se trocó. Empresa y propiedad privadas se convirtieron en blanco favorito de un resentimiento social desconocido hasta entonces polarizando hasta extremos inconcebibles el pensamiento y la acción. Hasta PDVSA y la otrora floreciente industria del metal, se secaron y Venezuela, meta de las aspiraciones del mundo, se convirtió en un territorio de emigrantes sin siquiera tiempo para recordar.