Sangre
Al grito de ¡Cobardes! ¡Den la cara! el presidente Nicolás Maduro convoca al “diálogo”. Sangre joven e impetuosa, anega calles, plazas, avenidas bajo unas ráfaga de balas que tienen el color de la miseria y el terror.
Caracas, Valencia, Barquisimeto, Mérida, San Cristóbal con sus muchachos estudiantes, sus “chamos” valerosos, sus combatientes de franela y bluyín, de rostro casi infantil, de vida que recién empieza. Hoy como hace casi ochenta años, durante la satrapía de Juan Vicente Gómez, los estudiantes son la única presencia que reivindica la libertad en ese país de paradojas y heroísmos. Afortunadamente las redes sociales presentan a un mundo que oscila entre la indiferencia y los intereses del mercado, lo que sucede ahí en toda su descarnada realidad. Una historia alucinante que bien podría suceder en un país carente de identidad política y recursos económicos, irrumpe, como un remanente de situaciones que se creían superadas, en uno de los territorios más ricos del continente. La proverbial ingenuidad del venezolano, lo llevó a ungir con la banda presidencial a un militar tropero. Un sicópata quizá animado de un sentido de equidad social sin el necesario soporte político. Un aventurero guasón y lenguaraz venido de las polvaredas de Sabaneta, ducho en el amaño y el zarpazo, soez e inescrupuloso, dotado del encanto que poseen las personalidades acomodaticias y primitivas.
Fue un ejemplo de líder tropical insustituible. Después de drenar frustraciones ancestrales durante cuatro o cinco horas de verborrea delirante, bailando joropo, cantando con los ojos cerrados y la mano en el pecho el Alma Llanera, de besar a los niños piojosos y desamparados, a las mujeres de alpargata y batea, a los hombres curtidos en mil humillaciones y olvidos, de mezclar como en una pintoresca ensalada a Bolívar, Nietzche, Borges, Alí Primera, el indio Guaicaipuro, el doctor José Gregorio Hernández o la india María Lionza; de invocar espíritus protectores y deidades indígenas o africanas, sin desmayar, sin siquiera ausentarse para cumplir con necesidades fisiológicas impostergables, de no comer, de no beber, de agotar todo lo concebible en la resistencia física o las flaquezas propias de la armazón humana, se retiraba intacto. Entonces, ya disipada la neblina hipnótica, más de uno se preguntaba: ¿Qué dijo el comandante?. Más allá de ese halo mesiánico que lo hacía tan similar a alucinados como Uribe, sin el trasfondo de los Samperes, Pastranas, Santos, Turbayes y demás camaleones que en Colombia han sido, fue un fenómeno telúrico. Ídolo de un pueblo ansioso de “siquiera un centavito de felicidad”, como dice la canción, explotó con una habilidad no exenta de olfato y garras ese filón hasta entonces virgen. Nadie como Hugo Chávez ha calado tan hondo en la desventura y la esperanza de las masas populares. Nadie como él llegó tan cerca del corazón adolorido de Venezuela pero también ninguno de los administradores de ese rico territorio, exhibió tan perversa habilidad para descuartizarlo y convertir su pujante y prometedora economía en la temerosa anciana que hoy solo infunde lástima en cualquier analista político o económico que se tome el trabajo de revisar con seriedad su historia reciente. Se fue joven, poderoso, inmensamente rico. Fue el administrador más inescrupuloso, el ladrón de cuello blanco más exitoso, el conductor más arbitrario que ha tenido Venezuela en toda su historia. Desapareció cuando el barco se hundía dejando la vajilla astillada y regada por el suelo. Mediante un discurso incendiario, le cabe la criminal autoría de la polarización de su pueblo que hoy, ubicado en dos orillas irreconciliables, sufre por igual desabastecimiento nunca visto, violencia inenarrable, inflación que supera todo cálculo.
El golpe contra la institucionalidad fue su profesión durante muchos años. Deformó y profanó la identidad de un pueblo orgulloso de su gentilicio y su trayectoria histórica hipotecándolo económica, administrativa y militarme a un gobierno en ocaso como el cubano permitiendo que su bandera ondee con la de Venezuela en los cuarteles venezolanos y sus mercenarios humillen y usufructúen impunemente pueblo, instituciones, símbolos patrios, fibra venezolana pura e intocable.
No sé en qué escampadero terminará este grito de un pueblo que se muere ante la mirada indiferente o cómplice de sus hermanos latinoamericanos. A Maduro solo vale la pena mencionarlo como el heredero de este galimatías. Es un hombre ignorante, desprovisto del olfato ladino de su antecesor, desvalido e irrespetado por civiles y militares, que tiembla presa de las circunstancias creadas, durante casi quince años de rapiña y desaciertos, por el comandante Hugo Rafael Chávez Frías.