Por verdadera democracia (I)
Después de haber realizado importante tarea de destacar el magistral mensaje del Papa Juan Pablo II en su Encíclica “El Evangelio de la vida”, y ante la coyuntura histórica que vivimos en Colombia, estimo conveniente acercarnos, hoy, a los principios cristianos sobre el tema: “compromiso cristiano frente a la democracia”.
Es de destacar que este punto álgido quedó bien definido por el sapientísimo Jesús de Nazaret en su respuesta a capciosa pregunta, al señalar como criterio, para quien quiera obrar con rectitud: “Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” (Mt. 20,22).
Toda sociedad que quiera subsistir requiere una autoridad que la dirija, autoridad que tiene como base el acuerdo ponderado de sus gentes, que han de buscar el bien común basado en sentido de justicia, dentro del comportamiento honesto de ciudadanos que tienen derechos y deberes reconocidos y acatados. Nadie que tenga un mínimo de sentido común va a ser defensor de la anarquía. Es indispensable que haya leyes y personas custodias de un orden que es requerido por Dios, ordenador supremo, quien es “fuente de toda autoridad” (Rom. 13,1).
A propósito dice la enseñanza de los Obispos de todo el orbe, en documento del Concilio Vaticano II: “Es evidente que la comunidad política, y la autoridad pública, se fundan en la naturaleza humana, y, por lo mismo, pertenecen al orden establecido por Dios, aun cuando la determinación del régimen político y designación de los gobernante se dejen a la libre designación de los ciudadanos” (Const. “Alegría y Esperanza” n.74).
“La voz del pueblo es la voz de Dios”, se ha dicho, y acatarla será autentica democracia. Pero esa voz no significa “algarabía” o frenética vociferación. Es de tener en cuenta que en países civilizados se ha llegado a tener leyes y Constituciones dadas por personas que han recibido designación en ordenados sistemas de elección, y, entonces, lo por ellos establecido es “voz del pueblo” que ha de ser acatada, y no cabe desobediencia a base de protestas con vociferaciones de turbas conquistadas con engañosos ofrecimientos. La elección, también, de gobernantes tiene sus reglas para que no sea el fruto de engaños, halagos o triste compra de votos y conciencias. (Continuará.)