Para no tragar entero
En estos tiempos tan recargados de noticias, de publicidad, de datos y mensajes que aturden buena parte de nuestros sentidos quitándonos cada vez más la posibilidad de detenernos y reflexionar muy dentro de nosotros mismos,
llegan propicios estos días de cuaresma en donde la Iglesia Católica nos convida a la abstinencia material para extender la mano y ayudar a cubrir la desnudez y el vacío estomacal de muchos seres desposeídos.
Esta carrera consumista en la que andamos más preocupados en “tener” que en “seleccionar”, es posible frenarla tomando decisiones más sensatas y solidarias para resistirnos a seguir cayendo en la adquisición irreflexiva e ilimitada de bienes y servicios en que nos tiene atrapados una economía globalizada para el engorde de las grandes compañías que penetran con sus tentáculos publicitarios todas las dimensiones de nuestra vida social. La publicidad y propaganda impertinente de estos dominadores del mercado no buscan persuadir al consumidor sino dominarlo y manipularlo con técnicas subliminales y repetitivas que a la postre conducen a la adquisición y acumulación de bienes dentro del círculo vicioso de usar, desechar y comprar de nuevo.
En medio de un territorio todavía rico en variedad alimentaria, ¿por qué apilar en los carritos del supermercado bebidas oscuras y gasificadas, así como comida “chatarra”, productos transgénicos y alimentos alterados con preservativos y potenciadores de sabor, sabiendo que hay una larga lista de enfermedades ligadas a esta alimentación malsana y compulsiva, inyectada y rociada con toda clase de componentes químicos para tratar de conservarlos y presentarlos olorosos y provocativos? ¿Por qué nuestros estantes y neveras los llenamos hoy más de “antojos” artificiales que de frescas frutas y verduras?
En muchas de nuestras casas se enmohecen, se empolvan y se deterioran artículos que alguna vez compramos más por impulso o por capricho de moda que por convicción. Conviene dejar ese estilo de vida acumulador, pecaminoso y egoísta, porque si el consumo desenfrenado en cambio de proporcionarnos beneficios comienza a causarnos dependencia, indigestión y estorbo, lo sano sería que todo lo que tenemos de sobra o inutilizado lo regaláramos de buena gana a quien de verdad lo necesita.
Es mejor pensarlo para no tragar entero; porque en cambio de sentirnos llenos, pero atorados de cosas, es mejor desprendernos de los excesos para sabernos plenos del amor al prójimo.