No bote su voto. Elija, escoja, distinga
Mañana es un día crucial para candidatos, electores, organizadores, medios de comunicación, jurados, auxiliares, y demás colaboradores del Estado, dentro del proceso eleccionario que busca escoger representantes, senadores, y cinco miembros para el Parlamento Andino.
Estos últimos no sé para qué. Bueno, de los primeros tampoco estoy seguro de su excelsa finalidad.
Pero hay otro sector de la población que también estará expectante este domingo: los electores. Y más que expectante, es, en últimas, la población objeto. Es para los electores que se piensan lemas, diseñan volantes, folletos, plegables, vallas, comerciales, tarjetas, y demás estrategias para vender un nombre o un partido. Son las sumas de sus decisiones las que definen los nombres que ocuparán esas curules o distinciones. Es decir, está en ellos esa gran y crucial tarea. Noble tarea, decisiva misión, por eso es tan importante saberlo hacer.
Pues lo bueno de las democracias es que se tiene en cuenta la opinión de todos. O al menos de todos los que hacen uso de la democracia. Claro, pensando la democracia desde la base de la participación de todos. Y para ello, no hay que quedarse en la continua repetición de que “la democracia es el gobierno del pueblo.”
Analizar la participación electoral, por ejemplo, es cada vez más importante ya que votar representa el derecho elemental de cada ciudadano a participar en política y, al mismo tiempo, abriga los dos principios básicos de la Democracia: universalidad e igualdad. Es decir, que si se saca algo a votación y se vota hay derecho a quejarse, si no, pues no.
Sin embargo, votar no es la única y ni la más efectiva forma de participar en política. Aunque votar es una forma de participación que demanda un mínimo de esfuerzo y no envuelve conflicto alguno, tiene la desventaja de no impactar significativamente en el contenido de las políticas y no generar beneficios tangibles e inmediatos para el elector
¿Para qué votar, si mi voto no influye en nada? Mi voto no pesa, no va a cambiar una elección, no va a decidir nada. Algunos estudiosos de la materia afirman que en este momento, más de 2 millones de personas piensan algo similar en el país. Otra frase que siempre se escucha es que esto es más de lo mismo, hecho por los mismos y para los mismos. Aunque haya candidatos que no pertenecen a los conglomerados políticos más importantes, pero lamentablemente, son estos los que no tienen apoyo de la gente. Claro que sería muy bueno saber también qué piensa nuestra clase política.
Los electores, por su parte, además de elegir deben prepararse para vigilar, reclamar y exigir, a los que eligieron, el cumplimiento de sus propuestas. Los electores no deben permitir que los nuevos elegidos (y reelegidos) continúen actuando como autoridades independientes abandonando e ignorando el trabajo y protagonismo que quienes los eligieron. Es por eso que debe darse un voto razonado, desenganchado del emotivismo imperante de los tiempos proselitistas. Esto sería lo ideal. Pero en Colombia, en la actualidad esto es un imposible. No hay que olvidar que un buen porcentaje de los votantes tiene un bajo nivel de escolaridad y otro tanto, de analfabetismo. ¿Cómo generar un voto bien pensado entonces?
Pues el bajo nivel cultural y educativo permite persuadir más fácilmente al ciudadano. Se hace más fácil de convencer demagógicamente, sacudiéndole los sentimientos, sin saber quién dice qué, cómo o por qué? Quizás sea una idea loca y antidemocrática, pero creo que en aras de impedir tanta “compra” de votos, debería tenerse, además de edad, un cierto nivel de escolaridad para acceder al voto.
Hay, pues, a quienes los convencen con muy poco, y tristemente en Colombia existe un buen porcentaje que se convence con carnes asadas, o con proyecciones de películas; tal vez con un sándwich y dulces que les hacen llegar a sus hijos; o tal vez con la promesa de una beca. Así como en la religión se ve mal el vivirla por tradición y no por convicción, lo mismo sucede, que aún se ve quienes le profesan una fe ciega a un partido y lo siguen apoyando por pura tradición.
Es decir, que la educación hace bien al momento de generar un voto bien pensado, pues como dice Ruskin, Educar a un joven no es hacerle aprender algo que no sabía, sino hacer de él alguien que no existía.