sábado, 19 de julio de 2025
Opinión/ Creado el: 2014-01-04 12:10

Memorias del año que comienza

Éste será un año de conmemoraciones, pero no de las buenas. Por supuesto que los panameños celebrarán el paso del S.S. Ancón por su canal recién inaugurado; por supuesto que los lectores de Julio Cortázar recordarán su nacimiento en Bruselas.

Escrito por: Redacción Diario del Huila | enero 04 de 2014

Pero mucho me temo que los meses siguientes serán, sobre todo, para hablar de ciertos asesinatos y sus consecuencias. 1914, dice el lugar común, es la verdadera puerta de entrada al atribulado siglo XX, y eso no es precisamente porque haya nacido un escritor argentino o se haya abierto un camino entre los dos océanos. Los asesinatos que tuvieron lugar ese año fueron la partera de buena parte de la historia siguiente, y da un poco de grima observar, con la perspectiva falsamente tranquilizadora de los años, lo poco que nos imaginábamos la debacle que nos esperaba a la vuelta de la esquina. En La vida extensa de Gavrilo Princip, una de las mejores ficciones que se han escrito jamás sobre el legado de ese año, la escritora serbia Senka Marnikovic inventa un mundo en que la Primera Guerra no ha ocurrido. Gavrilo Princip, un joven nacionalista serbio, llega a Sarajevo para matar al archiduque Francisco Fernando, pero su pistola se atasca y el archiduque sigue con vida. Princip muere un año más tarde, de tuberculosis, y el mundo es otro.

Pero no fue así, claro. Gavrilo Princip sí mató al archiduque Francisco Fernando de Austria. Estaba a punto de cumplir veinte años; había tratado de unirse a la guerrilla de la Mano Negra, pero fue rechazado por su baja estatura; después de aprender a manejar bombas y a disparar pistolas, acabó uniéndose al grupo de seis conspiradores cuyo objetivo era asesinar al heredero al trono del imperio Austro-Húngaro y así forzar la separación de las provincias eslavas del imperio y la creación de una gran nación serbia. Los conspiradores se unieron a la multitud que flanqueaba la ruta por donde pasaría el archiduque, a cuyo coche le habían quitado la capota para que el público pudiera ver a sus nobles. La idea era que todos los conspiradores, del primero al último, intentaran el magnicidio. El primero falló por miedo. Princip, a pesar de la especulación maravillosa de Marnikovic, no falló.

En octubre de ese mismo año, pero del otro lado del mundo, un hombre que no era archiduque, sino general y senador de la República, fue asesinado, no a balazos, sino a golpes de hachuela, por dos hombres jóvenes y pobres como Princip. Rafael Uribe Uribe, veterano de varias guerras civiles, líder incontestable del Partido Liberal (en esos tiempos en que ser liberal quería decir algo) y modelo para el personaje de Aureliano Buendía, fue atacado al mediodía del día 15 por Leovigildo Galarza y Jesús Carvajal, carpinteros desempleados. Murió a la madrugada siguiente en su casa de la calle 9, en Bogotá; en la acera donde recibió los golpes de sus asesinos hay una placa que nadie mira, porque está a la altura de las rodillas. Y sin embargo, los colombianos lo recordarán este año. Escribirán sobre él, celebrarán su vida aunque no la conozcan y lamentarán su muerte aunque no sepan por qué lo mataron. Y así se nos irá el tiempo: pensando en Princip y en Francisco Fernando, en Galarza y Carvajal y Uribe Uribe; pensando en esos crímenes; pensando en sus causas y consecuencias. El año apenas comienza.