Mapa político
Se equivocan los medios de comunicación nacional cuando advierten que el proceso político que acaba de suceder ha generado un nuevo marco político, por el ingreso de unos lobos disfrazados de corderos.
Nuestra realidad política es que el Congreso de la República tiene lo que siempre ha tenido: una injerencia considerable de fuerzas oscuras, como es el paramilitarismo, el narcotráfico y los delincuentes de cuello blanco, que han hecho de la corrupción, el porta estandarte de una democracia fácilmente deleznable y que ha permitido que nuestras instituciones, en todos los niveles, hayan perdido los linderos de la transparencia y de la equidad en la distribución de los recursos del Estado, los cuales terminan en manos de unos pocos y las obras nunca se materializan en realidad.
Es que esta democracia que nos ha tocado vivir, cuando para acomodarla a los intereses de unos pocos, basta modificar un articulito de la Constitución, ha resultado de los experimentos más dañinos en procesos electorales y de participación ciudadana que contrasta con el polo opuesto de unos principios y fundamentos creados por una Asamblea Constituyente, que dejo la puerta abierta para que todos los conceptos supremos que fueron objeto de su adopción como guía institucional, se hayan desdibujado con reformas constitucionales o actos legislativos que no se cansan de producir los efectos contrarios de lo que se quiso en la Constitución de 1991.
Somos hijos de la barbarie y seguimos siendo hijos de la violencia institucional y de los miedos y de los temores con los que el azote del paramilitarismo y del narcotráfico salpico y aún cobra sus cuentas en la Administración de Justicia, en el Congreso de la República, en la Procuraduría General de la Nación, en la Contraloría General e incluso en las Fuerzas Armadas de Colombia, donde se copian y se imitan todos los fenómenos propios de la corrupción y del vandalismo de la cosa pública a la que nos hemos habituado.
Entonces así las cosas, tenemos que concluir que este proceso electoral con las maquinarias de siempre, con la mermelada y la desinformación, con los mismos candidatos que se salen y se movilizan de un partido a otro, son y representan el mismo mapa político del desastre nacional al que nos han acostumbrado y con el que tendremos que vivir otros cien años, cuando quizá, los hijos de nuestros hijos, puedan realmente mostrar los signos de la indignación y generen un cambio institucional que por ahora no se avizora y está lejos de materializarse para recoger los frutos de tanta violencia y de tanta guerra institucional que se enriquece y que sobrevive gracias a la guerra y a los conflictos internos que vive nuestra sociedad.
El mapa político es el mismo que hemos detentado hace cuarenta años, donde desde la barrera, los delincuentes o senadores condenados por abusar del erario público, o de los condenados por la parapolítica o de los creadores de las autodefensas, siguen siendo los jefes de campaña, siguen cobrando las cuotas de poder y siguen ejerciendo un mandato, que silencia con los medios de comunicación, todo lo que puedan hacer tres o cuatro o quizá cinco senadores elegidos que están dispuestos a denunciar los fenómenos de corrupción, pero que son impotentes para detener esta realidad que se nos vino encima
Los mismos, con los mismos procedimientos, son los actuales congresistas de la República. Nuestra Patria es un mar de lágrimas, cuando menos del treinta por ciento de los electores potenciales, es el que direcciona el rumbo de la Nación, por cuanto los votos en blanco, los votos nulos, los votos no marcados y los votos que hacen aparecer como fantasmas los jurados de votación o los encargados del conteo de los mismos, hacen parte de una franja que nadie quiere reconocer y nadie quiere valorar, cuando se suma a una abstención de las más altas en el mundo ignorante de electores que no tuvieron la capacidad de cambiar el rumbo de la historia que nos ha tocado vivir. En medio de la corrupción, seguiremos construyendo patria para los corruptos.