Las papas del procurador
¿Acaso Van Gogh no tenía carácter porque pintó Los comedores de papas? ¿Quizá Millet tampoco tenía carácter porque le dio por pintar precisamente a unos cosechadores de papa que se aprecian en su maravilloso Ángelus?
En la historia del desprecio en Colombia (que todavía no se ha escrito) al pueblo lo han denominado “cafre”, o “caterva de energúmenos”, o “vulgo ignaro”, que a los humillados les llueve desde arriba toda suerte de insultos y despropósitos.
Hace unos días, el procurador Ordóñez, con sus colmillos recién pulidos, le dio por decirles a algunos periodistas que él es un hombre de carácter, porque si no lo tuviera, se pondría a sembrar papas o a coger hormigas culonas. Unas y otras las saborea, pero le parece al dignatario que los sembradores de patatas son descaracterizados, que su actividad es deleznable y a lo mejor está hecha para retrasados mentales. ¿Sembrar papa?, qué horror. ¿Leer de pronto libritos de protestantes, o de comunistas, o de escritores procaces (como decir un Miller, un Bukowski)?, no, qué tal, puede uno condenarse e ir a dar a los infiernos, y lo mejor es echarles candela.
En la mira telescópica del procurador Ordóñez un sembrador de papas debe ser alguien despreciable. Y, en ese sentido, también cualquier cosechador. Puede que tampoco tengan carácter los que siembran maíz y yuca y ñame y tomate y coles. Es probable que tenga en una muy baja estima a los campesinos, contra los cuales no está ejerciendo una discriminación nueva, sino, al contrario, de vieja data. Ha sido esta la inveterada posición de otros “elegidos”, que, con sus políticas y visiones despectivas, han arruinado a los agricultores en Colombia.
El año pasado, el país se estremeció con los paros agrarios y mineros. Los campesinos, borrados por tantos años de la historia, y además siendo víctimas de diversas violencias, salieron a las calles y carreteras, a las plazas públicas, a expresar su descontento contra las políticas oficiales que los han empobrecido. Los arroceros y los del trigo; los caficultores y los sembradores de maíz, y todos los que han visto menguados sus cultivos y mercados por los tratados de libre comercio y las aperturas económicas, dieron una lección de democracia y dignidad.
Pequeños y medianos agricultores se convirtieron en adalides de las protestas populares en un país acostumbrado a las resignaciones y al miedo. Los papicultores colombianos, en particular los del altiplano cundiboyacense, demostraron su capacidad de lucha e ilustraron a la población sobre las causas del desplome de las cosechas. Mostraron cómo los tratados de libre comercio, suscritos en condiciones de desigualdad para Colombia, eran una de las provocadoras de la depauperación del campo.
Uno no sabe entonces (desde la óptica ordoñal) si esos papicultores son dueños de un carácter, o solo son pusilánimes, medrosos, gentes sin criterio. Hace poco, un grupo de ellos dejó aturdido a Álvaro Uribe en Tunja, al que le expusieron argumentos irrefutables sobre las desgracias de los papicultores. Ve, qué vaina, y no le arrojaron papas al señor del Ubérrimo. ¿Acaso por ello no tienen carácter? O sí lo tiene el procurador por haber -en sus tiempos de joven- quemado libros de autores que a lo mejor, según él, carecían de carácter. Más bien, la lectura de ellos (como Rousseau) pudiera haberle dado un carácter de humanista al hoy procurador. "Hay cosas peores que quemar libros; una de ellas es no leerlos”, dijo algún escritor.
Le vendría bien a don Ordóñez darse una temporadita campestre para que siembre papas. O si no, que observe los cuadros de un holandés, que pintó cestos repletos de patatas, fruto de la tierra que en otras calendas salvó a miles de personas de las hambrunas. Así podría sensibilizarse. Para sembrar papas o pintarlas, se requiere carácter. Y talento. Que la virgen de las candelas lo acompañe, señor procurador.