Las elecciones: lo que el dinero no debería comprar
Si hay una actividad social que denote un carácter cívico, esa es la participación en la contienda electoral. Por antonomasia las elecciones encarnan la ciudadanía. El primero y más importante de los derechos políticos consagrados en nuestra constitución –y en la de todos los países que se reclamen democráticos–, es el de elegir y ser elegido.
Las sociedades contemporáneas han reivindicado la forma de gobierno democrático y representativo, republicano en su esencia con la universalidad de la elección de todos los cargos públicos, como el régimen que permite avanzar, con la garantía plena de las libertades públicas, hacia la construcción de sociedades equitativas, igualitarias y prósperas.
En un mundo donde la preeminencia económica, social y política es la del gran capital: el capital financiero monopolista parasitario de las grandes trasnacionales de las finanzas, el comercio, la industria, la agroindustria; que se ha repartido los mercados del mundo, los que, además, se disputan a dentelladas, si es preciso asolando pueblos, naciones y gobiernos de sociedades pequeñas e inermes, el ideal democrático se ha ido desvaneciendo. De economías de mercado pasamos a sociedades de mercado. Sociedades donde la principal característica es que todo se puede comprar y vender, donde todo y todos tienen un precio. Así, han terminado envilecidos y corrompidos todos los derechos fundamentales.
La verdad es que en países como el nuestro con una democracia históricamente recortada, donde los vicios se enquistaron antes que florecer las virtudes, la extensión desaforada de las prácticas corruptas de las concepciones neoliberales: todo debe ser privatizado, todo debe ser un negocio sin control alguno del estado, sin inversión social para los más pobres y abandonados de la fortuna: el clásico “sálvese quien pueda”, esa política neoliberal terminó construyendo una de las sociedades más desiguales del planeta.
Entonces, ¿por qué nos extrañamos de que las prácticas corruptas, como la compra vulgar de votos, sea la constante en las elecciones colombianas? Desde el dinero contante y sonante que dan a los electores, pasando por las rifas, los regalos, los bultos de cemento y las tejas de zinc, las promesas de empleo o becas, los tamales o las lechonas, hasta políticas oficiales como viviendas gratis, “familias en acción” o viejos o jóvenes o mujeres lactantes o guardabosques “en acción”, o el fraude de la compra de votos en la registraduría, son instrumentos para torcer la voluntad política de los ciudadanos, especialmente de los más pobres. En la práctica, los ponen a votar contra sí mismos.
Los temas esenciales de la sociedad colombiana, los que debieran debatirse y resolverse en las elecciones, solo los promueven unos pocos. Aquellos que en verdad entienden y creen que los pueblos son los que construyen el progreso de sus sociedades. A pesar de las limitaciones y deformaciones de las prácticas corruptas, aunque sea para que unos pocos aclaren sus mentes, por aquellos y por estos hay que participar en la contienda electoral. Así se construye ciudadanía.