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Opinión/ Creado el: 2014-01-22 11:08

La verdad afrentosa

“Los hombres olvidaron su origen y decidieron grabar la guerra, su rabia y su odio en nuestros cuerpos”. Gabriela, víctima de violencia sexual.

Escrito por: Redacción Diario del Huila | enero 22 de 2014

Es tan humillante y vergonzoso el caudal de actos violentos contra la integridad femenina en Colombia, que es necesario recordar sin descanso   lo escalofriante de su magnitud y sus características. Lo peor de todo  es la indiferencia que lo ronda y aun la complicidad latente o manifiesta. En nuestros medios de comunicación copan más espacio las acrobacias de los políticos o las frivolidades faranduleras que esta destrucción sistemática del alma nacional.

Más allá de estadísticas que parecen  recabadas en las primeras cavernas, en todo lo que vomita el jadeo de nuestros machos (que no de nuestros hombres), yace un drama cuya siniestra catadura imposibilita cualquier intento de barnizar esta  manifestación de atraso milenario que de una sola coz echa por tierra la tan cacareada racionalización de la criatura humana.

El lodazal  exhibe una capacidad sobrehumana de mimetización y ubicuidad. Luce frac o ruana, alpargatas o zapatos de marca, dejo campesino o retórica académica. Le dan sombra el padre, el abuelo, el vecino, el hermano, el asaltante callejero. Ahí se incuban las cancioncillas y aforismos morbosos, los piropos que apestan, el rango que exhiben las promiscuidades masculinas y la jactancia que se hace de ellas. Ahí babean las secreciones del senador Roberto Gerlein y sus patéticas evocaciones  vaginales; las vallenaterías aceitosas del Cacique de la Junta; las palizas palpables o invisibles inferidas a la dama por un caballero de músculos, cobardía e ignorancia inexpugnables; el asqueroso video divulgado en face book recientemente por cuatro adolescentes depravados, donde entre risotadas y palabrotas, abusan de una menor inconsciente. ¿Será la creciente deuda física y espiritual contraída por las recursivas féminas con el contingente menos dotado de la humanidad? ¿Por ventura el supremo Arquitecto, con la costilla que le birló sin anestesia en las praderas del edén, también le rapó una porción considerable de  la masa pensante?

El meollo del asunto reside en una incoherencia atómica entre lo que es y lo que se dice cómo es. La mezcolanza amasada  con aullidos sexuales y honor masculino, tatuó sobre la espalda del varón un sofisma con categoría de verdad revelada y convirtió sus días en inútil batalla contra la corriente. Por eso ruge, impreca, golpea, insulta, asesina;   se conforma con la superficie haciendo a un lado el sustrato para encallar en exigencias amatorias  tan exiguas como un grano de maíz.

Ya es hora de que hombres y mujeres sepamos que la moral como patrón de vida  no es de exclusividad femenina. Que el hijo es el resultado de una coautoría obligante y que cuando el hombre renuncia  al derecho de reconocer su complementariedad en la misión humana, se vuelve irresponsable y pierde la única oportunidad de crecer. Mientras los imaginarios del gobierno y de la sociedad correspondan a esta concepción unilateral  de la vida cotidiana y sus bondades se derramen en una sola orilla, seguiremos caminando en una  pierna y el cojo no camina o lo hace dando tumbos.

Plausibles los diálogos de La Habana (a pesar de la ausencia femenina) los logros científicos y académicos, la pincelada ética impartida por el gobierno a algunas de sus realizaciones, la gentileza y gallardía de algunos señores en la convivencia obligada. Pero sería aconsejable que en su calidad de seres inteligentes, no perdieran de vista    algo tan simple como las enseñanzas de este conocido aforismo: “Dime de lo que presumes y te diré de lo que adoleces”.