domingo, 20 de julio de 2025
Opinión/ Creado el: 2014-02-21 09:12

La hora del desencanto

El lunes pasado, mientras escuchaba las informaciones radiales sobre el primer escándalo de la semana (¿sería el único? me pregunté),

Escrito por: Redacción Diario del Huila | febrero 21 de 2014

pensé que en Colombia vivimos una situación sui géneris pues, o padecemos  un cáncer terminal de corrupción o vivimos una explosión informativa, alimentada frenéticamente por la acción conjunta de medios de comunicación, fiscales,  jueces  y “gargantas profundas” acusándose entre sí y a terceros con la esperanza de “negociar” una pena (¡!!) y todo ello con apoyo tecnológico nacional (¿e internacional/norteamericano?) en términos de chuzadas e interceptaciones. 

. Las informaciones lanzadas al aire, frecuentemente son “retuiteadas” por las etéreas redes sociales.

Explosión informativa que aturde, causa zozobra y acaba por generar  más desánimo que esperanza  en el colombiano medio, lejano a todo ese ruido y enredo, pues después del zafarrancho mediático poco queda en términos de acciones y decisiones concretas en investigaciones que concluyan y no simplemente precluyan, en fallos absolutorios o condenatorios que permitan que el ciudadano pueda conocer  la verdad de las denuncias, a los culpables y su castigo, a los inocentes y su absolución. Definitivamente hay, como se dice, mucha cáscara y poca nuez. Se necesita con urgencia, como terapia colectiva,  que se impongan   los fallos de los jueces y no los titulares de la prensa;  urgen menos escándalos mediáticos y más verdad y justicia, pues en medio de tanto barullo, verdad y justicia se embolatan y con ellas,   la fe y la confianza de la gente en sus instituciones y en un futuro librado de las lacras del presente; hoy  solo ve y escucha, acusaciones de unos y otros, a cual más escabrosa, y poco más, sin transformación de la realidad, sin doblegamiento de la corrupción y castigo de los delincuentes.

Y esta situación, este estado “del alma nacional” se refleja en este tiempo electoral, cuando se supone que es el momento para que el ciudadano con su voto  decida cambios de rumbo, rectificaciones a lo actual que lo abruma. Pero no, el voto en blanco sigue reinando; más allá  de las garroteras entre candidatos y sus  mutuas acusaciones, nada más se escucha; nada que pueda interesarle y movilizar a un elector escéptico y profundamente desencantado de la política y de los políticos, del Estado y de  sus funcionarios. El país vive una profunda crisis de liderazgo en la política y en la academia, en la ciencia y  las artes, en el sindicalismo y en los gremios, en la justicia y en la esfera de la ética y la religión, en momentos en que reclama casi que con desespero una voz que congregue, que muestre que más allá de la ordinariez, ramplonería y cinismo de nuestro día a día hay esperanza, pero que ese futuro no nos caerá del cielo, que lo tenemos que construir juntos en torno a unos propósitos comunes de decencia, de respeto al otro y a la verdad, de solidaridad y amor a la vida y no solo a mi pequeña comodidad que nos  empequeñece como personas y como ciudadanos, y que para lograrlo se requiere el liderazgo que hoy extrañamos.

Y esta situación anímica que agobia al colombiano como simple ciudadano, pero también como persona ética, parece no encontrar respuesta en las elecciones que se nos vinieron encima sin que el actual escenario electoral nos permita vislumbrar aunque sea un rayito de esperanza. Nos auguran otros cuatro años sin un liderazgo político necesario. Tal vez de las entrañas regionales del país salga la decisión que de abajo para arriba ponga a este país a superar la patria boba en que hemos caído, porque lo que es de los círculos capitalinos nada es dable esperar. El optimismo se nos agota.