El negocio de Dios
No es casual que María Luisa Piraquive, la pastora de Dios Ministerial de Jesucristo Internacional, se haya ido a vivir a Miami a disfrutar de los lujos que le permiten los jugosos diezmos que le aportan sus incautos y fieles seguidores.
Su iglesia es una de las más de las 850 que forman parte del movimiento, que responde al modelo de las mega churches, bastión del ala más retardataria del Partido Republicano norteamericano.
Lo de la Piraquive y su brazo político, el MIRA, es una versión criolla de esos tramitadores de fe y de vida eterna que aparecieron en los últimos 30 años en la franja lunática del protestantismo norteamericano e hicieron de la religión un exitosísimo negocio y poderosa maquinaria electoral. Son pastores que combinan su condición de guías espirituales dispensadores de secretos para ser “ricos y felices”, en una amalgama de ingenuidad, negocios y visiones ultraconservadoras en términos de valores sociales y propuestas políticas, adobadas con fuertes dosis de moralismo y de hipocresía.
Personajes habilidosos de palabra, con discursos alambicados, más cercanos a una telenovela dulzarrona y cursi que a la transmisión de la palabra divina; suenan a autoayuda y a ser “buenos ciudadanos” conforme a los valores de una Norte América pueblerina y “respetuosa de Dios” y del qué dirán. A punta de verbo y de autoproclamados dones, fundan sus propias congregaciones religiosas que mutan en organizaciones políticas con electorado y finanzas cautivas.
La fórmula es simple: Dios habla a través del pastor, el pastor maneja almas y voluntades y los feligreses aportan diezmos y votos. Son votos y dinero aportados con un ropaje religioso que terminan en el engranaje de la politiquería para atender los intereses terrenales de los pastores.
Iglesias que son finalmente modelo de hipocresía, de doble moral y de oportunismo terrenal a partir de la perversa combinación de religión, dinero y política. Los Piraquive tienen su vocero político en el representante Carlos Baena, yerno de la pastora Piraquive. El pastor Enrique Gómez, cabeza del Centro Misionero Bethesda, terminó aliado con los parapolíticos de Colombia Viva para llegar al Senado y el año pasado enfrentó en la Fiscalía cargos de denuncias por estafa y la Unidad de Lavado de Activos le incautó cinco fincas en el municipio de Apulo.
El exconcejal Vladimir Melo, del Movimiento Unión Cristiana, conocido por sus sonoras prédicas moralizantes, está condenado a 35 años de cárcel por el asesinato de su esposa, madre de sus dos hijos.
El Estado ha sido complaciente con estas iglesias, cuyo creciente peso y activismo político las han convertido en una fuerza electoral, especialmente en el gobierno Uribe. El ministro Fabio Valencia Cossio instaló el Comité Interreligioso Consultivo, creado por iniciativa del senador cristiano Charles Schulz, una instancia ad hoc para “vigilar la eficacia en los trámites en materia de libertad e igualdad religiosa, conciencia y culto”, con el cual consolidaron su capacidad como grupo de presión a favor de prebendas tributarias, apoyo a procesos educativos escolares y un mayor acceso a recursos presupuestales y a bienes del Estado. Se calcula que las iglesias cristianas, antes protestantes, mueven 4,5 millones de personas y al menos 1 billón de pesos al año y una poderosa red de espacios en radio y televisión. Un botín nada despreciable para los políticos. Hay que mirar más allá de los sermones exaltados.