El Golpe de la paranoia
No fue el gobernante estelar que resolvió de un tajo los desastres de la capital de un país desastroso. No tuvo resultados óptimos en sus gestiones básicas de organización, Improvisó, como improvisan todos desde el poder sobre el caos natural.
Se excedió en medidas administrativas, como se exceden otros en medidas más turbias, aunque exentos de fallos mortales y persecuciones obvias. Porque fue obvia y feroz. Una obsesión grotesca y evidente desde sus primeros meses en el cargo para estregarle los errores ingenuos y “peligrosos” de una izquierda novata en las curules del poder.
El gazmoño y medieval irredento Alejandro Ordoñez abanderó sin titubeos su cruzada lefebvrista contra el propio fantasma de su ineptitud: su siempre obtusa idea de creer que los contradictores del Establecimiento son bastardos del “comunismo ateo” o esbirros silenciosos del anarquismo. Su religión siempre habló sobre su léxico de tinterillo plenipotenciario, pero la paranoia, en la persecución, no fue solo de él. Los grandes empresarios asustadizos e incapaces de entender el mundo en la multiplicidad de las opciones ajenas a su reducida visión de finanzas y porcentajes. Los tradicionales, preocupados por los giros extraños del poder hacia los ángulos del humanismo. La enorme estirpe de delfines, cada vez más saturada en su delirio de oficialidad para ejercer el mando, extrañados de ver a un enemigo público en el trono de sus reservas.
La paranoia era general, y era evidente. El país, decimonónico aún en sus viejos prejuicios de políticas cuadriculadas, no iba aceptar jamás que un apellido común y manchado por la sombra de la subversión dirigiera su ciudad insigne.
Tampoco es serio ni creíble, por el contrario, el discurso de una izquierda también paranoide en su delirio de creerse el centro de todos los ataques y el eje de todos los insultos. El mamertismo que pretende percibir exclusivamente el mundo sobre las parábolas de Marx y los colores de Mao también deslegitima su intención por caricaturesco, por megalómano y por radical. Pero en Colombia la ultraderecha, tan poco disimulada en su terror, los ha invitado siempre a la reproducción y al rearme. Los empujó a la clandestinidad y a su también radicalismo enfermo. Son muchos los monstruos que crearon por su ineptitud y su infamia, (-ERC- EPL, ELN- FARC- M19), y seguirán reproduciéndolos ahora que los métodos son más sutiles y fatales que el asesinato o la desaparición, y que las destituciones a cargos democráticos con giros de un pulgar parecen ser más efectivos. La destitución de Petro, impuesta incluso sobre las presiones internacionales, es un mensaje claro sobre el hipócrita diálogo en La Habana. Lo siguen reiterando sin nervios. El establecimiento quiere más sangre, y la quiere a la fuerza.