viernes, 18 de julio de 2025
Opinión/ Creado el: 2020-11-28 06:39

El verdadero enemigo de la paz

Escrito por: Ernesto Cardoso Camacho
 | noviembre 28 de 2020

Ernesto Cardoso Camacho

Por estas fechas estamos conmemorando los primeros cuatro años de la promocionada firma e implementación del Acuerdo de Paz suscrito por el gobierno Santos y la cúpula de las Farc, con el cual se pretendía “ cambiar las balas por votos”.

Para guardar memoria histórica es bueno recordar que luego del multicolor y costoso acto de la firma en Cartagena, al que asistieron como invitados especiales numerosos personajes internacionales, embajadores y expresidentes; acompañados por la flor y nata de la unidad nacional santista; el pueblo colombiano ejerció su soberano poder constitucional y rechazó en las urnas el Acuerdo con el inesperado triunfo del NO en el plebiscito.

En consecuencia, la crispación política e ideológica alcanzó su máximo nivel, pues el propio Santos había dicho que si ganaba el NO se caía el Acuerdo mientras que por su parte el Jefe Negociador De La Calle había expresado que si ganaba el NO la negociación dejaba de existir política y jurídicamente.

Luego de las iniciales conversaciones entre los ganadores con el NO y los perdedores con el SI; las Farc, demostrando su falta de sincera voluntad de paz, bloquearon cualquier acuerdo que permitiera modificar aspectos esenciales claramente inconvenientes, hecho que condujo a que se burlara la voluntad popular y se suscribiera de nuevo el sainete de la paz, precisamente en el icónico Teatro Colón.

Pero claro, el mejor adorno del sainete, lo aportó el otorgamiento del premio Nobel de Paz al presidente Santos, recientemente cuestionado por el prestigioso diario New York Times.

A tales alturas de los acontecimientos se iluminó la perversidad de los acuciosos asesores jurídicos nacionales e internacionales, aconsejando el malabarismo jurídico y político de acudir al congreso de las mayorías nacionales del santismo, para que mediante una resolución del legislativo se aprobara lo que el pueblo había rechazado en las urnas, con el agravante de convertir el tal acuerdo en “Acuerdo Especial” que no solamente quedaba inmerso en nuestra Carta Política, sino que además, hacía parte del bloque de constitucionalidad por tratarse de un hecho de contenido humanitario protocolizado ante la ONU.

Para redondear la faena de las perversidades se inventaron el “ fastrack” legislativo con el cual legitimaron las reglamentaciones del Marco Jurídico para la Paz, entre los cuales se destaca la creación de la JEP y su posterior ley estatutaria.

Siempre se ha dicho que el tiempo es el mejor juez de la historia. Transcurridos estos cuatro años el balance riguroso indica que efectivamente hubo graves errores en el diseño e implementación del Acuerdo, los cuales hoy son evidencias dolorosas. Las recientes declaraciones del General Mora Rangel son una prueba al canto.

La morosidad en sus resultados; la fuga de Santrich; la usurpación de competencia a la Fiscalía para investigar el asesinato de Gómez Hurtado; la enorme burocracia y el ejército de contratistas; son entre otros, los merecidos cuestionamientos que le restan credibilidad y confianza a la justicia especial de paz.

La guerra territorial que libran las disidencias comandadas por Marquez, Santrich, Romaña, el Paisa, etc; contra el ELN y las bandas criminales del narcotráfico y de la minería ilegal; es sin duda alguna la causa y el motivo de la nueva violencia que hoy sacude a varias e importantes regiones de Colombia.

En esa guerra territorial del narcotráfico es donde se encuentra el verdadero enemigo de la paz. La ceguera intransigente de los defensores a ultranza del Acuerdo que además pretenden seguir usándolo como arma electoral para el 2022, estimula la polarización ideológica y política que, aunada a los efectos devastadores de la pandemia, constituye una seria amenaza a la precaria paz social y política que coloca en alto riesgo la estabilidad democrática de nuestra nación.