Reinaldo Torres
Dictaba inglés y se sentía orgulloso de haberlo aprendido por su propia cuenta. En forma sincera reconocía no tener la mejor pronunciación, ser aceptable en lo gramatical, pero se ufanaba de tener rico léxico español-anglosajón.

La semana pasada falleció en Bogotá el profesor Reinaldo Torres. Recientemente había cumplido 99 años de edad y con mucho optimismo esperábamos que lograra superar por varios años el siglo, dado que siempre lo vimos como una persona fortacha. Muchos recuerdos positivos tenemos quienes en alguna oportunidad fuimos sus alumnos. Siempre de pantalón oscuro, camisa blanca y corbata, arribaba a las aulas puntualmente para dar su clase. Fue uno de los quince fundadores del Instituto Ciudad de Neiva en 1958 y del Colegio Departamental Femenino -hoy con más de dos mil alumnos y con el nombre de “Tierra de Promisión”, -obra poética de José Eustacio Rivera-. Lo acompañaron en esta segunda tarea, Margarita Cuellar de Rivera, Gilberto Vargas Motta, María Antonia Rojas de Rojas, María Edith Castañeda y Bertha López de Rivera. Dicha institución fue creada a través de la Ordenanza 61 de 1960, presentada a la Asamblea Departamental por el entonces Gobernador José Domingo Liévano y Rosita Díaz de Zubieta, quien ocupaba el cargo de Secretaria de Educación.
El profesor Torres era oriundo de Acevedo, donde cursó la primaria. El bachillerato lo realizó en el Seminario de Garzón. La Secretaría de Educación lo tuvo en nómina durante décadas, primero como profesor de escuela en varios municipios, donde dejó honda huella como educador íntegro, especialmente en Teruel y Tarqui, y luego en colegios de bachillerato; época en que los maestros trabajaban por vocación. De aceptable estatura, tez trigueña, voz grave y brazos fibrosos como si en su juventud hubiera realizado trabajo material. Asiduo lector, de carácter firme y con un concepto claro y fuerte de lo que es la responsabilidad.
Dictaba inglés y se sentía orgulloso de haberlo aprendido por su propia cuenta. En forma sincera reconocía no tener la mejor pronunciación, ser aceptable en lo gramatical, pero se ufanaba de tener rico léxico español-anglosajón. En clase procuraba que uno aprendiera el significado por lo menos de diez palabras, las que iba anotando en el tablero haciendo gala de excelente memoria para mostrarnos cómo se escribían y pronunciaban, comparándolas en caso que presentaran polisemia, homofonía o paronimia. En otros casos señalaba sinónimos o antónimos.
Se esforzaba por mejorar pronunciación, motivo por el cual había recurrido a una suscripción americana, cuando la modalidad a distancia no se usaba en Colombia; institución que le enviaba vinilos a color -algo atractivo de la época en que solo se conocían acetatos negros con sello amarillo de discos Fuentes-. Residía en el colegio y en su alcoba los escuchaba en tocadisco portátil con suma concentración. Era la época en que no existía universidad en el sur-colombiano y se exigía su creación en constantes manifestaciones. Por lógica eran pocas las facultades de idiomas en Colombia y escasos los licenciados en Neiva, motivo por el cual los colegios privados contrataban por horas cátedra a los que llegaban al Santa Librada, quienes hacían rendir el tiempo en forma admirable.
Torres, Marcos Poveda y Míster Weck, eran los profesores de inglés más conocidos en Neiva. Poveda era libraduno, también aprendió inglés por su propia cuenta. Aficionado al escultismo, movimiento actualmente presente en 165 países con 40 millones de miembros. Míster Weck era un alemán que sabía inglés, francés y español, quien en ocasiones corregía alumnos por desconocer gramática castellana. Fuera de clase eran amenos con temas de interés general.
No recuerdo el nombre del texto que el profesor Torres recomendaba, pero sí una canción tradicional de invierno que traía en una de sus últimas lecciones, conocida por el mundo entero como “Jingle Bells”. Aprendí que su compositor es el estadounidense James Pierpont y que la lanzó por primera vez en Boston -1857-. Cantarla de memoria era el examen final o una de las últimas “previas” como se le llamaba a las evaluaciones. Aún recuerdo su coro que desde luego había que repetir entre sus seis estrofas:
Jingle bells, jingle bells, jingle all the way/ Oh, what fun it is to run in a one-horse open sleigh. Traduce: “Suenan las campanas, Suenan las campanas, Suenan todo el camino; / ¡Oh! qué divertido es montar en un trineo destapado de un solo caballo. Suenan las campanas, Suenan las campanas, Suenan todo el camino”.
En poquísimos años Torres fue profesor de Álgebra. En la primera clase nos dijo con sinceridad que dicha materia nunca la había dictado, que él tenía el orgullo de haber sido alumno sobresaliente en el bachillerato de tal asignatura y que había dedicado buen tiempo de vacaciones para repasarla. “Paciencia para aprender y para repasar”, fue lo que nos dijo sonriendo, tal vez, si la memoria no me falla, de las pocas veces que lo vimos en tal actitud en clase, pues era excesivamente prudente.
Como hasta la fecha lo prefieren, el texto recomendado por Torres fue el de Aurelio Ángel Baldor De la Vega, personaje catalogado como el cubano más importante entre 1929 y 1958. Abogado y Matemático sosegado nacido en la Habana -Cuba- en 1906, hijo menor de un empresario chocolatero español de ascendencia Belga llamado Daniel Baldor -apellido que significa “Valle de Oro”- y Gertrudis De la Vega, española dedicada a su hogar. Los biógrafos señalan que era un ferviente católico, amante del boxeo y admirador de José Martí. Que solía encerrarse en su habitación días enteros -armado solo con papel y lápiz- para escribir sus textos sencillos, didácticos y a dos tintas. La primera edición del Álgebra se dio en 1929 pero se hizo famosa en 1941. También publicó un libro de Aritmética, otro de Geometría plana y del espacio, con segunda parte de Trigonometría.
El álgebra tiene en su carátula la imagen del matemático, astrónomo y geógrafo, Abu Abdallah Muhammad ibn Musa al-Jwrizmi, más conocido como Al-juarismi, considerado el “Padre del Álgebra”; nombre del que se origina la palabra algoritmo. Se estima que vivió entre los años 780 y 850, período muy fructífero del conocimiento islámico, en el que se tradujeron obras científicas de diversas civilizaciones al árabe.
Aurelio Baldor fue propietario del colegio más famoso de Cuba -fundado en 1940-, el que llegó a tener 3.500 alumnos. El plantel fue nacionalizado por la revolución y su residencia también expropiada. Raúl Castro ordenó su detención pero Camilo Cienfuegos lo protegió. Cuando este último falleció, Baldor se asiló en México, radicándose despues en Nueva Orleans, Nueva York y Jersey, donde fue catedrático universitario. Murió en Miami en 1978.
Reinaldo Torres fue claro en sus explicaciones, exigía orden en tablero y papel para desarrollar ejercicios. Baldor enriqueció sus textos con miles de ellos, solo el Álgebra tiene 5.790 con sus respectivas respuestas a final del libro. Yo no he sido bueno para los números pero como papá me ha tocado repasar con mis hijos unos cuantos temas como el de signos de agrupación, suma, resta, multiplicación, división, productos y cocientes notables; y romperme el coco de nuevo con ecuaciones, etc., dándome por vencido muchas veces repasando con profesores extras. Mucho han servido las bases de mister Torres ante estas osadías cincuenta años despues, pero con el ánimo que nos impregnó en clase. Paz en su tumba, maestro recto.