El espanto del sacristán
El padre sin pronunciar palabra dio media vuelta y entró a una habitación, luego salió con un llavero en su mano derecha y me dijo mientras mostraba las llaves: Esta es la de la puerta derecha, esta de la puerta izquierda del templo, la puerta del centro solo se abre en Semana Santa, y esta es la de la sacristía.

En Palermo a finales de los años 60, siendo apenas un muchacho, una mañana mi hermano Enrique, que era acólito, me informó que el sacristán se había retirado y el padre necesitaba uno urgente. Me fui con él para la casa cural pero el padre Carvajal, en esos momentos no estaba.
Tenía conocimiento de este trabajo porque fui acólito cuando estaba el padre Teódulo Monje y acostumbrábamos a acompañar al sacristán en ese oficio.
Seguimos hacia la sacristía donde mi hermano continuaría con el trabajo que estaba realizando con los otros acólitos: Triturando el incienso hasta dejarlo en granitos pequeños. Limpiando los ciriales en bronce que eran de un metro de alto, retirarle la parafina y colocarles un cirio nuevo listo porque en un momento determinado de la misa tenían que salir del altar prender los cirios y regresar a sus puestos cargando los ciriales. El encargado del incensario realizaba su trabajo también en determinado momento de la misa.
Terminado el trabajo Enrique les dijo a sus compañeros: Alonso y José Amín se encargan de los ciriales, me encargo del incensario porque soy el más veterano. Uno de estos acólitos tiempo después fue el padre Alonso; cuando nos encontramos con él, nos saluda cariñosamente diciendo: “Hola veterano”.
Nos quedamos con mi hermano esperando al padre que no tardó en llegar. Mi hermano me presentó indicando lo del cargo de sacristán. El padre me miró y frunció el ceño y me preguntó: ¿Sabe el toque para la misa? Se lo indiqué. ¿Conoce el toque para funeral? Sí señor es de la siguiente manera, produciendo el sonido similar. ¿El de entierro de niños? Sí señor. ¿El toque del ángelus? También lo sé. ¿El toque para las procesiones de Semana Santa? Sí señor es así y le imité el sonido.
¿Puede hacer el repique de incendios? Sí señor.
En esa época no existían bomberos, y la mayoría de las casas eran de techos de palma de iraca comúnmente llamada palmicha y se utilizaba la leña como combustible en las cocinas, por lo tanto eran frecuentes los incendios. Informaban al sacristán y rápidamente daba el toque correspondiente. Los pobladores identificando el sonido, se dirigían al sitio donde salía el humo y colaboraban en la emergencia.
El padre sin pronunciar palabra dio media vuelta y entró a una habitación, luego salió con un llavero en su mano derecha y me dijo mientras mostraba las llaves: Esta es la de la puerta derecha, esta de la puerta izquierda del templo, la puerta del centro solo se abre en Semana Santa, y esta es la de la sacristía.
El Templo tiene que estar abierto a las 4.30 am para la misa de las 5.00 am. Me entregó el llavero y agregó: ¡El sacristán que se fue no ha entregado la linterna!
- ¡Le van a salir los espantos, y sin linterna, peor! -. Al mirar quién hablaba era Henry Calderón el secretario de la parroquia, que sonriente desde la puerta de su oficina se había enterado de lo acontecido.
Nos fuimos para la casa pensando quién nos prestaría una linterna. En esa época eran escasas y de alto costo lo mismo que las pilas.
La profesora Vitalia de Carrera, perteneciente a la legión de María, se dirigía a realizar su oración con su reboso y una medalla grande que se colocaban al pecho como distintivo. En la pared del lado derecho del Templo tenían un tablerito de madera con agujeros enumerados y unos palitos unidos a una cuerda; cuando terminaban el turno de oración, colocaban un palito en el número que le correspondía como legionaria, de esta manera llevan control de la asistencia.
Reinaldo Lasso y otros compañeritos en ocasiones se ponían a jugar con ese tablero, cambiando palitos de un sitio para otro, sacando unos, colocando otros, - cosas de niños- sin saber la broma que les hacia.
Mientras me comía un helado de 10 centavos que había comprado en la tienda de la señora Gabriela Martínez miraba la torre cuadrada la cual las escaleras no tienen barandas, y parece que a último momento le aumentaron unos 30 metros más a la torre porque esa parte no tiene columnas, solo ladrillo y cemento, tampoco le construyeron escaleras de concreto; solo una larga escalera de guadua que al subirla no se tenía que mirar para abajo para evitar el miedo y de esta manera llegábamos al campanario.
El reloj era el que estaba en la iglesia vieja y ya no funcionaba el mecanismo unido a las campanas, tenía que el sacristán dar el toque de las 6 pm y el delas 12 del día, era el ángelus. En la casa acostumbrábamos a hacer esta oración. Con la primera campanada mamá decía: ¡El ángel del señor anunció a María!, y en coro contestábamos: ¡y concibió por obra y gracia del Espíritu Santo!, luego un Padrenuestro y después un Avemaría.
Buscando la linterna fui donde don Marco Fidel Gualí, don Delfín Cubillos, y otros conocidos, pero no la conseguí.
Al otro día a las 4:00 de la mañana estaba en pie, me alisté y abrí la puerta de la casa hacia la calle lentamente, miré para la iglesia vieja pues muchos cuentos de espantos se decían de ella. Miré para todos lados, todo estaba solo, callado.
Alisté la llave de la puerta derecha del templo, para que al llegar no perder tiempo. Rápidamente pasé frente a la iglesia vieja, llegué y abrí de par en par la puerta del templo el cual estaba en gran obscuridad, solamente allá cerca del altar se alcanzaba a ver una muy pequeña luz del velón de la luz perpetua.
¡Esto tan obscuro y yo sin linterna! Ojalá que ya se hayan ido las ánimas del purgatorio -pensaba-. Pues una de tantas historias de espantos era que las ánimas venían todas las noches a orar al templo.
Alisté la llave de la sacristía, que queda en la cabecera del tempo, me santigüé y caminando rápido en la penumbra mirando a lado y lado para ver en qué momento me aparecía un ánima o algún espanto. Por instantes miraba hacia atrás por si las ánimas trataban de atraparme por la espalda.
Subí las gradas cerca del altar y al girar hacia la sacristía, quedé paralizado del susto de lo que veía: era realidad, con la tenue luz del velón, se veía arrodillado el ánima o espanto. No podía salir corriendo ni gritar, sudaba frío, con los ojos bien abiertos y mirando el lugar donde oraba. Con gran tensión inicié un Padrenuestro dirigido hacia el lugar donde aquella figura estaba y fue tanta la atención que pude observar el espanto y mis piernas se aflojaron todavía temblorosas que salí corriendo para la sacristía, prendí todas las luces del templo y comprobé que aquella figura que me asustó no era otra cosa que el reclinatorio, el mueble donde el padre se arrodillaba a dirigir las oraciones.
Lo miré con detalle y pensé: qué gran susto me hizo pasar.