Edelmira y sus achiras
Con 80 años, Edelmira Medina sigue saliendo todos los días desde su casa hacía su puesto de trabajo. Realizar bizcochos se convirtió en el pan de cada día y también, en el de sus hijos.

Por: Liz Farfán
Entre palomas y el ruido de la calle, doña Edelmira Medina permanece la mayor parte del día en su puesto de trabajo. Bolsas gigantes de bizcochos y una joven que le ayuda diariamente, la acompañan en su labor. Lleva toda la vida haciendo y vendiendo bizcochos, pues desde que era una niña, recuerda que le ayudaba a su padre en este arte, manera que adopta para llamar esta dispendiosa labor. Asimismo, fue como adquirió el legado de su progenitor, pues desde entonces hasta la fecha, han pasado 60 años y ella, no ha hecho otra cosa que producir y vender toda clase de bizcochos.
Comenta que desde que tenía 15 años, la galería junto a las calles, fueron sus destinos predilectos para ofrecer el producto que hacía su padre; luego, se desvió un poco del camino y fue entonces cuando consiguió esposo, el padre de sus 9 hijos. El consejo de su papá fue que no abandonara el negocio y que por el contrario, siguiera más firme que nunca, pues ahora tenía que sacar adelante a su familia y el mismo negocio, que era lo único que él podía dejarle.
El empuje
Así que su contribución fue darle parte del plante para que ella iniciara a emprender con este oficio al que le debe la mayor parte de sus canas y la gratitud de poder seguir haciéndolo. Asegura estar “vieja”, pero también tener todas las ganas y el empuje para seguir adelante con el negocio. Tanto así, que la vida le ha permitido aun cuando los achaques de la edad se lo impiden, salir de su casa para vender este producto que tanto esfuerzo requiere.
Por esta razón, asegura que sigue con esta tradición, pues no concibe quedarse en casa, ya que al hacerlo, siente que se le escapa la vida sin hacer lo que realmente la ha movido durante años, su noble rutina de preparar algunos de los amasijos que caracteriza la tradicional cocina huilense; pues a raíz de este oficio, ha conseguido todo lo que tiene en vida y no se refiere a riquezas materiales, sino a lo que perdura con el tiempo. Pues no es que el negocio le deje muchas ganancias.
Quizás, su mejor época, fue años atrás, cuando la cuajada tal vez no era tan costosa y no necesitaba de tantos trabajadores como ahora. Pues en su casa, en Fortalecillas, donde prepara los bizcochos, asegura que cuenta con la ayuda de 3 trabajadores a los que sin duda debe pagarles por sus funciones diarias que no son del todo fáciles. Pues aún sigue haciendo uso del horno de leña y este, de alguna u otra forma sigue generando una labor que requiere de gran esfuerzo. Asegura no quedarse en Fortalecillas porque allá obtendría más perdidas que ganancias y con esto ratifica el refrán que indica que “nadie es profeta en su propia tierra”. Pues de irle bien, vendería tan solo los fines de semana y esto, tampoco es rentable para nadie.
La ganancia
Con todo y esto, doña Edelmira asegura que el producido le sigue dando para pagar trabajadores, comprar la materia prima para sus producciones y además, para el diario que básicamente lo invierte en el transporte y su alimentación. No obstante, del producido que dejan los bizcochos, también debe mantener su hogar y todo lo que esto trae consigo, como pagar servicios y demás, pero lo que no deja y es quizás la más grande virtud de esta mujer, es que a la hora de ganar, a ella, eso, es lo que menos le interesa. Pues con 80 años, la ganancia ya la tiene toda y es tener el domino de seguir aportándole a su vida la gracia de poder seguir trabajando con el negocio que la mantiene en pie.
No le importa ganar porque en definitiva, asegura que el negocio ya no es nada rentable y la competencia es mucha. Recuerda que antes, cuando no estaban ubicadas todas las mujeres que se hacen a vender los mismos productos en la Plaza Cívica Los Libertadores, cerca de su puesto de trabajo, le iba mucho mejor, pero los problemas que le acarreaba hacerse en la calle sin ningún tipo de legalidad, eran aún mayores, pues recuerda entre la gracia y la pena, que había una señora, la cual ya falleció, que siempre llamaba a la policía para que ella se corriera del lugar en el que solía hacerse con grandes canastos y un parasol, debido al fuerte sol que golpea las tardes neivanas y con el que supuestamente, apaciguaba las ventas de aquella señora por lo aparatoso de su tamaño.
Así como esta, son muchas las historias y el trayecto recorrido alrededor del negocio de doña Edelmira y es que sin duda, su mayor fortaleza ha sido saber ofrecer y vender sus propios productos. Pues debido a esto, ha ganado fama y sus bizcochos son de los más apetecidos por el público, pues todos la conocen como “la abuela” y ella se siente dichosa de saber que aun cuenta con clientes fijos que la prefieren por encima de cualquier otra venta. Sus achiras, sin duda, los más espolvorosos y tiernos si de textura se trata.
En definitiva, esta mujer ha sabido luchar para mantenerse en pie dentro del negocio así este solo dé para cubrir los mismos gastos que genera. Como difícil, dispendioso y un tanto desagradecido cataloga doña Edelmira esta labor, pues es mucho el trabajo que debe hacer para lo poco que gana y aun así, entre todo lo que dice, agradece el hecho de poder seguir haciéndolo, ya que de lo contrario, su destino hubiera sido otro.