Doña Lola
Doña Lola, mujer valiente, alta, delgada, de caminar elegante y espigado, partió de inmediato con maletín en mano, atravesando tranquilamente como un ángel el centro de la ciudad.

Iniciándose la década del 50, más concretamente 1952, la situación de orden público en Colombia había empeorado, dada la situación económica y la creciente violencia política. Desde el 10 de julio de 1944, día que un grupo de oficiales trataron de dar golpe de estado deteniendo al Presidente López Pumarejo en Pasto, se venía aplicando casi permanentemente el Artículo 121 de la Constitución, por medio del cual se declaraba “Turbado el orden público y en estado de sitio todo el territorio nacional”. La rebelión fue controlada, tres días despues liberaron al Presidente y el jefe de la oposición, Laureano Gómez, se exilió.
De 1949 hasta el Frente Nacional, la intolerancia no escapó a las cúpulas de los partidos y ni siquiera la Iglesia Católica evocaba la paz. Lo sucedido el 9 de abril de 1948, empeoró la situación, más de tres mil personas murieron en el Bogotazo.
En 1950 para defenderse de la persecución oficial, los liberales organizaron guerrillas en los llanos orientales y la mayoría de jefes liberales la apoyaron. Su crecimiento y golpes al ejército llevaron la violencia a los centros urbanos. Se cometieron inauditos atropellos contra ciudadanos por el simple hecho de ser liberales. En 1951 se calculaba que el número de víctimas sobrepasaba los 100 mil, y medio millón los desplazados.
Yo nací el 23 de enero de 1952, año en que las mujeres hicieron cruzada por la paz. Comisiones femeninas recorrieron las capitales con este propósito organizando manifestaciones pro-paz, y en Bogotá convocaron más de 100.000 personas. Pero nada pudo detener la absurda guerra.
Registra también la Historia que en dicho año fueron asaltados e incendiados los diarios EL TIEMPO y EL ESPECTADOR, lo mismo que las casas del ex Presidente López Pumarejo y Carlos Lleras Restrepo.
Así no hubiera toque de queda, la gente de todas las poblaciones colombianas, procuraban no salir de noche, se recogía temprano. Este era el ambiente nacional cuando yo nací a las dos y media de la madrugada. Hora antes mi padre había partió a casa de doña Lola Bastos de Rojas, la partera más reconocida en Neiva, época en que no existía médico pediatra y cualquiera no se atrevía salir, como ya lo anoté.
Doña Lola se daba el lujo de andar sola y atravesar calles de la ciudad para atender cualquier parto a la hora que fuera. Es decir, la respetaban al máximo. Tenía fama de ser mujer amable y tierna con sicología innata para animar y dar seguridad a la embarazada durante su gestación, parto y posparto; pasos que desembocaban en familiaridad tras diálogos para despejar dudas especialmente a las primerizas.
A quienes pregunté y desde luego recibieron su atención, la calificaron de sabia con responsabilidad y habilidad admirable. Una de ellas se atrevió a decir que era detallista en todo, hasta en el cortar preciso del cordón umbilical, motivo por el cual sus tres hijas lucieron sin complejo sus cortas blusas.
Pero volviendo al tema, para llegar a su casa, mi padre bajó a pie hasta la orilla del Magdalena, evitando desde luego que lo vieran. Bordeó la margen oriental del río bajo la ranchería iluminada con el reflejo lunar, de la calle 12 hasta el Puerto de las Damas -pues no existía la circunvalar-, donde viró luego al barrio San Pedro, espacio urbano en el que residía la familia Rojas Bastos.
Doña Lola, mujer valiente, alta, delgada, de caminar elegante y espigado, partió de inmediato con maletín en mano, atravesando tranquilamente como un ángel el centro de la ciudad. Cuando mi padre regresó a casa -imagino que bien cansado-, ella me estaba bañando en medio del primer lenguaje de todo niño: el llanto.
Muchas veces me he preguntado: ¿A cuántas madres atendería doña Lola en tiempos tan difíciles de orden público, con voluntad admirable, cariño a su profesión y todo ser humano? Más cuando todo en Neiva era tan limitado, empezando por el bajo fluido eléctrico y los exiguos medicamentos preparados muchas veces en las escasas boticas de la ciudad. Por eso hoy le rindo homenaje a través de ella, a toda partera o persona que por cosas del destino, le ha tocado en medio de limitaciones y urgencia, recibir un bebé.
Todo lo anterior me hace recordar también un apunte oportuno de mi padre que aumentó en mí la consideración hacia él: En cierta ocasión lo llamé para recordarle el giro del dinero para mi matrícula universitaria, con su chispa sabia y a flor de labio pero con cierto tono recio, me contestó: “Hijo, desde el día que nació me tiene en carreras, la semana entrante le giro”.
Sé que Mario Gaitán Yanguas, fue una de las tantas personas que doña Lola recibió; Médico catalogado como el primer cancerólogo de América Latina, quien dirigiera el Instituto Nacional de Cancerología durante 17 años. Fue vice-Ministro de Salud y Ministro encargado. Ya a doña Lola de avanzada en edad, este ilustre galeno le extirpó un tumor de cara, procedimiento exitoso que le permitió vivir muchos años más.
Para terminar debo registrar que doña Lola tuvo varios hijos, entre ellos, Guillermo, Alfonso, Oliverio y Fidelio Rojas Bastos, quienes fueron los propietarios de la peluquería y barbería Nueva York, la más famosa en Neiva en las décadas del 50 al 80. Iniciaron en el edificio San Francisco, pasando luego a un local de la calle 8ª No.6-33-, junto a lo que fuera el “Gran hotel Imperio”, hoy “Matambo”, diagonal al Diario del Huila.
Jairo Rojas Cortés y su esposa.
Estos ejemplares ciudadanos heredaron de su padre Milciades el arte musical, motivo por el cual crearon la Orquesta SIBONEY, una de las agrupaciones que alegraron ampliamente los primeros reinados del bambuco con música nuestra y tropical, lo mismo que eventos sociales en los principales salones de la época. Compitieron fuertemente con la Iberia y la Kalamarí, y orquestas famosas que nos visitaban en temporada.
Como “lo que se hereda no se unta”, entre sus nietos se cuenta el compositor Jairo Rojas Cortés, creador de la famosa pieza musical, “Que Viva el San Pedro” -ritmo de “Palo Parao”- con la que alegraron tanto el aniversario de la creación del Departamento este año, y desde luego, varios eventos oficiales. Valga anotar que tiene muchas otras no menos bellas, en otros ritmos musicales. También contamos entre sus nietos a “Memo” Rojas, director radial, programador y animador de voz que convoca, una de las personas que más sabe de música y radio en el sur de Colombia, especialmente en el tema de la salsa.
“Memo” Rojas en su ambiente musical.
Faltaría espacio para citar todos los herederos y herederas de doña Lola, queridos y admirados por la sociedad huilense, entre ellos Ligia, tan sensible como la abuela. Valga terminar anotando, que el don bendito de recibir bebes lo continuó en su época su hija Aura, madre de Armando Suárez Rojas, pianista que ha pertenecido a varias orquestas de talla nacional, quien hemos visto desde niño actuar como solista y en especiales conciertos. Valga para todos nuestros reconocimientos y admiración.