“Ya los atiendo…”, el porqué del abstencionismo
Sin saber leer ni escribir, con Sisbén y sin derecho a pensión, Quintana se arriesgó esta vez a pedir a un amigo en campaña ser incluido en la lista de aspirantes a un subsidio que como adulto mayor en condiciones precarias, merece. “Me lo prometieron pero no me aseguraron nada. No voté. Les devolví la atención”.

El pasado domingo Álvaro Quintana no se animó temprano a ejercer su derecho al voto. A las cinco de la mañana salió a trabajar como voceador de periódicos, oficio que ejerce sin descansar ni un día a la semana, desde hace 47 años. Vería si después de mediodía, votaba o no.
Silbando canciones, regresó a las 11:00 a. m. a su casa y no volvió a salir. Atendería una cita para contar su desilusión política después de trajinar por muchos años como líder de su barrio.
En cada pedalazo sobre la loma hacia El Ventilador, donde vive, recordaba lo duro que ha sido sacar a su familia adelante.
Tiene 69 años. Es de Ibagué (Tolima). A Neiva llegó de 22 años, “volado” con su novia, a trabajar en el circo “Los Marianes” de doña Alcira Díaz, llamado así en honor de Mario, su esposo. Dos años después se le acabó “la payasada” porque, según dice riendo, “el enano se creció, a la jirafa se le destiñeron los colores y al tigre se le cayeron las uñas”.
Pagaba arriendo en el Gaitán, ya era padre de dos niños y el hambre acosaba. Acudió al voceo y a la venta de lotería y de paso visitó a Germán, hijo del prestante político Julio César García, quien le presentó a Pacho, el personero municipal con quienes tiene una eterna deuda de gratitud. “Es especial con don Francisco Javier Arias Vidal porque estando yo tan urgido, me señaló en 1972, donde podía levantar mi rancho”. Agacha la cabeza, parpadea y evita que las lágrimas rueden.
En la siguiente campaña electoral debió devolver atenciones. Pese a su analfabetismo, ya era líder comunitario. Debía reunir gente del barrio. “El doctor Tito García Cabrera aspiraba a la Cámara. Nos pidió que lo apoyáramos y que saliera o no elegido nos ayudaría a solucionar nuestras necesidades. Una semana después llegó una volqueta con el material para hacer estas escalas que descienden hasta la quebrada ‘El Aceite’, por donde subimos o bajamos para acortar camino hacia el centro”.
“Era una quebrada muy limpia, de menos de un metro de honda en la que nos bañábamos cuando no cargábamos suficiente agua de la pila comunitaria. También lavábamos la ropa si no íbamos a río Loro”, dice María Argenis Sierra, su esposa.
Después por acción del doctor Diego Ómar Muñoz Piedrahita nos construyeron las alcantarillas que se ven sobre el lecho de la quebrada. Quedaron altas, como a metro y medio de la base. Cuando llueve y el agua es mucha, hasta las tapas se levantan”.
En el recuerdo del reconocido Negro Quintana no queda ninguna otra “ayuda” como denomina las responsabilidades públicas de nuestros gobernantes y legisladores.
“La última que vino por aquí fue la doctora Cielo González Villa cuando era candidata a la alcaldía. Le dije que la apoyaríamos si nos canalizaba al menos esta partecita de la quebrada “El Aceite” que se junta a un lado de mi casa con la quebrada que llaman “El Petróleo”, donde termina La Isla: unos 50 metros aproximadamente. Me oyó y ahí mismo me dijo: “Eso no se puede”. Le contesté que entonces no habría votos y me mantuve en la decisión hecha desde la época de Jairo Morera Lizcano de no volverle a ayudar a nadie, si no nos ayudan.
“En 1991 en la primera elección popular de alcaldes le hicimos una campaña que nadie imagina en este sector del barrio Ventilador, con vecinos de Las Américas y La Isla, con la promesa de que nos ayudaría en nuestras necesidades, pero nos incumplió. Una vez salió elegido, fuimos a su oficina con don Marcos, presidente de la junta del barrio Las Américas, yo como presidente de la junta del barrio La Isla, el secretario y la tesorera y no nos recibió. Nos puso cita tres veces y nunca nos atendió. La última vez llegamos primero, él entró, saludó y nos dijo: ‘Ya los atiendo’. Una hora, dos horas y nada. Entonces su secretario Alfonso Cortés entró a ver qué pasaba. Vino y nos dijo: salió por la otra puerta. Al tiempo vino a La Isla y se ganó un madrazo por incumplido. Casi le dan duro. Al ver lo que pasó, me dije: Alvarito no más campañas, ni más ruegos. Desde entonces por aquí todo sigue igual”.
Piedras, arena, maleza y palos ocupan los lechos de las quebradas que en verano permanecen secas. Con la lluvia el agua de “El Aceite” sube y tapa hasta dos y tres escalones. Desde la parte alta de la calle el barro baja a montones. No obstante Quintana se siente seguro. Con sus propias manos construyó el muro de contención sobre el que levantó de a poquitos su casa en ladrillos, sin ayuda de ningún político: solo con recursos provenientes de sus oficios de voceador, vendedor de dulces y lotero.
Desde la puerta, la quebrada se ve venir de frente. “A mí sí me da miedo que un día se nos entre”, dice pensativa su esposa, quien vive aparte de él, separada por un muro.
Sin saber leer ni escribir, con Sisbén y sin derecho a pensión, Quintana se arriesgó esta vez a pedir a un amigo en campaña ser incluido en la lista de aspirantes a un subsidio que como adulto mayor en condiciones precarias, merece. “Me lo prometieron pero no me aseguraron nada. No voté. Les devolví la atención”.
MARTHA EUGENIA LÓPEZ
Especial para Diario del Huila