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Dominical/ Creado el: 2014-03-16 04:07

MENENO

En los años 60, la carrera quinta seguía siendo la vía más importante de Neiva. Aún se le llamaba “Calle Real”, su comercio hacia el norte llegaba hasta a la calle 10, con sus esquinas ocupadas por la Alcaldía, el Club Social, el bar Unión y el café Opita.

Escrito por: Redacción Diario del Huila | marzo 16 de 2014

La arteria era angosta y desde luego en una sola dirección de sur a norte hasta la calle 12, donde se convertía desde luego en doble vía. Entonces se construía la circunvalar y el único acceso por el norte a la ciudad era el viaducto metálico sobre las Ceibas, llamado oficialmente “Puente Centenario”.

En la esquina de la doce con quinta se presentaban choques seguidos que en Neiva llamamos comúnmente estrellos. Todo por el cambio de sentido que solo lo prevenía un letrero sobre el pavimento, pues Neiva siempre ha carecido de buena señalización vial. Sorprendía entonces allí, la forma rápida como viraba un jeep Willis azul y sin puertas a la usanza de la época, guiado por un hombre alto y delgado, quien por estreches de espacio apoyaba su pie izquierdo sobre la lámina que bordeaba la cabina.

En cierta oportunidad girando a la izquierda, extendió su largo brazo derecho para saludar en forma alborozada a mi padre, gritándole “Adiós Mosquera-viche”. Desde luego le pregunté quién era y riendo me contestó: “Meneno”.

Era la forma en que Neiva llamaba a Guillermo Montenegro Jaramillo, hombre ilustre, alegre y optimista, quién falleció ahogado en el Magdalena. Nació en Neiva el 23 de octubre de 1923, en el hogar conformado por Don Guillermo Montenegro Azuero y doña Abigail Jaramillo. Tuvo dos hermanos, Alfonso, quién tuvo importante fábrica de aceite en Bogotá, casado con Lucy Vergara Támara, dama perteneciente a una destacada familia sincelejana; y Jorge, quien fue vice-presidente del Banco de Bogotá, casado con Olga Escobar, perteneciente a la familia propietaria del famoso laboratorio que producía el “Mentol Escobar de Girardot”.

Guillermo Montenegro Azuero estuvo vinculado al Santa Librada como profesor de aritmética, sus discípulos recuerdan que era exigente y que contrario a su hijo Meneno, poco reía. Según ellos, su requerimiento pedagógico era más acentuado por su voz estruendosa y varonil, emitida por lo general junto al tablero con trozo de tiza en mano y otro tras la oreja. Como buen matemático no capaba clase y era escasa su comunicación con ellos. Lo recuerdan también con respeto por su rectitud y eficiencia, al tiempo que ríen por la forma como se quitaba las gafas para gritar o llamar la atención.

Meneno ingresó a los siete años al Santa Librada, pasó a secundaria en 1937 y se graduó como bachiller en 1942. Alberto Rivera Ramírez, Alfredo Argote Morón, Aníbal Trujillo Trujillo, Arturo Cometa Díaz, Álvaro Ramírez Rojas, Campo Elías Silva, Carlos Bonilla Rubio, Darío Gutiérrez Blanco, Gonzalo Carrera Salas, Jaime Casas Molina, Luis Carlos Trujillo, Luis Eduardo Dussán Macías, Santiago Álvarez Van-Lenden, Uldarico Liévano Romero, Camilo y Jorge Borrero Scarpeta, fueron sus compañeros de promoción.

Era alto, delgado, blanco y de cabellos negros; le encantó el atletismo, especialmente las modalidades de velocidad y salto largo, para lo cual no tenía rival en el colegio, donde integró también el equipo de baloncesto. Tenía voz fresca, varonil y con dicción perfecta. Era de esos oradores que saben reforzar sus palabras con el movimiento de brazos y manos, expresión semiótica que refuerza el mensaje y que exige respuesta rápida y positiva del interlocutor.

Todo el mundo le admiró su retórica, motivo por el cual cultivó amistades y coleccionó -si vale el término-, admiradores que lo aplaudieron con júbilo. Su ágil pensamiento que permitía el desborde de palabras, lo comenzó a exhibir en la biblioteca del colegio, donde se efectuaban los Centros Literarios. Héctor Trujillo Vargas fue su fuerte contendor, espacio donde se forjaron también otros oradores huilenses con pureza idiomática y altura intelectual.

Cuando se presento en la Universidad Nacional para estudiar Derecho, ocupó el segundo lugar entre 820 que se presentaron. Desde luego allí se hizo ver y por unanimidad fue nombrado Presidente del Centro Jurídico, terminando con excelente promedio. Culminó materias en 1947 y se graduó tres años después tras presentar preparatorios y haber sido Juez en Gigante (Huila), población donde vivió el 9 de abril, día en que por la noche con su fogosidad y sentimiento liberal, se dirigió a los inconformes desde una tarima improvisada bajo la Ceiba de la Libertad, arenga que lo hizo merecedor de una sanción disciplinaria por parte del Tribunal Superior.

Al graduarse abrió oficina para litigar en lo civil y penal, ejerciendo hasta 1958, cuando fue nombrado Registrador de Instrumentos Públicos y Privados en Neiva. Sobra decir que su actuación en sinnúmero de audiencias públicas, lo terminó llenando de más prestigio, pues era mucha la gente que asistía a ellas para escuchar sus argumentos jurídicos.

En 1963 reemplazó en el Tribunal Superior al Magistrado Gerardo Ángel Santacoloma, quien falleció en un accidente de tránsito. Solía ir a pesca los fines de semana, esparcimiento en el que era acompañado por su familia. El 13 de febrero de 1965, solo fue con sus hijos varones al Magdalena por los lados de la fábrica de Bavaria, lugar entonces lejano y solitario. Tras lanzar en varias oportunidades la atarraya que abría con maestría, se le dificultó recogerla, motivo por el cual resolvió zambullir para rescatarla, llevando el tirador atado a la muñeca derecha.

Flotó un poco para tomar aire y decir en forma rápida a sus hijos que estaba bien enredada, sumergiéndose de nuevo para no volver a salir con vida. Dos pecadores que pasaban en canoa no se atrevieron a rescatarlo, sus pequeños hijos tras pedir auxilio a todo pulmón buen rato, colocaron un mojón para señalar la orilla del sitio y partir a Neiva para dar aviso.

Bomberos lo rescataron en el mismo lugar tras bregar con el desenredo, gracias a la eficaz ayuda de Matías Sandino Cuellar. Entonces los féretros eran acompañados por sus amigos a pie hasta el cementerio. Recuerdo que el suyo pasó acompañado por un sinnúmero de personas de todas las clases sociales, bien conmovidas y en profundo silencio.

Era casado con Bertha Trujillo Buendía, oriunda de Campoalegre, quien laboró varios años en la secretaría del Tribunal Superior tras la muerte de su esposo. Ella falleció en un accidente de tránsito cuando retornaba de un paseo en el Baché, el 6 de marzo de 1977.

Meneno y Bertha tuvieron siete hijos: Luis Guillermo, pastor evangélico casado con Teresita Silva Vanegas; Luz Margarita, esposa de mi compañero de estudio Mariano Olarte Dusán; Germán, quien cursó hasta tercer semestre de Administración de Empresas en el Externado de Colombia, laboró en ALMAVIVA y falleció a causa de una bala perdida en la discoteca “Rafael” de Unicentro -Bogotá-; Clara Eugenia, basquetbolista que cursó dos años de Derecho en el Externado de Colombia, integrante de las selecciones de su universidad y la del Huila; José Ricardo, quien falleció en Cartagena a causa de un accidente en moto, casado con Esperanza Farfán Barrera; Martha Elena, casada con Juan Carlos Montoya, presidente de la Toyota para el Caribe; y Bertha Cecilia, casada con Benigno Alberto Salamanca.

 Por Orlando Mosquera Botello