Leonardo Cleves Ortiz
Orlando Mosquera Botello

El 9 de febrero de 1967, el sol tardó un poco en salir pero pronto recobró espacio con rayos opacos en medio de la usencia del viento y la quietud del follaje de los árboles. Un fuerte temblor tras un silbido y un rugir que no alcanzó a durar el minuto pero que fueron segundos eternos, es lo que más recuerda la gente. El reloj de la Catedral quedó señalando las 10:26, hora en que se produjo el terremoto por fortuna de día, con una intensidad de siete grados. El boletín final de la policía reportó 73 muertos y más de 250 heridos de consideración en el Huila. Neiva albergaba la cuarta parte de lo que es hoy su población.
Campoalegre fue el epicentro, allí fallecieron 18 personas y gran parte de sus edificaciones quedó destruida. Uno de los casos más graves fue Colombia, donde solo 15 casas se mantuvieron de pie, de las 250 que existían. Se recibió ayuda nacional e internacional y Neiva se fue irguiendo de nuevo llena de esperanza.
Muchas escenas de dolor quedaron grabadas en la mente de todo el mundo, frente a mi casa pasó Ligia de Ruíz -vecina amena y servicial-, gritando desesperada con su único hijo fallecido en brazos, quien le cayó encima una tapia que unía el viejo hospital con el asilo. Entre los fallecidos se contó al profesor Leonardo Cleves Ortiz, persona apreciada en nuestro departamento, quien tras salir ileso resolvió ingresar de nuevo a la casa para poner a salvo su esposa, terminando bajo los escombros de un muro.
Era hijo de Leonardo Cleves Cano y Filomena Ortiz, oriundos del municipio de Hobo. Fue el cuarto entre cinco hermanos: Ana Rosa, Baldomero, Ana Victoria, Leonardo y Ernesto. Cuentan sus familiares que por ser de tés más oscura entre los hermanos, nunca lo llamaron para servir de ángel en las procesiones, pero en cierta ocasión hubo epidemia de sarampión en el pueblo y tuvieron que acudir a él. La abuela lo empavonó con almidón de yuca para que se viera blanquito, pero mientras avanzaba la procesión llovió copiosamente, pegándosele de inmediato los parparos, quedando el ángel completamente ciego.
Por buen estudiante fue seleccionado para estudiar en Tunja con 20 huilenses más, gracias a un plan concebido por el Gobernador Arturo Borrero y su Secretario de Educación, Floresmiro Azuero Santos, para que el Huila tuviera un buen contingente de maestros, tan escasos entonces en nuestra región.
Concursaron más de cien estudiantes pero solo fueron seleccionados 21: Arturo Espinosa Celis -ex rector del Santa Librada de Neiva, del Simón Bolívar de Garzón y del Instituto Bolívar de Neiva-; Vicente y Ezequiel Perdomo Rivera -este último fundador del colegio “Nicolás de Tolentino” en Albán (Cund), y propietario del “Instituto Cervantes” de Neiva-. También Abraham Mosquera Cuellar, Pedro Paredes Cleves, Leonardo Cleves Ortiz, Alberto Coronado, Dagoberto Barcias, César Perdomo Cabrera, Luis A. Moreno, Carlos Endara Valencia, Alejandro Bahamón, Leoncio Pérez, Jesús A. Collazos, Marco A. Barahona, Jesús María Aguirre -ex diputado Aipuno, cuyo nombre lleva hoy el colegio oficial de tal población-; Marco Elcías Durán, Luis A. Calderón, Manuel A. Vidal, Efraín Durán, y José Manuel Silva. Todos se graduaron como Pedagogos con excelentes calificaciones, recibiendo el departamento felicitación especial del gobierno boyacense presidido por Antonio Córdoba Mora y del Director de la Normal, Julius Sieber.
La Institución fue creada con el método “pestalozziano” en 1870, Ernesto Hotschick fue su primer director y tuvo como sede inicial la “Casa De la Torre”, hoy sede de la gobernación de Boyacá. Por su prestigio fue convertida en primera Facultad de Educación en Colombia. Su primer rector fue Julius Siebber quien la dirigió de 1926 a 1935. De esta excelente época se generó lo que se llamó la “Escuela Sieberiana” que tanto beneficio le dio al país.
Leonardo Cleves fue un gran deportista, compitió a nivel local y nacional en atletismo, sobresaliendo en salto largo y garrocha. Entre los estudiantes huilenses de Tunja era uno de los más altos y fornido. Le encantaba pescar con atarraya y chancearse con todo el mundo. Lideraba el embarque en Neiva que lo hacían en balsa hasta Girardot, y del puerto partían a Tunja a lomo de mula. Maletas de cuero con ropa y petacas para el comiso, era el equipaje.
Una vez graduado trabajó en varios municipios, entre ellos Tello y Baraya. En su propio pueblo conoció quien llegara ser su esposa, doña Diva Cuellar Durán, hija de Alfredo Cuellar Flores y Gertrudis Durán Coronado. Tuvieron cinco hijas, todas nacidas en Garzón: Gloria casada con Guillermo Villar, un veterinario serio y leído que laboró muchos años en el ICA, catalogado como gran señor, padres de Carlos Ernesto -quien fuera mi compañero de estudio-, sobresaliente en todas las materias y gran amigo de la Historia Universal; Gloria María, María Fernanda, María Consuelo, Guillermo y Leonardo Villar Cleves. Vivieron buen tiempo en la esquina de la calle 12 con carrera 4ª.
Lilia, la segunda hija del profesor Cleves, falleció de cinco añitos. Le siguió Nohora, casada con el Coronel manizalita, Javier Uribe Vargas, padres de Francisco Javier, Carlos y Jorge Enrique. Lilia reemplazó a su hermanita fallecida, casada con el danés Knud Kristensen, Ingeniero de Industrias Lácteas, padres de Erick Erhard y Lilia Margrethe Cleves Kristensen, porque en Dinamarca se coloca a los hijos como primer apellido el de la madre. Debo anotar que Lilia fue Señorita Neiva en el Reinado del Bambuco -1964-. Gladys se casó con el santandereano Enrique Sarmiento -Ingeniero Electrónico-, padres de Ricardo, María Cristina, Enrique y Margarita de Las Mercedes.
Ya casado Leonardo Cleves, fue profesor por varios años del Seminario de Garzón, de allí pasó a administrar la hacienda “Malpaso” en Paicol, propiedad de Ignacio Valenzuela y Bertha Borrero. Por dicha época se sintió como pez en el agua porque le encantaba el campo. Su esposa en cambio siempre buscó que se radicaran en Neiva. Aquí fue nombrado vice-rector del Santa Librada, fue fundador del Instituto Ciudad de Neiva -1958- y dictó cátedra en el Instituto Bolívar del profesor Guillermo Vargas Cabrera y el Tulia Rosa Espinosa ITRE.
Tenía voz potente, por algo lo apodaron “el Trueno”, tuve la oportunidad de conocerlo cuando yo cursaba quinto primaria en el Instituto Bolívar -1964-, el cual funcionaba en una casona de doña Rosa Tulia Yepes de Cabrera, en la carrera 5ª entre calles 10ª y 11. En el fondo del patio fueron erigidas unas aulas con techo alto y paredes a media altura para mitigar el calor, a pesar de ser cobijadas por un frondoso mamón de frutos dulces. No había que preguntar en qué salón se encontraba el profesor Cleves, fácilmente se escuchaba de lejos su voz.
Dominaba todo tema, especialmente el de sociales, pintaba a la perfección los mapas. Era exigente en todo, un alumno por hablador que fuera, quedaba apabullado con el tono de su voz. Desde luego, también tenía fama de ser suegro difícil.
Tras dolorosa enfermedad, su esposa falleció en 1955 a los 45 años. Se casó de nuevo con Leonor Andrade Carrera, quien pertenecía al grupo de amigas de su esposa. Con ella no tuvo descendencia.
Tres excelentes profesores fallecieron en 1967, Leonardo Cleves Ortiz, Jacinto Ramos García y Alberto Rosero Concha, todos muy queridos y admirados por la sociedad de Neiva.
Municipio de Hobo.
Seminario de Garzón.
Casa Cural del templo Colonial, edificación donde nació el Instituto Ciudad de Neiva.
Edificio de la Torre.