Las ruinas de los Andaquíes, un proyecto de vivienda que jamás existió
Al costado de uno de los tramos de la ronda de Las Ceibas yacen inertes y en ruinas, tres edificios abandonados, a punto de caer. Hoy parecen ser de nadie, como un símbolo de la desolación, en este caso, de un proyecto de vivienda urbanístico que nunca cobró vida. Primera entrega de la serie Rostros urbanos.
Un elefante de plástico cuelga de la rama de un extenso y viejo árbol. La imagen es tenebrosa. Un tupido monte bordea tres edificios en ladrillo, a punto de caer, que hace 18 años yacen abandonados en el sector residencial los Andaquíes, norte de Neiva. A poco menos de veinte pasos, está la ronda del río Las Ceibas y también, la posibilidad de que tras la culminación de las obras que allí se ejecutan, los edificios puedan en un futuro, desaparecer.
La memoria de los habitantes del sector da cuenta de un proyecto urbanístico que fue abandonado a su suerte, luego de que la constructora huilense Bueno Tafur y CÍA, la cual tenía a cargo el proyecto, se declarara en quiebra absoluta. Con el paso del tiempo, algunas de las viviendas que estuvieron listas y a punto de ser entregadas, fueron saqueadas por los moradores del sector que, aprovechando el repentino y evidente descuido, las dejaron sin puertas, ventanales, baterías sanitarias y ladrillos.
“Esos edificios son un peligro porque están a punto de caerse y averiarse, pueden hasta ocasionar un desastre”, dice Aristides Casallas Caballero, fiscal de la Junta de Acción Comunal del barrio Andaquíes de Neiva, al tiempo que relata los numerosos episodios en los que las autoridades han tenido que llegar al sector para evacuar a los invasores que llegan a tomarse los pisos que conforman los edificios.
Hace dos años, 30 familias intentaron apropiarse del tercer y último de los edificios. “Eso fue en una madrugada, tocó que llegaran los antimotines, el comandante de la Policía, para que pudieran sacar a las personas”, relata otro habitante del sector, quien añade también que se han enviado oficios a las autoridades para que intervengan en la situación del lugar e impedir batallas campales entre quienes llegan a adueñarse de los bloques.
Aristides menciona al respecto que varios residentes de las urbanizaciones han tenido que sellar los dos primeros pisos de los edificios para no dejar que personas ajenas suban y se apropien de los otros y, de esta forma, evitar inseguridad y temor. Muchos pensarían que ante tanto tiempo transcurrido, el edificio estuviera tomado por familias enteras que ven allí una posibilidad de refugio ante la ausencia de oportunidades de vivienda. Pero allí, paradójicamente, solo una familia habita en uno de los tres edificios.
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Los contrastes son notorios. El abandono de las edificaciones pareciera ser parte de una belleza que se complementa con el cuidado de las zonas que bordean el edificio y que los mismos habitantes han hecho posible. Altares religiosos, mesas de cemento, flores, vegetación, animales coloridos hechos en barro y senderos ecológicos, le han dado una cara distinta a los contornos del abandono en que yace el lugar. Las plantas enredaderas que los habitantes han sembrado allí recorren los marcos de las ventanas que alguna vez existieron en las viviendas, formando imágenes, ya no tenebrosas, pero sí con una pizca de antigüedad distinta.
Doña Martha, una docente especialista en Medio Ambiente, reconoce que al llegar hace tres años a la vivienda que hoy habita, ubicada justo detrás de uno de los bloques abandonados, los contornos de los edificios eran un basurero, por lo que emprendió una cruzada para salvar el lugar. “Eran miles de alacranes los que habían allí, la basura que la misma comunidad arrojaba era impresionante, pañales, plástico, residuos de comida. Todo eso lo arreglamos. Nosotros acá pusimos estas mesitas que usted ve ahí, acá vienen estudiantes del sector a hacer sus trabajos tranquilamente, porque el espacio es fresco. En las noches hay luz y pese a todo, es muy seguro”, dice y señala un fogón que también ha dispuesto para que las familias realicen almuerzos u otro tipo de actividades.
Junto a las ruinas de los edificios, los habitantes de los Andaquíes han sabido adecuar espacios de esparcimiento.
Al otro lado, en las viviendas contiguas al tercero de los bloques, varias personas vieron cómo doña Martha adecuó el lugar y emprendieron la misma labor. “Allá, uno ve las materas bien cuidadas, entonces esto es cuestión de mantenerlo limpio y ser consciente del cuidado del entorno, con buenas prácticas y demás”, manifiesta la docente.
Pareciera que el aspecto de abandono del edificio no le incomoda a doña Martha y su esposo Félix Eduardo Valdiz, quienes han hecho, en medio de las ruinas, un acogedor lugar de esparcimiento comunitario.
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Pero mientras algunos hacen de las ruinas un mejor espacio, otros se la juegan para que el abandono de algunos lugares que han quedado desprovistos de vida, les otorgue una oportunidad de vivienda. La familia de Carolina Ortiz conformada por ella, su esposo y dos hijos, es la única que habita el lugar. Son recicladores y de vez en cuando, trabajan extrayendo arena del río. Carolina dice que luego de que, por cuenta de la canalización de Las Ceibas varias familias fueron reubicadas, ellos quedaron sin vivienda. Además, menciona que temía que el problema de la venta de alucinógenos en ese sector a la orilla del río, acarreara problemas a sus dos pequeños hijos en un futuro.
“A nosotros nos conocen por ser recicladores, mi esposo reciclaba en los Andaquíes, entonces fue por medio de él que nos vinimos para acá”, dice Carolina. Ella tiene 46 años y solo hasta hace cuatro, cuando decidió trasladarse a las ruinas de los edificios, supo que existían.
“Mi esposo me dijo ‘mija, allá hay unos edificios que eso no hay nadie y podemos meternos ahí, porque pa’ quedarnos debajo de un puente eso pasa el río y nos lleva’, entonces nos vinimos, porque no había otra opción”, dice, con un hilo de voz del que salen palabras veloces. Mientras tanto, sus dos hijos juegan con un carro control remoto que acaban de regalarles en la Institución Educativa Tierra de Promisión, por haber finalizado con éxito el año académico.
La vivienda tiene unas improvisadas ventanas. Hay ropa colgada, costales con botellas de plástico, carros de juguete, pedazos de mesas y sillas. En la oscuridad de la humilde vivienda, se alcanzan a observar las habitaciones acomodadas y una que otra olla en el suelo.
Carolina relata que al llegar al sitio, los escombros no daban abasto, así que decidieron despejar el primer piso del edificio principal, el cual les daba la oportunidad de acceder a la carretera, pero además, no incomodar al resto de los habitantes del barrio. “Nosotros llegamos por medio de la junta de antes, ellos nos ayudaron. A nosotros en ese entonces, los de la administración del municipio nos dijeron que nos daban quince días para que saliera lo de la reubicación, pero mira, cuatro años y nunca salió nada, entonces eso, mientras esperábamos cómo hacíamos para trabajar y cuidar a los niños”, dice.
La vivienda de Carolina no cuenta con servicios básicos. Ella y su esposo pagan mil pesos diarios a una residente de la casa contigua, detrás del edificio, para el suministro de la energía. Tiene una estufa y una pipeta de gas, que le permite cocinar en el día y la noche, mientras que el agua la obtienen de una manguera compartida que otro habitante del sector les permite usar.
“¿Quiere que le diga algo?, yo vivo acá feliz, porque vivimos solitos, solitos. No hay compincherías, no tenemos problemas con nadie y en últimas, no le hacemos daño a ninguna persona”, dice Carolina. Los tres se despiden e ingresan a la vivienda. Un elefante de plástico cuelga de la rama de un extenso y viejo árbol que ha quedado atrapado en medio de las ruinas. Es un juguete de Daniel, uno de los pequeños de Carolina.
Los tres edificios continúan de pie. Un juzgado es quien se encuentra al frente del proceso, pese a que la constructora encargada del proyecto desapareció; para determinar qué acciones tomar en este caso. Por ahora, los habitantes del sector cuidan los alrededores de las ruinas y evitan que los invasores ingresen a los pisos. Ellos, finalmente, creen que las edificaciones serán algún día demolidas.