La masacre de Palestina, 30 años después en la historia de la Unión Patriótica en el Huila
Un exconcejal, su hijo y dos de sus trabajadores fueron asesinados a bala por un grupo de soldados de la Novena Brigada en zona rural del municipio de Palestina, sur del Huila. Este sería uno de los sangrientos hechos que se enmarcan en la desaparición de este partido político de izquierda. Exclusivo DIARIO DEL HUILA.

Con una misa en el cementerio del municipio de Palestina y un sencillo recorrido por aquellos olvidados lugares, familiares, amigos y simpatizantes de la Unión Patriótica hicieron memoria de lo acontecido hace 30 años con José Jaime Loaiza, Yesid Tumbo, Martín Humberto Coy y Jesús María Galindo, quienes fueron asesinados por efectivos de la Novena Brigada en jurisdicción en esta municipalidad, segun prominencias del Consejo de Estado y la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. Una sobreviviente de aquellos años violentos compartió con DIARIO DEL HUILA cómo fue ese día y lo que significó para ella y su comunidad ese movimiento político y su extinción casi que por completo.
José Jaime Loaiza, Yesid Tumbo, Martin Humberto Coy y Jesús María Galindo fueron asesinados hace 30 años. Segun prominencias del Consejo de Estado, lo habria hecho el Ejército Nacional de esa epoca.
El primer golpe de la intolerancia
En 1982, empezaban a verse grupos políticos con ideas de cambio en una época compleja, pero ya en 1983, salieron a la plaza pública personas de izquierda a hacer política. Y es en ese contexto en el que empieza la persecución. La primera víctima en la vida de doña María Fanny Coy Astaiza de Chimonja, sobreviviente de estos episodios, fue su esposo, Tulio Enrique Chimonja, quien con 33 años de edad es desaparecido el 3 de septiembre 1983 por agentes del Estado. La causa, según su familia, don Tulio fue uno de los que trajo las primeras ideas de izquierda en el sur del Huila. “Se lo llevaron de la casa y hasta la presente, nosotros no sabemos si lo mataron o dónde lo dejaron. Para ese tiempo, a uno le ordenaban que se callara o también llevaban del bulto”, resaltó la señora.
El preámbulo a una masacre
Pero la persecución no terminaría allí. Como retaliación a los frutos de su esposo, la persecución y la guerra en la vereda El Tabor continuarían después en 1985. En ese año, aparecen en el municipio de Palestina masas de campesinos en toda la planicie y veredas cercanas. Resultado de la firma de paz entre la insurgencia y el Gobierno de Belisario Betancourt aparece la Unión Patriótica, y con este espacio, antiguos simpatizantes de izquierda como José Jaime Loaiza y su hermano Martín Humberto Coy volverían a hablar de ideas de cambio e igualdad, relata doña Fanny, quien aún en su mente sigue presente los horrorosos hechos que permean su lánguida mente y destellan frio en su alma.
Su hermano, gran trabajador. Don Jaime, buen patrón
Martín era arriero y agricultor, que por tres años alcanzó a laborar en los tres predios que tenía don Loaiza, dos en la vereda El Tabor y uno en la vereda Jericó. “Era muy trabajador y para ese entonces, él trabajaba con don Jaime. Mis padres todavía vivían, pero eran separados, por lo que se preocupaba mucho por mi mamá. Mi papá se fue y nos dejó”. Así recordó doña Fanny a su hermano Martín, quien se había convertido, junto a don Jaime, en su apoyo en su formación política luego de desaparecer su esposo. Martín era el cuarto de 11 hermanos. Siempre andaba muy sonriente, calmado, gustoso de la vida en el campo, resaltó.
Por su parte, José Jaime Loaiza Gómez, de 50 años de edad, era natural del municipio de Aguadas, departamento de Caldas, e inspector de policía en el municipio de Nátaga. Luego se trasladó al municipio de Palestina y allí se convierte en concejal por el Frente Democrático, movimiento político de izquierda que dio antesala en esa región a la Unión Patriótica. Luego de crearse esta, fue presidente del Comité de Impulso de ese partido en esa época.
Uniformados merodeaban la vereda
Según María Fanny, el 8 de octubre de 1985, un día antes de la masacre, dos de sus hijos de nueve y siete años le pidieron permiso para ir a la casa de don José Jaime a ver televisión. “En ese tiempo, solo él tenía electricidad en la vereda y tenía televisor. Entonces, mis hijos se iban a ver televisión a esa casa, y a veces se quedaban hasta tarde. Esa noche antes de la masacre, mis hijos se fueron a la casa de don Jaime y se estuvieron hasta media noche, y se quedaron y se acostaron a dormir”, relató.
Aquel 9 de octubre, doña Fanny se levantó a las tres de la mañana a arriar los dos caballos que tenían para que comieran. “Yo vivía al lado de la carretera y ya había echado el cuido a las canoas, cuando yo veo a un grupo de gente que subía. Unos tenían uniforme y otros estaban de civil, eran como Ejército. Fue tanto el miedo que me dio que me orillé a un palo y me puse a poner cuidado. Y yo me puse a pensar, ‘¿pero esta gente y a esta hora, ¿que?’ Eran hartos. Pasaron ellos y yo me fui hacia la pesebrera a terminar de echarles la comida a los animales, cuando se oyen los disparos”, relató.
Y el perro aullaba sobre la muerte
El temor se apoderó de ella. Lo que siempre hacía, prender una vela o un mecho para alumbrar a la madrugada, no lo hizo. Pensó que eran enfrentamientos, ya habituales en esa zona, entre la guerrilla y el Ejército. “De pronto, esa gente me veía y me pegaban un tiro. Esperé que amaneciera, y cuando ya eran las cinco de la mañana, ya todo el mundo se levanta, entonces hice tinto. Luego me fui a la casa de don Jaime para preguntarle qué había ocurrido”, contó.
Pero al llegar, el desorden que encontró en la casa para nada presagiaba algo bueno. Libros tirados, ollas rotas, en resumen, un completo desorden fue lo presenciado por doña Fanny desde la misma entrada de la gran casa. “Cuando yo llego allá, encontré las puertas abiertas, la casa revolcada, fundas al suelo. Había una biblioteca, y los libros estaban dañados en el piso, el televisor estaba tirado. Me asomé para la cocina y estaba el plumero de las gallinas; las habían matado y pelado. El único que estaba era el perro que aullaba como loco”, recordó la señora.
Dos cuerpos baleados, tirados en el monte
La muerte había llegado haciendo desorden. Eso fue lo que pensó la primera persona que arribó, luego que aquel pelotón del Ejército, en contubernio con civiles, asesinara a cuatro personas, entre ellos al dueño de esa casa. “Yo salgo así un poquito a ver los alrededores y saber si ellos estaban por ahí. Pero lo que vi fue como una seña como cuando uno arrastra un costal por un camino rial. Entonces, me fui tras la huella de ese rastro, y me encuentro con los dos muertos, uno que era Yesid Tumbo, el hijo de don Jaime, y el otro Jesús María Galindo Home, el trabajador que le ayudaba”, recuerda. Y saber que Yesid se había mudado de Nátaga a la casa de su padre para ayudarle un día antes de trágico día.
La frenética búsqueda de los otros dos
Fanny se percató por un instante que eran las personas que habían llegado muy a la madrugada. “Supe de inmediato que eran esos uniformados los asesinos”. Gritaba a todo pulmón a ver si alguno de ellos salía de su escondite, ocultándose de los matones. “Abrigaba la esperanza que ellos estuvieran por allá muy cerca escondidos. Me fui a hablar con don Francisco Gaviria, el presidente de la junta de El Tabor, para informarle de lo sucedido. Le conté y él dijo que tocaba iniciar la búsqueda, pero no los encontrábamos. No podíamos hacer mucha bulla, porque de pronto nos hacían lo mismo”, dijo.
El militar guardó silencio
El desespero de no encontrar a su hermano Martín Humberto y a don José Jaime, la llevó a ir contra la corriente y “dar parte”, como se decía en aquella época, de la muerte de dos personas y desaparición de dos más, pues hasta el momento, ella no había encontrado ni vivos ni muertos a los otros dos. “En ese entonces, el alcalde era un militar que se llamaba William Mendieta Nova. Bajamos a hablar con él, pero antes le dije a Leonel Otálora [amigo de la familia] que me acompañara a hablar y dar parte de lo que vimos y escuchamos, pero el militar dijo no saber nada. Entonces, el Juzgado Único Promiscuo Municipal decidió ir al lugar a hacer el levantamiento. Cuando subimos, ya la vereda los había encontrado: Estaban muertos”, contó.
Los otros dos cuerpos estaban alejados, más hacia la parte de debajo en la misma finca. Los habitantes de la vereda los encontraron con innumerables impactos de bala, al parecer, ráfagas de fusil, según les explicó Medicina Legal a sus familiares. “Los encontraron hacia la parte de la casa hacia abajo del camino. El cuerpo de don Jaime estaba boca abajo con muchos impactos de bala de fusil. Mi hermano estaba en unos pastos de corte imperial con balazos en la cabeza”, contó.
Impidieron sepultarlos ese día
El entierro de los cuatro asesinados se llevó a cabo el 11 octubre 1985, en medio de otra historia. “Fuimos a enterrar los cuerpo y resulta que en el cementerio habían colmenas de abejas; y ha de saber que nos sacaron a la gente en bombas. Algunos salieron ya casi muertos de las picaduras, y nos tocó dejar los cuerpos allá tirados. Nos tocó entonces volver hasta el 13 que esos animales se aplacaran, y darles cristiana sepultura”.
El cura ordenó tirarlos a la fosa
Finalmente, el trabajador de la finca, Jesús María Galindo Home, lo sepultan en el Cementerio de Palestina en una bóveda en donde estaba también está enterrada su madre. El caso de la sepultura para Martin Humberto Coy y José Jaime Loaiza y Yesid Tumbo si fue compleja. Las bóvedas donde finalmente se depositaron sus restos fueron prestadas por la parroquia del municipio. “Estuvieron enterrados allí durante 13 años, pero luego de ese tiempo los huesitos de ellos los sacaron de las bóvedas y los tiraron a una fosa común sin consultarnos. Dicen que por orden del cura de la época”, denunció.
En el cementerio de Palestina permanecen en una fosa común los restos de tres de los asesinados miembros de la Unión Patriótica hace 30 años por el Ejército. (Foto Paulina Yáñez Vargas)
Y fueron tirados a una fosa común, aprovechando que no estaban ellos en el pueblo. Se fueron porque las balas los hizo ver con pánico otros lugares: A los meses de ocurrida la masacre, a doña María Fanny le toca con sus hijos salir de Palestina y refugiarse por algunos años en el municipio de Pitalito. “Nos tocó reunirnos con otras personas para ir a solicitarle al Gobernador del Huila que desmilitarizara la zona, porque aquí nadie podía trabajar. Eso llegaba el Ejército, se entraban a la casa, se robaban los mercados que porque eran auxiliadores de la guerrilla”, puntualizó.
Hoy, luego de los años, volvió a la tierra en la que levantó sus hijos. Aún el temor persiste, pero dice que ya son otros tiempos. Luego de conocer que los restos de su hermano, don Jaime y su hijo, la ya anciana mujer está a la búsqueda, esta vez de los restos, los cuales estarían enterrados junto con otros restos en una de las fosas del Cementerio de Palestina.