Graciela, una matrona wuayúu
Tiene 42 años pero su labia y consejo parece una de mujer de 80. Graciela Cote Arpuchana es la sabia cacica de la ranchería Dividivi, ubicada en zona rural de Riohacha.

Llegar a la ranchería Dividivi, a las afueras de Riohacha, resulta algo agotador. Sin embargo, vale la pena la incomodidad del trayecto al tener la recompensa de arribar al lugar y encontrarse con la cacica wayúu Graciela Cote Arpuchana, haciendo gala de su fluida y sabia palabra.
Ella, como toda una matrona sale a recibir a los visitantes, y con toda la amabilidad les pone a disposición el recinto. Mientras atiende y trata de hacer sentir como en casa a los arijuna (personas no indígenas), da órdenes en su lengua nativa a las más jóvenes de su tribu. Quiere que todo salga de la mejor manera para que los que no son de su misma raza disfruten la estadía y conozcan más sobre su cultura.
De vez en cuando ‘moja la palabra’ con dos sorbos largos de chirrinchi, bebida preparada a base de panela fermentada, tradicional de esa población nativa en la Península de La Guajira.
Entorno matriarcal
Es fácil percatarse que predomina la figura femenina. Mientras las mujeres se mueven de un lado a otro bajo el ardor del sol, los hombres raramente se ven deambular por el lugar. Se sabe de su presencia porque a lo lejos se escuchan los murmullos de tono grave que interrumpen ocasionalmente la charla de Graciela.
“Esta es nuestra función como mujeres, atender a quienes llegan a visitarnos. Los esposos, hijos, tíos y hermanos están para que hagan otras cosas”, dice.
A simple vista pareciera que quienes se encargan de todo en la ranchería son ellas. No obstante, la cacica siempre defiende el rol de los varones.
“Se dice que nosotras los mantenemos a ellos, porque siempre nos ven activas y haciendo oficios, pero es que el papel de los hombres es diferente. Ellos tienen que levantarse muy temprano a pastorear, cazar, sacar el carbón y construir los ranchos. De manera que cuando ellos terminan sus funciones, seguimos nosotras con las nuestras”.
Añadió que a sus esposos nunca se les ve en los mercados negociando sus productos porque son malos vendedores.
“Ellos no sirven para eso, se dejan tranzar con cualquier cosa. En cambio nosotras no nos dejamos convencer con cualquier peso. Por tradición somos las mujeres quienes nos encargamos de negociar”.
Todas tienen alma de comerciantes, desde las más pequeñas hasta las de más avanzada edad.
Manos tejedoras
Entre dichos y refranes, Graciela manifiesta que el día en la ranchería empieza a eso de las cinco de la mañana. El primer pensamiento de ella y las suyas son las labores de tejido.
“Esto del tejido es vital para nuestra cultura, de eso depende nuestro sustento. Por eso apenas cuando uno abre el ojo sabe que hay que levantarse a tejer y tejer. Esa es una actividad de todo el día”.
Sus talentosas manos, y la de las mujeres de la ranchería, tejen a diario bolsos, correas, llaveros, manillas, monederos, y sobre todo, los coloridos y tradicionales chinchorros, los que según la cacica sirven para procrear y parir a su descendencia, la misma que se resiste a perder sus tradiciones a pesar del paso del tiempo.