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Dominical/ Creado el: 2014-04-27 08:49

Gabo: se fue el padre del realismo mágico

El mejor homenaje es leer y releer su obra para merecer al menos un pedazo de la gloria de este hombre que tanto dio a los libros y a la literatura universal y que inmortalizó a los colombianos ante el mundo.

Escrito por: Redacción Diario del Huila | abril 27 de 2014

Partió un Jueves Santo del año 2014, cuando el cristianismo celebra la Última Cena y el país se da una última oportunidad por la paz, en esa isla del Caribe de sus afectos, de Fidel Castro su amigo y desde Ciudad de México su segunda patria que lo acogió donde vivió por cerca de cincuenta años, pues de su patria natal fue desterrado en 1981 acusado de pertenecer al M-19 cuando regía el Estatuto de Seguridad de Julio César Turbay Ayala.

Lo conocí en persona cuando ya en 1972 había recibido el premio Rómulo Gallegos en Caracas por su obra “Cien años de soledad”, publicada en Buenos Aires (1967), cuyo importe donó al MAS (Movimiento Amplio al Socialismo) grupo muy afín a nuestro proyecto político URS (Unión Revolucionara Socialista) que rompía con la ortodoxia comunista, deslindaba campos con la guerrilla y buscaba un bloque histórico en la versión Gramsciana. En Bogotá visitó nuestra sede en la calle 24 con cuarta cerca de La U. Tadeo y luego de escuchar nuestro discurso y el proyecto de periódico (El Manifiesto) nos preguntó cuántos militantes teníamos, nuestra influencia popular que era entre intelectuales y estudiantes básicamente; nos sugirió que con un boletín mimeografiado era suficiente y nos alentó a desbrozar caminos de unidad con la izquierda democrática. Nada de realismo mágico y mucho de sentido práctico que luego nos abrió las puertas en la revista Alternativa (1974) que fundó el ya consagrado novelista con  Enrique Santos Calderón, Orlando Fals Borda, Antonio Caballero y se mantuvo hasta 1980 con la consigna de apertura a la izquierda y sectores populares propiciando su unidad, contrainformación y lucha ideológica a los medios de información del sistema.

El boom latinoamericano lo integran García Márquez ya convertido en celebridad, el mexicano Carlos Fuentes, el peruano Mario Vargas Llosa (hoy nobel). A tono con las dictaduras militares en América Latina vendría el “Otoño del Patriarca” (1975) acerca del anciano dictador que no era el mismo caso de la dictadura de  Fidel Castro en Cuba con todo y el “Asunto Padilla” (1971) prueba de fuego para la relación política-literatura que dividió a los escritores del continente en dos bandos. El tomo partido por el régimen castrista, que le llevo a enemistarse con la estadounidense Susan Sontag, Octavio Paz por “Deshonestidad Intelectual”. Estuvo al lado del chileno Salvador Allende en 1973 cuando fue derrocado, juró no volver a publicar más ficción hasta que cayera el dictador Pinochet. Su pluma continuó receptiva a las revoluciones de izquierda latinoamericanas con el movimiento sandinista en Nicaragua (1979). Este activismo político le valió que la derecha lo matriculara con la subversión y un peligro para su hegemonía que lo lleva al exilio.

Pero su genio literario y el reconocimiento mundial al recibir en 1982 el Premio Nobel de Literatura que lo catapulta como el escritor más grande del siglo XX al lado de Cervantes y el colombiano más universal junto a las estrellas de la música, el deporte o el cine. Los poderosos y famosos buscan su aprobación y su amistad desde Bill Clinton, Mitterrand, Felipe González, Fidel Castro y la mayoría de presidentes de Colombia y América Latina. Es por ello, que reacciona muy duro ante un escrito de El Tiempo señalando que ha hecho “constantes esfuerzos por dividir mi personalidad: de un lado, el escritor que ellos no vacilan en calificar de genial, y del otro lado, el comunista feroz que está dispuesto a destruir a su patria. Cometen un error de principio: soy un hombre indivisible, y mi posición política obedece a la misma ideología con que escribo mis libros” (8-04-1981). Agrega que es víctima de diatribas infames y hasta le critican su insolidaridad con todos los Macondos que requieren su apoyo. Su vida contradictoria lo llevó a ser arrestado y escupido por la policía francesa que lo confundió con un rebelde argelino hasta quedar encerrado con el papa Juan Pablo II (hoy beatificado) en su biblioteca puesto que no lograba girar la llave en la cerradura. No aceptar el doctorado honoris Causa que le ofreció la Universidad Nacional de Colombia donde inició la carrera de Derecho por decisión de su padre y sí lo aceptó de la Universidad de Columbia (Nueva York, 1971).

Con Colombia su relación fue intensa no solo en los personajes que creó a lo largo de su obra, su preocupación y mediación por el proceso de paz, sino a través del vallenato que cantaba junto a Escalona, amigo al que dedica columnas cuando nadie lo conocía, Emiliano Zuleta, Alejo Durán, Chema Gómez, Leandro Díaz y Lorenzo Morales hacían parrandas desde la tarde a la mañana siguiente en La Guajira o en la Sierra Nevada, en el rancho de alguien remataban con sancocho siempre celebrando con los mejores acordeonistas.

Impulsó el Festival Vallenato que creó con Alfonso López, Consuelo Araújo, Rafael Escalona y otros. Recuérdese que a su esposa Mercedes en el epígrafe de su obra “El amor en los tiempos del cólera” (1985) le dedica un verso de la Diosa Coronada de Leandro Díaz: “En adelanto van estos lugares ya tiene su Diosa coronada”. Pero también se acerca a la música clásica en sus años de universitario cuando sin conocer a Álvaro Mutis se encontraban en la sala de música de la biblioteca de la Nacional en Bogotá, y este pedía el concierto de Viola de Mendelsonh. Cuarenta años después en México señala que Mutis le enseñó a escuchar la música sin prejuicio de clases y hoy señala en “Vivir para Contarla” (2002): “He escuchado tanta música como he podido conseguir, la romántica de cámara, en Barcelona tuve que adoptar por comodidad el orden según instrumentos: el chelo que es mi favorito de Vivaldi Brahms; el violín desde Corelli hasta schonberg; el clave y el piano de Bach, Bartók y descubrí que el milagro de la música es la ilusión de indicarnos por donde va la vida”. Con razón también se dice que “El otoño del patriarca”, su sexta novela, y el “Tercer concierto para piano”, de Béla Bartok, tienen grandes afinidades pues lo escuchaba mientras escribía.

Solo gratitud y respetos por ellos y por Béla Bartok que lo pusieron como música de fondo en la ceremonia de Estocolmo que le ofreció la Academia Sueca pero también hubiera querido escuchar alguna de las romanzas naturales de Francisco el Hombre, como lo hicieron en los funerales en el Palacio de las Bellas Artes de México, puesto que sabían que “Cien años de soledad” es como un vallenato de 450 páginas.

Quizás como “El general en su laberinto”, escrita al final de la vida del Libertador Simón Bolívar, racionalista ilustrado e idealista apasionado de vivir, Gabo también “Cruzó los brazos contra el pecho y empezó a oír las voces radiantes de los esclavos cantando la salve de las 6 en los trapiches y vio por la ventana el diamante de Venus en el cielo que se iba para siempre, las mariposas amarillas de Mauricio Babilonia que no vería volar el sábado siguiente en la casa cerrada por el duelo, los últimos fulgores de la vida que nunca más por los siglos de los siglos volverían a repetirse”. Recordará que solo hay una vida y lo mejor que hizo “no son sus libros sino sus dos hijos” con su compañera de siempre Mercedes Barcha y  que “no soy ni seré nadie más que uno de los dieciséis hijos del telegrafista de Aracataca”. El mejor homenaje es leer y releer su obra para merecer al menos un pedazo de la gloria de este hombre que tanto dio a los libros y a la literatura universal y que inmortalizó a los colombianos ante el mundo.

 

RICARDO MOSQUERA M.

Especial para Diario del Huila

* Ex rector de las universidades Nacional de Colombia y Surcolombiana. Profesor asociado de la Universidad Nacional.