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Dominical/ Creado el: 2014-04-06 07:27

Expedición al origen del río Las Ceibas, fuente de vida de los neivanos

Al descender, a media mañana, nuestro primer encuentro cercano con el río. Con el agua a las rodillas lo cruzamos en cinco o seis pasos. El lecho rocoso se torna color ladrillo.

Escrito por: Redacción Diario del Huila | abril 06 de 2014

Enormes y abundantes piedras y palos circundan las orillas.  Avanzamos. De lado y lado caen vertientes que lo alimentan y robustecen.

Esta semana DIARIO DEL HUILA realizó una expedición al nacimiento del río Las Ceibas, a 3150 metros de altura sobre el nivel del mar. Desde su origen, el agua de la que dependemos los seres vivientes de Neiva y alrededores de la cuenca hidrográfica, discurre impetuosa, potente, bravía.

El recorrido comenzó en carro en Neiva a 430 metros de altura sobre el nivel del mar, a las seis de la mañana del miércoles pasado. Partimos por la vía Platanillal­ – Balsillas, hacia el kilómetro 40,5, sector de La Plata en territorio huilense (1700 metros de altura sobre el nivel del mar aproximadamente).

Desde ese punto tomamos camino a las 8:30 a. m. por una trocha que se bifurca y asciende y desciende a media montaña, circundada por otras muchas.

Suerte que Julio Polanía y Libardo Robayo, guardabosques del municipio, cedieran media hora sus dos caballos.

Sobre ellos o a pie es fácil cruzar las quebradas La Plata y Perú, afluentes del río Las Ceibas. En esta microcuenca la trocha se pierde. En adelante continuamos aguas arriba, todo el tiempo a pie, hacia el oriente de la montaña.

 

Primer encuentro

Al descender, a media mañana, nuestro primer encuentro cercano con el río. Con el agua a las rodillas lo cruzamos en cinco o seis pasos. El lecho rocoso se torna color ladrillo. Enormes y abundantes piedras y palos circundan las orillas.  Avanzamos. De lado y lado caen vertientes que lo alimentan y robustecen.

Internados en el monte ascendemos y descendemos por trochas difíciles.  “Tengan cuidado, no se vayan a caer”, dice el guía. Apretamos el paso. “Esto apenas comienza”, nos anima. Tránsito tortuoso entre arbustos y bejucos que atrapan manos y piernas.

Dos horas más. Es medio día y nos desviamos un poco del camino para tomar fotos desde el filo. Un frondoso eucalipto nos acoge en la cima. El guía Romero señala a lo lejos un claro de luz: es nuestro destino. “Está a más de tres mil metros de altura. Hasta allá no llegaremos  hoy”, dijo.

El aire es puro. La reforestación natural es notoria: cedros, laureles… centenares de especies de árboles de distinto tamaño se yerguen por donde se mire.

Almorzamos y seguimos. Estamos lejos, muy lejos. La altura aquí es aproximadamente 1900 metros sobre el nivel del mar.

 

Espectáculo natural

Al descender dejamos las ruinas de la única casa construida en la zona en ladrillo. Era la de Francisco Polanía uno de los colonos que habitó la cuenca hasta cuando por ley se convirtió en reserva. De nuevo a la trocha. El espectáculo natural de helechos y musgos comienza. Moreras y espinas de otros arbustos hieren las manos.

Vadeamos el río, de nuevo la trocha y así: en un zigzag permanente trasmontamos la cordillera. “Esta es La Danta, uno de los afluentes más grandes”, dice Romero sentado sobre una enorme roca.

Cinco minutos es poco para el descanso. Sobre la margen derecha abunda el pasto. Un novillo, dos… contamos doce gordos, mansos y bellos. “Creo que son angus. Deben ser de algún vecino. No deben estar aquí en la reserva”, dice el guardabosques. Caminamos. A pocos pasos se apoya en un tronco y nos enseña un roble negro, escaso en esta zona. El ingeniero José Miguel Ortega indica que estamos a 2109 metros sobre el nivel del mar.

Tres y treinta de la tarde: el firmamento se despeja. El azul es infinito. Cruce, vuelva y cruce. Las piedras resienten los pies. Pisar las areniscas de la orilla derecha es caer al río. Caminamos sin parar.

Anochece. Hemos andado nueve horas en territorio de la reserva natural que según datos oficiales tiene una extensión de 31.000 hectáreas. Nos detenemos y acampamos a unos 2300 metros sobre el nivel del mar, aguas arriba de la microcuenca de la quebrada El Playón. “Cuando crece, es peligrosa”, dice Romero.  

 

Hilo de vida

Soportamos el frío dentro de las carpas después de consumir agua de panela. Nos acostamos a las 7:30 de la noche. El sonar del río acompaña nuestro intermitente sueño. Llueve. El frío es intenso: a las 6:30, media hora después de levantarnos, cuatro de los seis aventureros continuamos. A las 8:30 a. m. la lluvia nos detiene. Estamos en área del antiguo predio Puerto Rico.

“De aquí hacia allá es difícil escalar porque ya empieza la pared montañosa”, dice Romero. Solo dos de los expedicionarios siguen: el experto guía y el fotógrafo. Una hora después, a aproximadamente 2700 metros de altura sobre el nivel del mar las cantarinas aguas del naciente río Las Ceibas, se dejaron ver bajando entre las rocas de la pared, entre abundantes líquenes y helechos. Extenuados y golpeados por las constantes caídas, los expedicionarios lograron conquistar la meta.

“Fue hermoso ver como surge nuestra agua de vida. Es muy bonito”, dijo Jáder Rivera Monje, el fotógrafo. “Es emocionante volver. Con esta he venido tres veces en 20 años que llevo como guardabosques. La anterior fue en 2008”, afirmó Romero.

Las imágenes quedan para la historia: en su origen el río Las Ceibas es un hilo de vida del que dependemos todos los habitantes de Neiva y buena parte de los colombianos, ya que este descarga cerca de la mitad de sus aguas limpias al río Magdalena. Por ello es nuestro deber defenderlo de su constante deterioro, a toda costa. 

 

MARTA EUGENIA LÓPEZ B.

Especial para Diario del Huila

(Ver galería de fotos)

FOTOGRAFÍAS/JÁDER RIVERA MONJE