Entre santificados
Cuando el Diario del Huila llegue a su casa hoy, en Roma por diferencia de horario -7 horas-, avanza la ceremonia de canonización de Ángelo Giuseppe Roncalli y Karol Jósef Wojtyla, quienes en formalidad el día que fueron escogidos Papas, optaron por llamarse Juan XXIII y Juan Pablo II, respectivamente.

El cambio de designación se debe a la visión que tiene la iglesia católica de los relatos evangélicos en torno al apóstol Simón, a quien Jesús le dio el nombre de Pedro -Roca-, para darle preeminencia sobre los demás discípulos. Los pasajes claves sobre el tema son: Marcos 16, 18-20 y Mateo 16, 13-20. En el primer aparte lo escoge como la roca sobre la cual edificará su iglesia, y en el segundo lo reconfirma pidiéndole que apaciente sus ovejas. Su rol como primer Papa, así no se le llamara Papa, lo registran el Libro de los Hechos de los Apóstoles y documentos históricos que lo resaltan indiscutiblemente de primero para todo.
Tengo grabado en mi memoria el día que el profesor Jacinto Ramos palmoteó con ganas para que sus alumnos calláramos y nos pusiéramos de rodillas. “Oremos, ha muerto el Papa”, fue todo lo que nos dijo, mientras las campanas de la iglesia de San José en Neiva, sostenidas en un andamio de guadua, tañían duelo como todos los templos del mundo.
Era el 9 de octubre de 1958, año en que cursaba primero de primaria en el Salesiano, con Álvaro Benavides Arias, Aurelio Cubides, Jairo Cuenca Devia, Enrique Díaz Escandón, Ramiro Liévano Rodríguez, Alberto Suárez Sandino, Alfonso “Ratón” Andrade Monje, Carlos Facundo Díaz, Carlos Arturo “Tucho” Manrique Macartur, Jaime Cabrera Borrero, Bernardo Casas, Álvaro de Jesús “Loco” Gómez Garcés, Germán García Perdomo, Carlos Eduardo “Tato” Suárez, Ernesto “la Chiva” Díaz, Hugo y Rodrigo Rivera Luna, Roberto y Eduardo Falla Ferro, entre otros.
19 días después, la noticia era la elección de Ángelo Giuseppe Roncalli como nuevo Papa, quien decidió llamarse Juan XXIII. De la figura espigada, solemne, aristocrática y lejana de Pio XII, se pasaba a la regordeta, descomplicada, austera y bonachona de Juan XXIII, con un comportamiento que nadie esperaba de quien hasta entonces se había desempeñado como Patriarca de Venecia.
Recuerdo entre las noticias destacadas por esos días, el primer viaje que hacían en avión sus hermanos campesinos para acompañarlo en la posesión.
Tres meses después citó al Concilio Vaticano II-, el que clausuró su sucesor Pablo VI, y renovó notoriamente a la iglesia. Juan XXIII fue el último en ser llevado en andas y en usar la famosa tiara de oro o triple corona. Rigió el catolicismo durante cinco años con alegría y ternura sorprendente, motivo por el cual se le ha llamado el Papa Bueno.
Juan Pablo II- la dirigido ejemplarmente durante 26 años, dándole importancia a todos los habitantes y acontecimientos del orbe, motivo por el cual el mundo laico le reconoce sin vacilar, su siempre buena intención y santidad desde antes de morir. De allí el beneplácito de miles de millones de feligreses que vienen pidiendo su intercesión antes que la aprobara Roma. Todos recordamos fácilmente su venida a Colombia y en especial a Armero, cuando el olor a lodo aún dominaba el entorno y se preguntaba por desaparecidos de la avalancha.
La canonización es un acto mediante el cual la iglesia católica y ortodoxa oriental, declaran como santo a una persona fallecida, expresando que fue así en el momento de su muerte, motivo por el cual la incluye en su canon para que el pueblo cristiano la venere de acuerdo a las reglas litúrgicas.
Lo hace tras un proceso riguroso que dilucida la duda acerca de su integridad, señalando si ha vivido las virtudes cristianas en grado heroico o si ha sufrido martirio por causa de la fe, lo que conduce a una declaración o exaltación. Se requiere además de la realización confirmada de uno o dos milagros por su intercesión, bendición que Dios otorga en muchos casos con sanación física. Entonces el Papa declara con toda certeza que dicha persona está contemplando una visión de Dios, tras el resultado del proceso que dura como mínimo un año.
Hay seis diferencias entre beato y santo, la principal es que al primero la iglesia le reconoce que ha llevado una vida virtuosa, ha entrado al cielo y puede interceder por aquellos que rezan en su nombre. Del segundo la iglesia tiene la certeza que goza del privilegio de estar en contacto directo con Dios.
El beato puede ser reconocido santo en forma rápida o años después al comprobarse su caso, como fue el caso de San Ezequiel Moreno Y Díaz, quien fuera sacerdote de la Orden de los Agustinos Recoletos y Obispo de Pasto durante 17 años. La canonización hoy de Juan XXIII y Juan Pablo II, han hecho que me acuerde de Ezequiel Moreno y por gratitud de la Fundación que lleva su nombre, donde varios de sus miembros pidieron e hicieron oración por mí, cuando me apareció un cáncer bien agresivo en punta de nariz, del cual sané gracias a Dios y por el cual ando con mi nariz despicada.
Debo reconocer que en varias congregaciones hicieron lo mismo y que Dios no hace acepción de personas. Su voluntad que es buena, agradable y perfecta, puede acatar una o miles de peticiones sin mirar de dónde viene, siempre y cuando se haga de corazón. Desde luego como dicen los cooperativistas, “La unión hace la fuerza” y esa minga el Señor la escuchó y no me canso en reconocerlo y agradecerlo.
San Ezequiel fue un Agustino Recoleto que nació en Alfaro -España- (1848), y se ordenó en 1871 en Manila -Filipinas-, donde trabajó como misionero por 15 años. En 1888 llega a Colombia y restaura la Orden Agustina, al tiempo que reactiva sus antiguas misiones. En 1893 es nombrado Vicario Apostólico de Casanare y en 1895 Obispo de Pasto. Fue modelo de pastores por su fidelidad a la iglesia y por su celo apostólico. En 1906 vuelve enfermo a España donde muere a consecuencia de un cáncer.
Mientras estuvo enfermo y hasta sus últimos días, ayudaba a los que sufrían como él. Se atribuye a su intercesión innumerables curaciones, sobre todo de cáncer. Fue Beatificado en 1975 por Pablo VI, y en 1976 ya se le atribuían innumerables curaciones debido a su intercesión. Lo canonizó Juan Pablo II en Santo Domingo (1992), con ocasión del V Centenario de la Evangelización de América.
A nivel internacional existe la Fundación que lleva su nombre bajo el lema “Llevar amor y pan”, organización creada por el sacerdote Sebastián López de Murga. En Colombia tiene sede en 12 departamentos (36 municipios), donde laicos animados por la iglesia Católica, especialmente por los Agustinos, acogen, conocen, acompañan e iluminan desde la fe y la esperanza, al enfermo que sufre de cáncer para ayudarle a encontrar el sentido a su situación. Desde luego también a su familia cuando tienen necesidades urgentes. La sede de Neiva queda en la calle 13 No.6-14, y a ella nos referiremos en ocho días.
Por Orlando Mosquera Botello