Entre presos: la psicosis
Rafael y Jaime son dos vidas que pasan los días con el uniforme azul pixelado. La rutina es cuidar presos y el esfuerzo, más que físico, es psicológico. Un relato de dos hombres guardianes del Instituto Nacional Penitenciario y Carcelario -Inpec.

Los dos tienen la piel blanca y los ojos claros. Rafael Eduardo sonríe con más frecuencia que Jaime Alexánder pero ambos, a pesar de lo que han visto y vivido en medio de los reclusos, conservan un espíritu alegre. Más allá de la rudeza que pueden transmitir con su uniforme y la posesión de armas, son hombres que coinciden en que ser guardián no es tan simple. No son “los malos” por tener que tratar a diario a personas que han infringido la ley. Tienen unas directrices y deben cumplirlas.
Rafael Eduardo Olaya Polanía tiene dieciocho años de edad y desde septiembre de 2013 se vistió con el uniforme distintivo del Instituto Nacional Penitenciario y Carcelario -Inpec. Está prestando su servicio militar y tras su mirada café clara reposan los aprendizajes y experiencias que le han dejado cinco meses como auxiliar. Mientras tanto, Jaime Alexánder Otálora Forero lleva once años en la labor de manejo de reclusos. Entrar a la institución significó para él una oportunidad laboral -como pocas- que le permitiría ganar estabilidad económica. Él entró en el año 2002, mes de diciembre, como dragoneante.
El padre del más joven está cerca de salir pensionado del Inpec y le recomendó que entrara. “Así no como tanto monte como en el Ejército. Es una manera más fácil de conseguir una libreta de primera. La considero una institución de respeto porque trabaja con mucha gente mala”, comentó el muchacho. Pero los meses de entrenamiento no fueron tan fáciles. “No fui el único que lloré”. Pero no había manera de desistir y en eso tampoco pensó Otálora Forero cuando hizo el curso en Fusagasugá en medio del frío. Él es de Neiva y por supuesto el clima no le cayó tan bien en su inicio de carrera como guardián. “Cuando uno se propone algo siempre sale adelante”, dice. De la misma manera piensa Olaya Polanía.
Contacto directo con presos
A las seis de la mañana todos los presos deben estar despiertos y son los guardianes los encargados de que eso suceda. Cada día se hace el conteo. No puede faltar nadie. Pero antes, a las 4:30 a. m. Rafael Eduardo debe levantarse de su camarote en el alojamiento de la cárcel de Rivera y trotar cuarenta y cinco minutos junto con todos los compañeros auxiliares. Jaime Alexánder empieza su jornada a las cinco de la mañana desde que abre sus ojos en la casa en la que vive al oriente de Neiva. Sale a pasear a Rocco, su perro bulldog. Cuando el reloj marque las siete ya debe estar formando en el centro de reclusión.
Sea cual sea la función que desempeñe un guardián -educativa, remisiones o seguridad interna y externa- el contacto con los internos e internas es frecuente y directo. A los patios con celdas o colectivos (salones) deben entrar habitualmente o, en el caso de las remisiones, deben custodiarlos para conducirlos al Palacio de Justicia a las audiencias, al hospital, notarías, etc. Dentro de la cárcel lo más complicado son los motines. Diariamente hay problemas entre los reclusos y son los guardianes quienes deben mediar.
En cualquiera de esas situaciones que deben enfrentar día a día, el desgaste psicológico es fuerte. Recibir un “chuzón” en medio de un disturbio o que el carro en el que se transporten sea atacado “a tiros” son cuestiones que no escapan de la mente de Rafael o de Jaime. “Uno tiene que estar preparado psicológicamente para lo que venga”, expresó el más joven. “El hecho de estar encerrado y viendo la crisis carcelaria”, agregó Otálora Forero.
El Inpec, una oportunidad
“Nadie sabe realmente lo que es una cárcel”, manifestó Jaime. En su conversación está el descontento por el poco valor que la sociedad a veces le atribuye a su labor y a la de sus compañeros. Pero a pesar de eso, hace su trabajo con diligencia. En años anteriores manejó la parte educativa en el centro carcelario de Rivera y además es enfermero. Pronto, además, se graduará como Ingeniero Industrial en la Corporación Universitaria del Huila -Corhuila- gracias al permiso que obtuvo para estudiar en las noches.
Por su parte, Rafael Eduardo le agradece al Instituto Nacional Penitenciario y Carcelario la oportunidad para aprender. “Acá se es mejor persona, se aprenden valores y que los internos, hayan hecho lo que hayan hecho, son personas”. En agosto de 2014 terminará su año de servicio y aún no sabe si luego se presente a una convocatoria para ingresar de nuevo como dragoneante. Si eso no sucede, hará lo imposible para estudiar Ingeniería Mecatrónica, otro de sus intereses. Jaime Alexánder, gracias al Inpec, logró estabilidad laboral. Sin embargo, no desconoce que internamente hay diferentes falencias que de ser solucionadas, harían que el trabajo como guardianes tuviera más y mejores resultados.