jueves, 11 de septiembre de 2025
Dominical/ Creado el: 2014-09-07 10:53

En el cementerio donde emergen huesos y en sus cercanías espantan

En la vereda La Gaitana de San Agustín, Huila, en plena cima de una pequeña colina se encuentra un cementerio indígena en el que abundan pequeñas tumbas. En las viviendas cercanas no encontramos ni un solo habitante. Unos ruidos misteriosos los han alejado.

Escrito por: Redacción Diario del Huila | septiembre 07 de 2014

Al cementerio indígena de La Gaitana se llega después de caminar una hora desde Puerto Quinchana, por un sendero angosto y empinado que se amplía al coronar la primera loma desde la cual se despliega un amplio valle empradizado, repleto de guayabos.

En compañía de Tania Martínez, de doce años, emprendimos el viaje a las 10:30 de la mañana el último sábado de julio pasado. El viernes al conocerla en San Agustín con Édgar, su padre, nos animó a visitar sin prevención el cementerio indígena de La Gaitana, vereda situada frente a Puerto Quinchana.

Al llegar y no encontrar al padre, su esposa permitió que la niña nos acompañara.

Al cementerio

Camino del puente colgante que pende de un lado de dos troncos de guayabo, un joven salió al paso: “Si van para el cementerio indígena yo los llevo. Soy la persona indicada: conozco bien la zona y puedo guiarlos y hablarles de lo que hay allá. Soy Leiner Males, hijo de Gabino Males, parquero del ICANH”.

Corrió y se puso unas botas. En menos de lo que canta un gallo estuvo a nuestro lado para tomar la delantera en el angosto y empinado camino de herradura por el que ascendimos al cruzar el puente.

Media hora después alcanzamos la primera planicie. Continuamos caminando entre potreros sin ganado. En un sesteadero se ven sobre el piso varios cuencos de piedra prehispánicos con sal.

Desde allí se avista un caserío. “Ese kiosco es la caseta comunal”, dice Leiner.

Nos aproximamos e ingresamos por un pasadizo entre dos casas hacia un patio interior. En total no hay más de cinco viviendas seguidas.

Es medio día. No vemos ni una sola persona en las casas y por el camino solo encontramos dos adultos y un niño que según Tania iban a dejar guayabas a Quinchana.

Bajo dos cobertizos de zinc pintados de verde, hay dos estatuas “Con esta son tres”, dijo Javier, señalando una pequeña. “Parecen una familia”, agregó Tania.

“En el cementerio hay otra estatua”, dice Males, a cien metros de la loma de una pequeña colina. Desde el ascenso no se ve nada. Pienso que es un lugar discreto.

Arribael panorama es bello. En la planicie quebrada, está la única estatua definida, en cuclillas. Montones de tumbas llaman la atención por su tamaño. La hierba es rala. Todo está limpio. Impecable.

“En esta zona hay cuatro estatuas y una carita allí junto a un peña, frente a una casa. Las tres de abajo miran hacia el cementerio y esta hacia ellas. La cariña hacia la pena, como en una señal en triángulo que indica que podría haber más”, dice el joven.

De inmediato busca unos huesos que afirma encontró en una tumba la última vez que ayudó a su padre a limpiar  el cementerio. “Había llovido mucho y seguro por eso salieron, lo mismo que unos fragmentos de cerámica y un utensilio en piedra”, dijo.

Tania y Javier Martínez de diez años, a quien conocimos en el viaje de San Agustín a Puerto Quinchana, quien resultó ser primo de Tania, se acercan como  para medir las tumbas en las que según estudios del investigador colombiano Luis Duque Gómez, primer arqueólogo que estudió la zona en la década del 50, fueron enterrados niños en épocas remotas.

….Después de afirmar que su papá es cuidadoso y “seguro guardó lo hallado”, regresó de la única casa que colinda con el cementerio con unos pedazos de cerámica, un utensilio y otras piedras.  En dos de ellas se ve bien definida unos trazos, a manera de letra hache doble, alargada.

“De los huesitos no hay nada”, dijo, explicando que eran cinco “de la parte de la rodilla y de la tibia hasta el tobillo. Eran grandes: más o menos como de un niño de siete años. Por ser este un cementerio infantil se le llama “Cementerio de la maternidad”.

De vuelta al caserío, frente a una casa lejana habitada por una pareja y dos niños, destapó con agua una carita cubierta de barro

¿Y dónde está la gente que vive allá en aquellas casas?, pregunto.

–“Casi todos se han ido. Ya no quedan sino dos familias habitando estas casas”, responde Leiner.

­– ¿Y por qué razón se fueron?

–"Se cree que debajo de una de esas casas debe haber una estatua o algún objeto extraño. No estamos seguros de lo que hay ahí, pero los que vivían ahí dicen que se escuchan muchos ruidos. No se sabe qué es, pero dicen que los ruidos vienen de debajo de algunas casas, como si movieran huesos…

“Es sabido que si uno construye una casa y hay algo debajo, no se puede vivir bien: la familia vive llevada, como se dice: nunca prospera, ni las plantas ni los animales les producen. Nada, nada llega nunca a funcionar bien. Hasta mi tío, el que vivía en la casa que hay arriba, detrás del cementerio se fue. Está en Bogotá. El también escuchaba ruidos debajo de la casa: como de piedras. No podía dormir, entonces se fue y está mirando a ver si le compran el terreno”.

– ¿Y quién le podría comprar?

– Hay algunos dueños que no le quieren vender al ICANH, otros sí, pero están en esas vueltas de sacar las escrituras. Sabemos que aunque nuestros antepasados vivían guaqueando, ya no se puede: es prohibido, incluso dicen que un señor se encontró una cadena con figuras de oro, pero se emborrachó y la perdió”.

De regreso a Puerto Quinchana con Édgar Martínez quien fue a buscarnos y sin Javier quien siguió hacia la finca de su padre, bajamos por un camino de herradura fangoso, abierto sobre la pendiente que hace más corto el trayecto.

Gabino Males, quien hace un año es el inspector de monumentos arqueológicos con sede en La Gaitana, nos explicó que aunque se cree que la excavación del doctor Duque Gómez fue perfecta,  “la lluvia ha ido trabajando y haciendo que aparezca cerámica en fragmentos y unos huesos delgaditos, que al tocarlos se astillaban. Por la misma lluvia se volvieron boronitas”, dijo, agregando que hace seis meses vino el doctor Fabián Sanabria, director del Instituto Colombiano de Antropología e Historia –ICANH– y hace tres meses el subdirector Ernesto Montenegro.

“Han estado viniendo a visitarnos. Gracias a ellos el parquecito está muy bonito, arreglado, bien cuidado por parte mía. Cuando vinieron no habíamos mirado las boronitas. Eso es muy delicado y no podemos tocar nada. Si el hueso se toca, de una vez se vuelve polvo y cuando se pierde, los que estamos acá perdemos muchas cosas de valor, mucha cosa importante: información, conocimiento…”.

Piedras y fragmentos que salieron a flote en el cementerio indígena de La Gaitana

Como empleado del ICANH ha de saber que con el escaso material óseo hallado en esta zona y en dos de las Mesitas del Parque Arqueológico de San Agustín, Duque Gómez pudo establecer parcialmente a partir de mediciones antropométricas el fenotipo de nuestros antepasados precolombinos.

Menos mal que los trozos de cerámica aún se conservan. En el Museo de Obando, un texto colocado al lado de unas ollas de barro dice que para los investigaciones de nuestro pasado aborigen esos fragmentos valen mucho más que el oro. 

FOTOS: JÁDER RIVERA MONJE