El arte de quitar agallas
Las escamas brillan en el mesón húmedo. En el Malecón del río Magdalena, en Neiva, un grupo de mujeres y de hombres que cada día cambia, se encarga de arreglar los pescados que cayeron en las redes en las noches y madrugadas.

La punta del afilado cuchillo va directo a las agallas que luego vuelan hasta el pico de una garza. Son muy rojas y, claro, el pescado pronto será un suculento plato. A doña Rosa María Tovar le pagan mil pesos por dejar listo un bocachico de buen tamaño, una libra aproximadamente. Ella se autodenomina arregladora de pescado pero nunca está sola.
La vida en torno al río y sus frutos no es nueva para esta señora de 64 años, esposa de pescador. En la ribera del brazo del más grande de Colombia, el Magdalena, en el paso por la ciudad de Neiva, sus manos trabajan desde las ocho de la mañana dejando listos los animales para sus diferentes preparaciones.
Es el Malecón de la capital del Huila, justo detrás de una escultura de un hombre que lanza una red. A doña Rosa, su hija Olga Lucía Garzón y Lucy Borrero, dos mujeres más con el mismo oficio, las acaricia el sonido del agua y las exclamaciones de los pescadores que buscan vender todo lo que atraparon durante la noche o la madrugada anterior.
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“Esto era una alcantarilla, ahora está sellada. Conseguimos baldosa y levantamos ladrillo para poder trabajar higiénicamente”, cuenta doña Rosa sin dejar de quitar escamas. De vez en cuando, con sus manos untadas, bebe un sorbo de un café servido en vaso desechable. Continúa y dice que antes trabajaban sobre una mesa de madera.
Su hija Lucía cree que lo mejor de ser arregladoras de pescado es que no se “matan tanto” y las ganancias son buenas. Sus herramientas son cuchillos afilados, uno tipo achuela (con sierra posterior) y un cepillo elaborado rústicamente con un pedazo de palo con puntillas clavadas. “Es para quitar las escamas más duras”, explica Lucy, quien habla menos y se retira del muro por momentos con un pedazo de toalla sobre su hombro izquierdo.
Ese escudo del pescado lo comercializan algunas veces, por eso lo van acumulando en bolsas, de lo contrario, regresa a la fuente hídrica. Las agallas pueden ser vendidas para la migraña y las vísceras son la carnada para las nuevas pescas. Ellas hacen parte de la Asociación de pescadores del Algo Magdalena que integran cerca de 36 personas.
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El cuerpo del bagre se parte por rodajas y la cabeza en cerca de cuatro partes (primero una raja por la mitad). El procedimiento lo realiza Jhon, un joven de 20 años, con la ayuda de un mazo. Él lleva dos como arreglador, cuatro menos que los que dicen llevar las tres mujeres. “Acá casi todo es por familia”, expresa para explicar su actividad.
Por fortuna para ellos, cada vez son más los compradores que piden que les quiten las tripas al pescado para llevarlos limpios para sus casas. Sea bocachico, mojarra, capaz, sardinata o cucha. “Ahora les da pereza hasta desviscerar la cucha”, comenta doña Rosa. La primera especie de pez es la que tiene un poco más de trabajo pero “por lo general es casi todo lo mismo: lavarlo bien, sajarlo, quitar las vísceras”.
Las jornadas empiezan a las seis de la mañana cuando empiezan a llegar las canoas. Mientras trabajan “chismosean” y sobre las siete de la noche van regresando a sus lugares de vivienda. Las acompañan siempre las garzas que están atentas a lo que les tiran y se espantan cuando alguien se les acerca mucho. Aletean también muy cerca las aves Martín pescador que deciden pescar en tierra.
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La Semana Santa siempre es la temporada de mayor trabajo y, por supuesto, mayor dinero. Mientras tanto, aprovechan los primeros días del año en los que los consumidores se han cansado de comer carnes de res, cerdo y pollo, para tener días buenos.
Por estos días también comentan en el muro las muertes en el agua de varios jóvenes. “La gente se confía y el río cuando más come gente es cuando está seco. Hay mucha moya”, asegura Olga Lucía. Y así pasan los días junto al Magdalena, las escamas, los cuchillos, las canoas, las bolsas de pescado, también las charlas.
Hay quienes están pendientes de la pesca que llevarán a casa y preguntan del oficio o del pez. Hay quienes piden que se cuide la carne. Cada corte parece medido. Doña Rosa dice que siempre se debe estar dispuesto a aceptar los reclamos porque son los clientes los que pagan. Las agallas siguen volando a los picos de las aves.