Celio y Celimo
Orlando Mosquera Botello

Los sabinos, etruscos, latinos, ecuos, ligures, samnitas, sabelios, y hérnicos, fueron pueblos que habitaron la península itálica prerromana. El pueblo etrusco era una federación de 12 ciudades unidas por lazos estrictamente religiosos. Los rigió buen tiempo una monarquía absoluta pero en el siglo IV a.C. terminan aceptando una dictadura de corte militar la cual desemboca en república. Fue la primera experiencia unificadora de la península itálica, el historiador Romano Tito Livio, habla que antes que existiera Roma y conquistara los diversos pueblos, los etruscos dominaban amplio territorio que iba desde la parte nor-oriental del mar Adriático y casi toda la costa del Tirreno.
Lo anterior confirma que fueron potencia naval del Mediterráneo occidental, con factorías en Cerdeña y Córcega. Enfrentaron casi al tiempo griegos y cartagineses, siendo derrotados en última por los romanos ante el natural debilitamiento en diferentes frentes de lucha. Para poder combatir tanto tiempo y debido a escasez de hombres, dieron libertad a la mujer para participar en varias actividades, lo que hizo que griegos y romanos calificaran su cultura de promiscua y libertina.
Como en varias ocasiones fueron aliados de los latinos, en su lucha contra los Sabinos los respaldaron con un ejército numeroso bajo el mando de Celio Vibenna, quien sufrió diversas derrotas pero contribuyó con el triunfo latino. Por su lealtad el monarca lo compensó con una de las siete colinas de Roma, la que pasó a llamarse, el Monte Celio.
En el año 398 d.C. una comunidad cristiana construyó su sede allí, donde según la tradición, fue el hogar de los hermanos mártires, Juan y Pablo de la Cruz, lacerados en el 362. La iglesia original fue arrasada por los visigodos en el saqueo a Roma -410-, la que ha sido restaurada varias veces durante los 17 siglos de existencia. Hoy es casa principal de la comunidad Pasionistas, despacho del superior, seminario y sede de archivo general. Desde luego reposan allí los restos mortales de San Pablo de la Cruz, fundador de la congregación.
Hoy nadie bautiza o registra un hijo con el nombre de Celio -menos un huilense-. Según la Toponimia, rama lingüística dedicada al estudio etimológico de los nombres, Celio significa “Hombre caído del cielo” -femenino de Celia-. Otrora se le asignaba como mote a la persona alegre, sociable, servicial, leal, detallista, centro de toda reunión.
También por tener la misma raíz de “célibe”, se le dio la connotación de “Santo inocente” (cándido o ingenuo), término que viramos los colombianos de manso a menzo, dentro de los múltiples chistes flojos de “Sábados Felices”, asignado a nosotros los huilenses por el paso de un ingenuo campesino doblemente colombiano por INRAVISION.
No digo el apellido de Celio por petición de él mismo, de una de sus primas que ya me había contado su historia, y por tratarse del hijo de un viejo amigo, que fue bautizado así por recomendación de un sacerdote que cumplía su misión en Colombia -Huila- por la década del 50.
Preocupado por la situación económica de sus padres -acorralados por el abandono del campo en nuestro país y por el orden público-, partió Celio con su pinta dominguera y los jornales de la última semana para Bogotá. Como casi todo colombiano, pasó de la mula al avión.
El primo-hermano que le dio alojamiento los primeros días, lo acompañó a golpear puertas con hoja de vida en formulario azul Minerva, y fotocopia de su título de bachiller clásico. Un paisano suyo que lo reconoció cuando buscaba coloca en una programadora, lo recomendó y Celio comenzó a laborar en la sección de utilería.
Sin pereza para el trabajo pero a ritmo huilense, amañado por el calorcito de las localidades donde se guardaba la utilería con mucho cuidado -ya que poco se hacía desde el exterior y casi todo en estudios-, comenzó hacerse notar por las preguntas ingenuas y bien provincianas que hacían honor a su nombre.
Desde luego no faltaron los compañeros “vivos” que se aprovechaban de su ingenuidad, su forma atenta y buenas maneras aprendidas de su profesora en primaria, quien se guiaba con el “Manual de Urbanidad y Buenas Maneras” de Manuel Antonio Carreño, todo enarbolado en un léxico campesino cantado, respetuoso e incontaminado de la grosería citadina.
Leal al texto que señalaba los “Deberes morales del hombre” -obligaciones para con Dios, para con la sociedad, con nuestros padres, la patria, nuestros semejantes y nosotros mismos-, fue objeto de burla y como personaje distorsionado con malos hábitos encajados en la pereza, fue llevado a la pantalla para señalar proclivemente la forma de ser de los huilenses, a lo que hicimos eco en lugar de protestar, porque todo en nuestro país lo volvemos risa. Así nació dicho personaje en el Canal Nacional.
Habrá tiempo para hablar algún día del verdadero Celio, a quien tengo el gusto de conocer, quien no quiere por nada del mundo que se conozcan sus apellidos para que no se mofen más de él. Me dijo que quería retornar pero cambiar primero su nombre en una notaría bogotana para gozar de su pensión en la tierra que tanto ama.
Antes de partir comentó, que Maurice Grossman fundó en 1985 una cadena de tiendas para ofrecer ropa relajada para diferentes momentos de la vida, cadena con más de mil tiendas en 70 países, que se dan el lujo de venderle al mundo, 35 millones de prendas.
Cuando partió, con su nombre también me acordé de un enano que vivió en Neiva y se llamaba Célimo. Como todo enano, anduvo en circo y a Neiva arribó en el RAZZORE iniciándose la década del 60, el que templó su carpa en la plazoleta de los Mártires, la que por entonces no había perdido el espacio de la ampliación de la carrera segunda, área que solo tenía en su centro un pequeño redondel con pedestal que sostenía la imagen de la Inmaculada Concepción.
No tengo idea que problema tuvo Célimo en el circo que resolvió quedarse en Neiva, lo acogió en su casa el reconocido fotógrafo, Jorge Álvarez. Pronto se convertiría Célimo en la mascota del Cuerpo de Bomberos de Neiva, desde luego lo sobaban los muchachos de la ciudad que por entonces iba del Río del Oro a las Ceibas, y del Magdalena a Calixto Leiva y el Obrero.
Hacía guardia en el cuartel que entonces abarcaba el hall del edificio de la alcaldía y bajo sus aleros cuadraban los únicos dos vehículos, uno de ellos sin cabina, especial para desfilar las reinas. En emergencias, Célimo se colocaba el sombrero y se apuntaba la hachuela para subir al vehículo que en ocasiones transitaba la carrera quinta en contravía. Así como gozaba su papel de idolillo bomberil, la gente gozaba como enano verlo pasar en el ululante vehículo.
Así como apareció desapareció, no se sabe si para actuar bajo otra carpa. Lo cierto es que se volvió común, que a todo bajito de estatura en Neiva le llamaban Célimo.
Alberto Rosero Concha, Carmelilla -Cantante de la Orquesta Iberia- y Célimo
Colombia -Huila-.
Circo Razzore
Fresco de la liberación de Celio Vibenna, Villa Albani –Roma-.