“Un amor correspondido”
El lunes 13 de noviembre del año 2000, el DIARIO DEL HUILA publicó esta crónica del escritor Gerardo Meneses Claros, sobre la vida de la actriz María Eugenia Dávila, quien por esos días visitó Pitalito. Hoy, un día después de su muerte recordamos a la más grande actriz nacional.

María Eugenia Dávila vino a Pitalito. Estuvo con nosotros en el Día del Cine, dentro del Festival Laboyano de la Cultura. Una señora actriz, pero por encima de todo, un extraordinario ser humano.
“Adiós, Chavela Rosales”- gritó el hombre apostado a la entrada del Parque Arqueológico de San Agustín. “Adiós, señor” –contestó ella con una sonrisa preciosa.
Chavela Rosales… -le dije- ya casi no lo recordaba. Yo fui Chavela Rosales, la novia de Juan Charrasqueado, en “Pero sigo siendo el Rey”. De eso hace unos años –exclamé.
No sé. Unos quince, tal vez. Lo más bellos es que yo ya perdí la cuenta de mis personajes, pero fíjate, la gente no.
Íbamos tomados de la mano, como dos novios que luego de mucho tiempo vuelven a verse. Su mano delgada, fina, estrechaba la mía a medida que avanzábamos por el caminito de piedra que conduce al Lavapatas. Era ella. María Eugenia Dávila, la actriz más importante que ha tenido este país, la mujer que le enseñó a Colombia que el cine nacional era posible.
Conocí a María Eugenia cuando yo apenas era un niño y ella ya era la amante de Bolívar. Desde ese día comencé a amarla. Seguí sus pasos, sus triunfos, sus películas, sus derrotas. Crecí con ella, como crecimos todos los de nuestra generación. La veíamos todo el tiempo. No había terminado una novela cuando ya anunciaban su nombre para la siguiente. Hasta tengo aprendidas de memoria las palabras cuando ella era la imagen de Jabón Lux: “Como actriz puedo tener muchas caras, como mujer una sola piel”. Y esa piel era la que ahora iba tomada de mi mano.
¿Dónde es Pitalito?
No fue fácil hallar su número telefónico. La última aparición suya fue en la telenovela Tabú de Tevecine. Allí la busqué, de allí me enviaron para RCN, luego de cuatro números más, por fin, una voz ronca, cadenciosa, me contestó:
-¿Hola?
-¿María Eugenia? –Le pregunté con un hilito de voz.
-Sí.
-María Eugenia, soy Gerardo Meneses, te estoy llamando de Pitalito.
-Pitalito… ¿Dónde es?
Como pude me acomodé en el sillón del zaguán y con mi carpeta de apuntes del Festival de la Cultura temblando en mis manos, le conté todo lo que queríamos hacer, que sería un gran honor tenerla y ver con los laboyanos sus películas y hablar del cine nacional y que todos la queríamos mucho y que Pitalito era un pueblo muy culto y…
-Háblame más despacio, ¿quieres? –Me dijo- Vamos por partes. No me has contestado dónde es Pitalito.
Fui un idiota. Lo acepto. Casi la asfixié con mi perorata, me dejé ganar de la emoción y por poco hecho a perder la entrevista. Con todo, le hablé del Festival que realiza la Alcaldía. Dos minutos después estaba de nuevo hablando barbaridades, declarándole mi amor después de veinticinco años de conocerla.
Leyenda viva del cine
Un mes y medio después de esa llamada, María Eugenia estaba frente a mí, en el vestíbulo del Hotel Calamó. Ya en la privacidad de la habitación del hotel tuve tiempo de decirle todo lo que en tantos años había guardado. Y ella, como si yo hubiese existido en su vida la misma cantidad de años, me abrió su corazón.
-Ahora mismo, cuando llegue a Bogotá, voy a participar en “Bolívar soy yo”, una película de Jorge Alí Triana. Vuelvo a trabajar con Amparo Grisales y con Robinson Díaz.
-¡Qué bueno! –le dije emocionado.
-¿Pero sabes una cosa, corazón? Te confieso, estoy cansada. La televisión y el cine ahora son otra cosa. Ya no lo disfruto como antes. Y te juro, si alguien supo lo que es la fama, la gloria y la fortuna, fui yo.
-¿Cuántos premios, Mariú?
-Tienes que ir a mi casa en Bogotá para que los veas. Es un recuerdo lindo. Pero solo eso, recuerdos. Indias Catalina, Antena de la consagración. Simón Bolívar, condecoraciones del gobierno…
-¿No te has sentido en algún momento agobiada por la fama?
-Sí, claro. Sobre todo porque cuando eres rica, famosa y bella es muy difícil tener los pies en la tierra. Y uno se equivoca, corazón. Yo me he equivocado mucho en la vida; de eso tú debes saber, la prensa se ha encargado.
-Sobre todo porque los medios así como te endiosan, así mismo te pueden destruir.
-Más aún cuando eres una imagen, un modelo de comportamiento, de vida.
-Es un oficio difícil…
-Es como tener el cielo y el infierno al mismo tiempo. Uno quisiera asumirlo como un trabajo igual a cualquier otro, pero tú sabes que eso no es así. O dime qué sentirías si sabes que todo un país te idolatra, que todas las mujeres te adoran, que todos los tipos quieren acostarse contigo. Y llegas a casa en medio de la soledad más bárbara, sin tener siquiera con quién hablar.
- Son momentos…
-Son demasiados momentos, querido. ¿Te acuerdas de Señora Isabel? Era una locura.
-Es el peso de ser una estrella.
-O son satisfacciones como esta, estar en un pueblo tan tranquilo, con gente tan linda, encerrada en la habitación de un hotel con un amante platónico –exclamó en medio de una carcajada.
-Te queremos mucho. Mi madre me hizo prometerle que mañana iríamos a su casa a tomar el café.
-Todos han sido muy bellos. Me emocioné mucho cuando Mercedes, la presentadora, me llamó “Leyenda viva del cine nacional”.
-Eso se lo dicen a uno después de muchos años –anoté.
-¡Me dijiste vieja!
-¡No, Mariú, no quise decir eso!
-Eres un cretino, me has llamado vieja.
-Perdóname, yo…
-Me lo dijiste. Pero te perdono corazón –me dijo casi interpretando un papel en una de sus novelas.
-Mira, tanto alabarte para finalmente…
-Se te olvida que a una mujer nunca deben recordársele sus años –dijo acercándose a la ventana y haciendo cara de niña consentida- Y menos cuando ya una está casi menopáusica.
-Mariú…
-Riámonos, corazón -exclamó con otra carcajada- es la única forma de vivir esta vida.