Ruta verde al sur
Un jueves santo, una caminata a un entorno húmedo, frío y lleno de música natural.
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Un jueves santo recorriendo la Reserva Natural La Rivera, la flecha indicando al sur fresco y rodeado de verde sabor a agua dulce y diáfana.
Eran las 6:37 am en Palestina, llovía y la niebla poco dejaba ver las montañas que al norte, al sur, al oriente y al occidente custodian a este municipio del sur del Huila que dista 205 Km de la capital del departamento. Ansiosos, Angie, Hernando y Cristian, esperaban la salida hacia la vereda Villa del Macizo que los esperaba con su belleza y con una tierra muy negra y fértil. Hacía ya unos días que estaba planeada la excursión y el Jueves Santo fue el indicado para realizarla. Llovía. El casco
urbano de la localidad está ubicado a 1552 metros sobre el nivel del mar y ascenderían a 1850 y 2270, la parte más alta de la Reserva Natural La Riviera, el destino.
El reloj marcaba las siete de la mañana y todavía no se prendían los motores de las dos motocicletas. Mientras tanto, la lluvia disminuyó y la niebla iba dejando ver los diferentes tonos verdes de las montañas. A las 8:00 am partieron. El camino embalastrado estaba húmedo y después de cuarenta y cinco minutos dejó ver algunas de las actividades productivas de los campesinos palestinences. A sus costados se podían observar potreros para ganadería, invernaderos para producir tomate de cocina; algunas matas de plátano, maíz y yuca; cultivos de café, caña, frijol y, a más altitud, de granadilla, mora, lulo, durazno, tomate de árbol y fresa.
Por otro lado, el ambiente cada vez se hacía más frío y la bruma más espesa. Poco a poco, el fondo de los precipicios no se podían ver con claridad y las cuerdas de la electricidad parecían perderse en la blancura que enfriaba los rostros de “los turistas” como diría Angie, una joven espontánea y risueña. Sin embargo, eso no fue excusa para no divisar el paisaje níveo y las orillas de la carretera.
Arribo a la casa de El Diablo
Rodeada de muchas flores entre ellas cuarenta especies de orquídeas, la primera parada fue la residencia de El diablo, cuyo nombre es Gabriel Bravo. Sin embargo, es por ese seudónimo que lo
conocen en Palestina. Cojea al caminar y es uno de los fundadores de la reciente vereda del municipio, la que pisaban: Villa del Macizo. Seguidamente, el camino condujo a la casa de Mayer Bravo, administrador de la reserva. Allí, al arribo de los visitantes, habló de la misma.
Aunque legalmente no está reconocida como Reserva de la Sociedad Civil “porque ponen muchas trabas”-confiesa Mayer- es un terreno de propiedad privada, específicamente de los hermanos Bravo (Gabriel, Mayer y Eduardo) quienes decidieron parar de talar hasta cierto punto del área y conservar el resto de la zona para el disfrute de los que quieran gozar de hermosos paisajes y los que deseen encontrar algo diferente a una piscina o a una montaña rusa. En su introducción, Mayer comentó que allí se encuentra un roble negro con 7,40 metros de diámetro; “Se necesitan cinco personas agarradas de la mano para rodearlo” declaró. Además mencionó un lugar en la reserva desde el que se puede ver el Nevado del Huila. Como “abrebocas” compartió un video en el que se pueden observar ciertos parajes y vegetación propia del lugar. Afuera, aún la niebla vigilaba.
Listos para caminar
Luego de esa breve ilustración de lo que encontraríamos y a pocos minutos de “coger camino”, Doña María habló de la posibilidad de encontrar al oso en el camino. La señora de cabello largo, negro con algunas canas y de baja estatura, se unió a los caminantes junto con su hijo Dairon y otro niño llamado Eduard. Don Eduardo, hermano de Mayer, decidió guiar a los excursionistas.
A comienzos del recorrido los cultivos de mora, granadilla y maíz no se vieron, se pisaron. En ellos, la huella de la tala que los Bravo frenaron y una tierra muy negra y húmeda fueron protagonistas. Pronto entraron al bosque caracterizado por la vegetación alta, el terreno fangoso (por partes) y cubierto por astillas que hacían música mientras caminaban. Asimismo, hallaron muchas especies de hongos: rosados, azul claros, cafés, blancos, negros, “de los que cogen los marihuaneros” (en palabras de María) y unos rojos que en su interior tienen un polvo amarillento. En el trayecto, Angie no desperdiciaba oportunidad para posar y que su hermano Cristian la capturara con su cámara gris; los niños siempre se quedaban atrás; Don Eduardo trataba de contar sobre lo interesante que encontráramos; Hernando ponía atención; Doña María hacía comentarios.
La Cabaña de los Espíritus
La reserva natural La Riviera, con 208 hectáreas de Bosque Nativo, limita con el Parque Municipal Rio Guarapas y con el Parque Nacional Natural Serranía de los Churumbelos. En este último se encuentra La Cabaña de los Espíritus. “Pedro, el cuidandero, le puso así” contó Don Eduardo y al parecer en esa construcción fabricada con una especie de pino (patula) se sienten y se escuchan cosas extrañas. No obstante, lo único que se percibe es una bonita edificación y un ambiente limpio y tranquilo.
Pensando en que había tiempo suficiente hasta las doce del mediodía, los caminantes decidieron ir a otro lugar. Caminos estrechos los condujeron a La Cumbre, la bocatoma de dos acueductos veredales. Unos un poco más amplios a la truchera, el sitio donde se cultivan en estanques este tipo de peces (trucha). Entre el primer y el segundo lugar los sorprendió la lluvia que empapó sus ropas excepto las de Doña María y la de los dos niños que, prevenidos, habían llevado plásticos para cubrirse.
Después de unos minutos llegaron de nuevo a la casa de Mayer Bravo y ya sin la niebla se pudo observar la hermosura del paisaje. Jorge Villamil y su verso “azules se miran los cerros en la lejanía” lograban describir de alguna manera lo que se observaba desde aquel punto donde el clima frío es predominante. Por fortuna, los visitantes se dirigieron a la casa de “El diablo” y allí, su hija dispuso sobre la mesa café caliente y unas deliciosas arepas de chócolo.
El almuerzo fue trucha.Arroz, ensalada de remolacha, patacón, yuca y una suculenta trucha ahumada se sirvieron en el plato, acompañado de un exquisito jugo de mora. Después de almorzar y de la foto antes de salir, empezó la caminata. Sin saber en qué momento llegaron tantas personas, se reunieron 15 adultos más los niños que se fueron adelante en el sendero. De nuevo por entre cultivos de granadilla y mora, tierra negra y chuquiosa, el extenso recorrido inició con metidas de pie y una caída. Algunos no llevaban los zapatos indicados para el terreno.
Ahora las cascadas
Una quebrada de aguas claras como lo indica su nombre, marcó la entrada a la Reserva Natural La Riviera y, después de atravesarla, un camino muy pendiente esperaba. En medio del vértigo y un poco de adrenalina todos los caminantes subieron sin problema, a juzgar por un resbalón de una de las mujeres. Enseguida recorrieron El sendero de las Bromelias rodeado, por supuesto, de estas plantas tropicales caracterizadas por hojas alargadas y puntiagudas, cuyas especies son variadas. De igual forma, los pasos transitaron por entre las raíces de los árboles, entre troncos y hojas caídas y la aparición de una lombriz de tierra gigante. “Esas la utilizan en el Caquetá como anzuelo para pescar bagre” manifestó uno de los hombres que vive en la zona.
Luego de varias paradas para hacer tomas y de senderos un poco empinados llegaron a la quebrada La Cumbre también de aguas diáfanas y frías. Allí encontraron la primera caída de agua que, majestuosa, golpeó fuertemente los cuerpos de las personas que se metieron en ella. Fue grabada y fotografiada. La blanca espuma y la forma que adquiere al caer le otorgan cierta magia. La diversión del baño en esa corriente de agua siguió mientras iban quebrada abajo. No obstante, sólo disfrutaron del recurso hídrico Angie, su hermano, dos jóvenes de la vereda Villa del Macizo y Hernando. A medida que avanzaban descubrieron más cascadas y de nuevo, algunos se sumergieron.
Los Tres Chorros es el nombre de la penúltima caída que visitaron en cuya hermosura se posaron los ojos y los lentes de las cámaras. “Parece un vestido de novia” dice Hernando y ese tipo de vistas se convierten en la recompensa de la larga excursión. La última, ya con la oscuridad de la noche amenazando con cubrir el cielo, fue una cascada de aproximadamente doce metros de altura.
De vuelta a casa, con el cuerpo cansado y estropeado los excursionistas regresaron a la casa de Don Gabriel. Eran exactamente las 6:42 pm y la travesía había terminado. Chocolate y pan fueron repartidos al arribo. Angie, su hermano Cristian y Hernando se despidieron. Los motores de las motocicletas se encendieron. Atrás quedó la casa de “El diablo” con sus flores y La Reserva Natural La Riviera. Adelante, como un pesebre iluminado, se podía visualizar el casco urbano de Palestina. Llegaron a él a las 7:45 pm. El paseo de jueves Santo había culminado. El siguiente día esperaba con su vía crucis.