viernes, 12 de septiembre de 2025
Regional/ Creado el: 2019-11-26 09:17

Unas manos que dan vida al barro

“Durante unos cuantos días nuestro improvisado alfarero no tuvo coraje para entrar en la alfarería, pero después, como se suele decir, le acometió de nuevo el bicho de la creación y al cabo de algunas horas la cuarta figura estaba modelada y pronta para ir al horno.  Con las manos ansiosas introdujo la figura de barro en el horno, después escogió con meticulosidad y pesó la cantidad de leña que le parecería conveniente, calculó con la aproximación posible el tiempo y la intensidad del calor y acercó el fósforo al combustible.

Escrito por: Redacción Diario del Huila | noviembre 26 de 2019

Cuando nuestro creador abrió la puerta del horno y vio lo que se encontraba dentro, cayó de rodillas extasiado.”

Segmento del libro la Caverna de José Saramago.

Por: Darwin Méndez L.

La cita estaba prevista para las 10 y 30 de la mañana. El viaje de Neiva a Pitalito transcurrió tranquilo y sin contratiempos. Al llegar a la terminal de transporte de la capital del Valle de Laboyos, la llamo para que me facilite la dirección de su residencia. Estaba expectante de cómo sería conocerla personalmente, entrar a la intimidad de su hogar e indagar un poco sobre su vida.

Luego de desayunar con un delicioso caldo de costilla, tomo el taxi que me conduce hasta su vivienda. La casa está pintada de blanco, tiene dos puertas de madera, una reja metálica a media altura, de color verde y un jardín muy bien cuidado.  Al llamar a la puerta, los ladridos de dos pequeños perros anuncian mi llegada. La puerta se abre lentamente y se asoma una pierna que lucha para que los perros no se salgan; luego aparece la fina figura de una mujer seria, de cabello corto, que me invita a seguir.  Se percibe una agradable sensación al entrar a su casa, la sala es un museo de la cerámica, con obras de gran valor artístico y sentimental que están distribuidas cuidadosamente en repisas y mostradores. 

Después de controlar la emoción de estar allí frente a frente con la artista Cecilia Vargas Muñoz, me presento. Ella me pasa su suave y delicada mano y puedo sentir la vitalidad que irradia.  La seriedad de la primera impresión quedó atrás y con una sonrisa cordial me invita a pasar al comedor para tomar café. 

Todos los lugares de la casa: la sala, el comedor, la cocina, el patio son espacios llenos de arte y de historias.  Esas historias que nacen con cada obra, en los encuentros familiares y en las tertulias con sus amigos.  Mientras nos tomamos el café, me habla un poco del amplio y vistoso patio, un lugar sagrado para las aves libres, donde las alimenta con frutas desde hace 35 años y es un ritual que se repite día a día, dando vida a esta casa de ensueño.  También me platica de los dos bosques que con esfuerzo ha conservado, pese a la inconciencia de la gente que sin permiso y abruptamente tala los árboles que allí se encuentran. 

La escucho hablar atento, siguiendo cada una de sus palabras llenas de pasión, es una contadora de historias que habla con sus mágicas manos; manos que dieron vida a la emblemática Chiva, ese bus escalera adaptado de forma artesanal para el transporte público rural, inmortalizado en la cerámica con todos los detalles, colores y el acervo cultural del campo colombiano, gracias a su ingeniosa creatividad.

Fueron años de investigación, arduo trabajo y mucha dedicación los que dieron como resultado esta magnífica obra de arte, que se puede encontrar en diferentes lugares del mundo como símbolo de nuestro país.  Para la maestra Cecilia, la Chiva es un homenaje al campesino, a su diario vivir lleno de dificultades, pero también de muchas alegrías, a su ingenio, a su trabajo y picardía, y, sobre todo, es un llamado al respeto y admiración porque son ellos los que nos proporcionan los alimentos, pese a la indiferencia y abandono por parte del Estado.

La maestra de maestras

Al hablar de su vida y obra, siempre hay un renglón principal para su maestra, doña Aura Muñoz, creadora, junto a su hijo mayor Pablo, del movimiento cultural en torno a la cerámica policromada en el sur del departamento del Huila; la mujer que la trajo al mundo y le transmitió con el ejemplo y la constancia, el legado que con los años convirtieron a Cecilia en una de las artistas ceramistas y plásticas más importantes y representativas de Colombia.  

Sus obras han sido exhibidas en diversos países de Europa, Norteamérica, Centroamérica y Suramérica.  Reconocidas en diversas publicaciones académicas y culturales; es de resaltar, el trabajo realizado para el Museo del Oro del Banco de la República, sobre la vida y cultura de nuestros aborígenes, un trabajo lleno de historia que permitió recrear la vida de los antepasados.

Cuando regresamos a la sala, me enseña algunas de sus admirables obras elaboradas con barro, esa mezcla de agua y tierra compuesta por sedimentos, que para muchas culturas fue la materia prima que permitió la creación del hombre a partir del delicado modelado de un Alfarero Superior, y que es de gran valor para nuestros pueblos precolombinos. 

Luego de una pausa, trae de un mostrador de madera, donde exhibe algunas piezas, una hermosa figura de una campesina vestida de blanco cargando un canasto lleno de orquídeas, la artista me dice, con una luz en su rostro, que la obra fue elaborada por su progenitora, doña Aura, y con ella ganó la convocatoria nacional para escoger un símbolo del país en 1968; un premio que obtuvo luego de competir con más de 485 participantes de todo el territorio colombiano. ¡No pudo haber mejor legado!

Una artista que no para de crear

Colgadas en la pared hay fotografías con diversas personalidades y pergaminos de reconocimientos. Sobre el escritorio, observo las colecciones donde han incluido su trabajo, sobresaliendo, especialmente el realizado por el gobierno mexicano. Guardado cuidadosamente en un plástico transparente, están los ejemplares de las estampillas en las que quedaron plasmadas algunas de sus obras, en un merecido homenaje del Gobierno Nacional en el año 2018.

Las dos mascotas juegan alegremente corriendo de un lado para otro, entre tanto, la artista Cecilia camina de obra en obra, mostrándome y enseñándome sus características y significados.  Me detiene sobre la serie Terracota, un proyecto que busca la integración al entorno y la sociedad ante los problemas antrópicos que surgen con la construcción de represas, donde se desconocen la vida humana, los ecosistemas, sus territorios y memorias. Esta colección visualiza animales nativos amenazados, extintos y en peligro. 

Luego me enseña su última realización artística, la serie Bahareques: con una combinación de barro, guadua, paja y pigmentos naturales la artista recrea una visión de su mundo cosmogónico, donde cómodamente se mezclan madres, ídolos, animales y cíclopes, que conforman un tejido surreal y mágico que nos recuerda las más profundas expresiones del arte precolombino. Esta propuesta surge luego de largos años de investigación de los “petroglifos” que se hayan en el santuario arqueológico de San Agustín como testimonio de un pasado escondido.

La despedida de un grato momento

El tiempo transcurre cual ilusión que se pierde en los recuerdos y tristemente tengo que partir de regreso a Neiva. Agradecido por su tiempo, me despido de la maestra Cecilia y siento la necesidad de querer regresar algún día para seguir disfrutando de sus historias, dichos y anécdotas, de poder hacer parte de sus tertulias y escuchar las ideas y locuras que se cuecen en su mente brillante.

Me alejo de su residencia y llego a la vía que va al municipio de San Agustín para tomar el transporte que me lleve a la terminal. En el recorrido puedo ver en los diferentes puestos de artesanías, la emblemática chiva, el artículo insigne que permite la subsistencia de un buen número de familias en el Huila y que adorna la sala de nuestros hogares, pero que, seguramente, muchos desconocen quién es su creadora. 

En el bus de regreso a Neiva recuerdo la alegría, vitalidad, creatividad, sencillez y sensibilidad de la artista Cecilia Vargas Muñoz y me quedo con la frase que la identifica: "Entre el vivir y el soñar está lo más importante: despertar".

Agradecimientos: Elinor Casanova.