sábado, 13 de septiembre de 2025
Regional/ Creado el: 2019-10-21 10:29 - Última actualización: 2019-10-21 10:29

Una crónica de despedida

Esa noche, fue la primera vez que viví de cerca la guerra; una guerra que conocía gracias a los medios de comunicación que viven del morbo y la desinformación; una guerra que veía en televisión y me era indiferente.

Parque Principal Vereda El Paraíso

Escrito por: Redacción Diario del Huila | octubre 21 de 2019

Diario del Huila, Turismo

Al Paraíso lo conocí buscando unos ojos negros, un cabello crespo y una risa de encanto que me habían enamorado.  Llegué, en medio de la zozobra de un país sumido en una guerra absurda, a un territorio desconocido y militarizado, donde un extraño era visto como alguien sospechoso, máxime cuando era mechudo y barbado. Pero, el deseo de sentir sus dulces y delicados labios y perderme en su mirada de ensueño, me hicieron doblegar el miedo y adentrarme en lo desconocido.  El amor lo vence todo, incluso el temor a perder la vida.

La primera noche, tomados de las manos, acostados en el pasto viendo las estrellas, terminó convertida en una representación sacada de una de las películas bélicas de Spielberg: ráfagas de ametralladoras disparadas por el avión fantasma cayendo sobre la montaña, luces de bengala que iluminaban el firmamento para ubicar al enemigo, destellos seguidos de explosiones. Un mágico momento se convirtió en un triste espectáculo que se repetía una y otra vez en distintos lugares de Colombia, con muertos, heridos y miles de desplazados.  Esa noche, fue la primera vez que viví de cerca la guerra; una guerra que conocía gracias a los medios de comunicación que viven del morbo y la desinformación; una guerra que veía en televisión y me era indiferente.

En ese momento, caminar por las calles del Paraíso era un desafío ante las miradas inquietantes de sus pobladores, cansados de abusos y atropellos y, sobre todo, ante la mirada de los militares, ansiosos por dar resultados justificados, algunas veces, con falsos positivos; legitimando a un gobierno mentiroso y corrupto, que mientras hablaba de un corazón grande, asesinaba a jóvenes inocentes e imponía, a través del miedo, un régimen tirano y déspota. 

No obstante, sus miradas me eran indiferentes. Caminar a su lado no solo me fortalecía, sino que ahuyentaba toda amenaza. Su mano, tomando la mía, me elevaba a otro nivel, donde no había espacio para el temor. La única mirada que penetraba todo mi ser era la suya y estaba llena de amor.

Una tierra bendecida por la naturaleza

La vereda el Paraíso es el segundo centro poblado más grande del municipio de Algeciras, Huila, ubicado por la vía que va de Balsillas al Caquetá.  Lo conforman el Paraíso Nuevo y el Paraíso Viejo. Posee un paisaje hermoso y el clima ideal. Una tierra bendecida para la agricultura; sus montañas están adornadas con diferentes cultivos de café, lulo, tomate, habichuela, granadilla y aguacate.

Por mucho tiempo Algeciras fue reconocida como la despensa agrícola del Huila. Desafortunadamente, el conflicto armado fue cruel con este municipio y lo convirtió en zona roja y, en consecuencia, objeto de estigmatización social.  Un estigma que nunca me importó y que, más bien, preparó el escenario perfecto para un idílico y desafiante encuentro de amor.  

Las visitas estaban llenas de emociones y experiencias inolvidables, que me permitieron entender la dinámica del conflicto, que consiste en amenazar, desplazar y matar, en muchas ocasiones sin saber por qué, al igual: pobre, sin educación, sin oportunidades, encerrado en un círculo vicioso de carencias y  necesidades; mientras los que crearon el conflicto y se benefician de él,  viven en lujosas casas, con grandes sueldos provenientes de los impuestos que pagamos, escoltados para proteger sus honorables vidas, viajando por el mundo y dando la mejor educación a sus hijos en las más prestigiosas universidades.  Entre tanto, el campesino, el guerrillero y el militar le ponen el pecho a una guerra estúpida, en una sociedad en la que sus vidas importan un bledo.

Hoy que regreso al Paraíso, después de muchos años, sentado en el parque donde tantas veces en su compañía observamos el diario vivir de sus habitantes y hablamos de un futuro mejor, con su cabeza recostada en mis piernas y mis manos acariciando su angelical rostro, veo un poblado distinto. En lugar de paredes perforadas por las balas de los fusiles, encuentro hermosos grafitis que expresan la esperanza de una comunidad que le apuesta a la paz; ya no hay militares ni guerrilleros y la tranquilidad se refleja en el rostro amable de los habitantes que me saludan sin importar quién soy.   

Dulver Rivera, presidente de la Junta de Acción Comunal, quien ha estado toda su vida en esta vereda, me comenta que después de la firma del acuerdo de paz entre el gobierno y las Farc, el Paraíso cambió significativamente; atrás quedaron esos días oscuros de miedo y zozobra.  Sin temor, los campesinos pueden ir a sus parcelas, los niños a las escuelas y los visitantes, como yo, recorrer las calles y apreciar lo bello del paisaje. 

El Paraíso es un territorio de paz, de gente laboriosa, que, pese a sufrir los estragos de la guerra, se reinventa para ofrecer lo mejor. El pasado lo ven como una pesadilla que por fortuna terminó. El presente es la oportunidad para consolidar una paz estable y duradera, de oportunidades y bienestar, para que las nuevas generaciones tengan un futuro más prometedor. 

Una comunidad que requiere ayuda

El apoyo del gobierno nacional ha sido nulo. Atrás quedaron las promesas de ayuda y desarrollo para los pueblos más afectados por el conflicto armado. El Paraíso sigue esperando la mano generosa de un gobierno, que vende la imagen ante el mundo de estar comprometido con el posconflicto, pero que, en la realidad, es mezquino y busca entorpecer todo lo acordado. A estos máximos dirigentes no les conviene la paz. 

Dulver me dice que también ha sido falta de gestión por parte del gobierno departamental y municipal, ya que, pese a los obstáculos del orden nacional, se hubiera podido tramitar algún proyecto que los beneficiara.  Lo cierto es que la población necesita iniciativas que mejoren sus condiciones de vida, con carreteras dignas, planes productivos, vivienda, centros de salud y educativos bien dotados, entre otras. La ayuda que han recibido proviene de organizaciones civiles y universidades, que sí entienden la importancia de acompañar y apoyar a las comunidades en estos procesos del posconflicto, para que puedan sobreponerse a la guerra y no volver a caer en ella.

 

Un recuerdo que sigue vivo

Tristemente, la mayoría de los colombianos que no han vivido la guerra, siguen pensando que el proceso de paz fue una pérdida de tiempo y que todo fue una farsa; a esas personas las invito para que visiten pueblos como el Paraíso y hablen con sus habitantes, para que sean ellos quienes les expliquen lo fundamental del acuerdo, pese a todos sus errores y falencias.

Después de dialogar con Dulver, decido caminar por el parque y la calle principal. Ya no encuentro las miradas intimidantes. La vida transcurre como debiera.  Tomo unas cuantas fotografías. Respiro el ambiente limpio de la montaña y el olor me recuerda a ella; sus ojos negros y su sonrisa las veo en los niños que pasan alegres después de la escuela y siento su piel en la suave y delicada brisa que baja de la cordillera y me acaricia. 

Hoy, doce años después de mi primera visita al Paraíso y a más de 8 mil kilómetros de distancia, la sigo recordando y el amor se mantiene intacto, todavía deseoso por tomar su mano y perdernos bajo las estrellas hacia lo desconocido.


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