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Regional/ Creado el: 2019-12-16 02:24

Un mono ‘e la pila amante del arte

El motivo de mi visita era entrevistarme con Juan Pablo Mosquera, creador del Salón Municipal de Artistas y Festival “Mono’e la Pila”, que llegó a su undécima versión.  

Escrito por: Redacción Diario del Huila | diciembre 16 de 2019

Por: Darwin Méndez Losada

El cielo estaba parcialmente nublado, a lo lejos se divisaba la cordillera, que iba cobrando importancia en el paisaje con sus tonalidades verdes. Al bajarme del colectivo, lo primero que observé fue el imponente templo de Nuestra Señora de las Mercedes, cuya construcción inició en 1860 y 40 años después fue culminada.  Es una obra elaborada en ladrillo cocido, unido por argamasa y estructurado con salientes, para conformar texturas sobre los muros en forma de franjas horizontales; el arquitecto fue el estadounidense Guillermo Barney, quien le dio las características de la arquitectura norteamericana de finales del siglo XIX.  En su interior se encuentran unos vitrales tan hermosos, que parecen de ensueño, es una magnífica obra que narra el viacrucis de Jesús; una joya, tal vez, única en Colombia. 

En el parque principal, bajo los frondosos árboles, algunos adultos mayores socializaban sentados en las bancas, y en los jardines, como decoración, se apreciaban diversas figuras navideñas típicas en el mes de diciembre. El nombre Agrado, fue perfectamente instituido para este municipio que, sin duda, es un oasis de paz.  Aún conserva edificaciones coloniales de gran belleza arquitectónica, y al no ser por la ignorancia de algún mandatario local, que prefirió el asfalto a conservar los rastros de los tiempos de la colonia, sus calles aún tendrían su original empedrado.

El motivo de mi visita era entrevistarme con Juan Pablo Mosquera, creador del Salón Municipal de Artistas y Festival “Mono’e la Pila”, que llegó a su undécima versión.  Juan Pablo me recibió amablemente y, sentados en la amplia sala de su casa, me habló del proyecto que se consolida en el Huila.  Con voz pausada, me dijo que esta idea había nacido como una necesidad de generar espacios culturales en el municipio, que permitiera formar a niñas, niños y jóvenes en diferentes disciplinas artísticas, a partir de los conocimientos y experiencias de los invitados.  En la charla hizo énfasis sobre dos ideas principales del proyecto:  generar una inquietud artística en los participantes y sensibilizar a través del arte a las nuevas generaciones en la búsqueda de mejores seres humanos.  Una apuesta nada fácil, en una sociedad en donde el arte y la educación son relegadas a un segundo plano. 

Un artista consumado a su trabajo

A Juan Pablo Mosquera lo conozco desde hace varios años. Es un artista camaleónico. Cada vez que lo veo lleva una “pinta” diferente: a veces con el cabello rapado, otras veces largo o rapado a los lados y largo en el centro, con barba, afeitado, todo dependiendo de la obra de performance que esté trabajando.   Sus diferentes propuestas escénicas, siempre ligadas a problemáticas sociales, le han valido un reconocimiento a nivel regional y le han permitido participar en diferentes salones de artistas en Europa.  Es un hombre inquieto, inteligente y soñador, que durante 11 años ha logrado posicionar un espacio fundamental en la región con una propuesta alternativa e incluyente. 

Pero ejecutar y mantener este proyecto no ha sido fácil, ha tenido que librar muchas batallas para hacer entender, especialmente a la clase dirigente, que espacios como el festival son necesarios para la comunidad porque posibilita el desarrollo de la creatividad, de la construcción de tejidos comunicativos, de las emociones, de la sensibilidad, ejerciendo un efecto liberador indispensable en una sociedad como la colombiana, donde el conflicto armado y los problemas sociales han dejado cicatrices profundas y el arte aparece como medio curativo.   Además, para el caso del Agrado, el arte contribuye al fortalecimiento del sentido de identidad y pertenencia de lo que significa ser agraduno. 

Juan Pablo terminó de hablar y me invitó al lugar donde se estaba desarrollando la intervención artística con el primer invitado al festival. Salimos de su casa y pasamos nuevamente por el parque principal, a esa hora jóvenes y adultos vestían buzos de color rojo y con banderas del mismo color, recorrían, con la ilusión reflejada en sus rostros, los establecimientos comerciales. Después me enteré, que ese día se llevó a cabo la final del futbol profesional colombiano, donde el América de Cali quedó campeón. Entendí por qué tanta efusión.

La alegría de pintar

Llegamos al malecón, un lugar destinado para las actividades deportivas y culturales del municipio. Allí, el artista Emmanuel trabajaba junto a una veintena de participantes vestidos con “ropa de pelea”, quienes deseosos de aprender se fueron animando, para seguir las indicaciones del maestro sobre la forma de pintar con brocha un mural, siguiendo la corriente artística del arte cinético.  Él, con mucha dedicación, se esmeraba en explicar a cada uno de sus alumnos la técnica y la intensión de la obra. 

Mientras los tímidos artistas en formación daban pincelazos sobre una fría pared pintada de blanco, la cual pronto cobraría vida con colores rojos, amarillos y azules, tuve la oportunidad de dialogar unos minutos con Emmanuel.  Es un hombre alto y delgado, con el acento venezolano bien marcado, su ropa y manos estaban untadas de la materia prima con la que se ha ganado la vida y ha recibido un importante reconocimiento, en su rostro y forma de hablar pude sentir la pasión por lo que hace y lo que significaba participar en este evento.  

Emmanuel es un administrador de empresas que desde niño mostró un gran amor hacia las artes. Nació en la ciudad de Mérida, ubicada en los andes venezolanos.  Junto a un grupo de artistas de esa región, formaron un colectivo artístico que albergaba diferentes disciplinas y que tuvo un importante impacto en esta ciudad.  Posteriormente, algunos empezaron a realizar su trabajo por separado y Emmanuel decidió radicarse en Colombia, en donde ha seguido trabajando el muralismo urbano. Muy a mi pesar, no pude conocer más de su historia de vida, pues su presencia fue requerida por una niña que dudaba en su trazo, así que Emmanuel se alejó y retomó su labor de maestro.

Al tiempo, Juan Pablo, que había estado de un lado para otro, ubicando y entregando los materiales requeridos para la intervención artística, volvió a mi lado y, junto a él, la señora Yineth Trujillo Tovar, su mamá, gran apoyo y aliada incondicional de sus locuras, quien lo ha acompañado desde el inicio del proyecto.

En tanto mirábamos a las promesas artísticas pintar emocionados, Juan Pablo me dijo que el gran reto es expandir el festival a otros lugares y espacios del municipio, convirtiéndolo en una vitrina turística y que el arte sea el pretexto para que al Agrado lo visiten cientos de personas, no solo de la región sino de todo el país y del exterior.  

“A quejarse al mono’e la pila”

El día iba cayendo lentamente y yo tenía que regresar a mi destino, así que le pedí el favor a Juan Pablo para que me acompañara al lugar donde está la imagen que identifica al festival y de donde se ha tomado el nombre del salón. Quería llevarme una buena fotografía.  Volvimos al parque y nos ubicamos frente a la pila, traída desde España en el siglo XIX, con las caras del mono, que está representada por 8 rostros del fauno.  En Bogotá y otras regiones del país que tenían este tipo de pilas, las cuales sirvieron para mejorar las condiciones de vida de las personas al poder recoger el agua de forma más adecuada, se hizo famosa la frase, “A quejarse al mono’e la pila”, toda vez que muchos se quejaban al tener que cargar las tinajas llenas de agua hasta sus casas.  Esta emblemática pila en el municipio del Agrado fue la excusa utilizada por Juan Pablo para darle una identidad a su gesta. 

Después de tomar la fotografía en compañía de su hija Sahara, me sentí muy emocionado por este tipo de escenarios, tan necesarios y enriquecedores.  Proyectos como este deberían existir en todos los municipios del Huila y su gestor no debería estar cada año pidiendo la generosidad política para realizarlo, por el contrario, los gobernantes deberían buscarlo para motivarlo y brindar el apoyo económico y logístico, que haga de este festival un referente a nivel nacional e incluso internacional.  Pero sé que es mucho pedir de nuestros mandatarios.  Con un abrazo fraterno me despedí de Juan Pablo y tomé el colectivo que me llevaría hasta Garzón.

En el trayecto de regreso pude advertir con más detalle el desafortunado impacto ambiental dejado por la hidroeléctrica el Quimbo en esta región y recordé una de las obras de Juan Pablo, titulada “Déjà vu”: dos imágenes en movimiento que muestran paralelamente la vía que de garzón lleva hasta el Agrado. En una, se puede observar el camino y paisaje antes de la inundación y en la otra, el verde de los árboles y el camino han desaparecido, todo es agua; un contraste impactante de los cambios sociales, ambientales y culturales que deja este embalse.  

Con nostalgia por este panorama, pude entender la tristeza que percibía en el rostro de Matambo, al ver que ahora ya no escuchaba el sonido ni sentía la frescura que daban los frondosos árboles, no oía el cantar de las aves y de los polluelos en sus nidos, ni veía el caminar sigiloso y travieso de diversos mamíferos y reptiles, que fueron cómplices en la comunicación con su amada.  Ahora, un inmenso y frío lago lo separaba de Mirthayú, su eterno amor.