Ricardo Borrero Álvarez
Buen número de sus cuadros hacen parte del inventario del Museo Nacional de Colombia, donde tuve la dicha de conocer algunos comenzando la década del 80.

Hoy me quiero referir a la obra de Ricardo Borrero Álvarez, huilense que con el arte de la pintura, ha ido históricamente más allá de la frontera patria. Nació en Gigante el 24 de agosto de 1884, hijo de Tomás Borrero Falla y Cleotilde Álvarez de Borrero, quienes fueron dueños de una finca a orillas del Magdalena en Aipe, donde vivió su infancia. Este paisaje colorido que lo sensibilizó y llevó con cariño en su memoria fotográfica, lo conjugó con paisajes y lugares donde vivió.
Buen número de sus cuadros hacen parte del inventario del Museo Nacional de Colombia, donde tuve la dicha de conocer algunos comenzando la década del 80. Hay otros en manos de coleccionistas latinoamericanos. Su pincelada ha sido catalogada como “un conocimiento íntimo del universo visible y una justa apreciación del ambiente, del color y de la línea”.
Borrero estudió en la Escuela de Bellas Artes de Bogotá, entonces dirigida por el artista Andrés de Santa María Hurtado, un bogotano que vivió en Europa desde los dos años, estuvo en Bogotá en pocas oportunidades y expuso individual y colectivamente en Francia, Bélgica e Inglaterra. Fue quien organizó en la Capital de la República la exposición del Centenario de la Independencia en 1910. Ganador del salón de Artistas Franceses -1887-, y de la carta Congratulatoria del Salón de París en 1900. En Londres, París y Bogotá realizaron retrospectivas de este maestro, y en 1936 su exposición en el Palacio de Bellas Artes de Bruselas, fue catalogada como el acontecimiento artístico del año en Bélgica.
Trayectoria
Fue Miembro de la Sociedad de Artistas Franceses y de la Academia Colombiana de Bellas Artes. Varias de sus obras están colgadas en el Marmotan de París du Gand, el Palacio Real de Bellas Artes de Bruselas, el Museo Nacional de Colombia, el Museo de Arte Moderno de Bogotá, el de Antioquia, Banco de Bogotá y en las universidades del Rosario y del Cauca.
El crítico Eduardo Mendoza Varela lo clasifica como un legítimo francés de extracción colombiana. Que privilegio para Ricardo Borrero Álvarez, ser discípulo del citado maestro.
También fue alumno de Epifanio Garay, uno de los retratistas más importantes del país, becado por el Gobierno Nacional para estudiar pintura en la Academia Julien de París. Fue Director y profesor de la Escuela Nacional de Bellas Artes, donde impulsó el arte de la litografía en Colombia.
Fue el primer colombiano en exhibir un desnudo, lo que generó fuerte polémica. La mayoría de sus lienzos también se encuentran en el Museo Nacional.
Borrero Álvarez también fue discípulo de un español de apellido Recio, de quien no he podido conseguir muchos datos, pero es citado tangencialmente como artista de personalidad firme y llena de atractivos.
Sus estudios
Borrero viajó a Europa para visitar museos y estudiar en las academias de Sevilla y París. Conoció, estudió y apreció las obras de la escuela flamenca, del renacimiento italiano, el siglo de oro español y el moderno arte francés. Dicen sus biógrafos que “analizó con fervor los cuadros de Rembrandt, observó las figuras de Miguel Ángel con sus musculaturas detonantes, contempló las armoniosas cabezas de Urbino y Leonardo de Vinci, la luz armoniosa de los lienzos de Velásquez, los ojos estupefactos en las vírgenes de Murillo y se embelesó en las figuras del Greco”. Tamaño periplo cultural, pocos lo hacían entonces y era más que un sueño.
Añaden también los historiadores, que entre lo moderno y contemporáneo, “comparó la minuciosidad detallista de Messoniere con los fondos imprecisos de Ingrés, puso en parangón la concisión de Bonnet con los dilatados ambientes de Puvis de Chavannes, miró y remiró los coloridos sabios, las delicadezas de la línea y la certera intención de Echeverry, Zuluaga, Carriere, Sorolla y Moreno Carbonero”.
“También conoció el ambiente pictórico del viejo continente, tan distinto de los cielos cargados de color de las riberas del magdalena, y supo captar el colorido y la tonalidad lumínica hasta hacerla propia”.
Su inspiración
El mar le inspiró interesantes bocetos, y uno de sus cuadros: “Un bello apunte de los alrededores de Madrid”, logró que fuera admitido en la Exposición de la Real Academia de Artes de Londres, en 1905”. El escritor Santiago Pérez Triana, fundador de la revista Hispania, Delegado Permanente al Congreso Internacional de la Haya, considerado entonces verdadera autoridad en Arte y parco en elogios, escribió un entusiasta artículo en su revista, en el que hizo elogio del pintor huilense y puso de presente la importancia del artista por lo alcanzado en Londres.
Cuando Borrero regresó a Colombia, fue nombrado Rector y Profesor de la Escuela de Bellas Artes de Bogotá y de otros establecimientos públicos y privados de la capital. Sus obras también figuran en numerosos estudios sobre el arte latinoamericano, porque puso de moda en Colombia, la pintura colombiana. Cuando en la clase económica pudiente del país se consideraba prácticamente obligatorio, embellecer los salones con estampas europeas, Borrero irrumpió con su trabajo arrasando el gusto y las ideas establecidas sobre decoración interior, reemplazando la impersonal reproducción con la obra de arte individual.
Envió alguna de sus obras a la exposición Ibero-americana de Sevilla (1929-1930), las que merecieron medalla de oro y diploma de honor. Su concepto siempre fue acogido sin discusión. Quienes lo trataron lo calificaron como buen amigo, sincero y caballeroso. “De gusto cultivado, profundo observador, de aquellos que de un vistazo descubre el momento oportuno, el detalle eficaz, el matiz apropiado que rápidamente resuelve los problemas de luz y presenta los objetos depurados de toda mezquindad”.
Un paisajista
Fue un Paisajista incomparable, gozó de rara habilidad en la pintura del firmamento. Observando el cielo en sus cuadros, la fantasía vuela y lleva al infinito. En unos plasmó ocasos multicolores, puesta del sol con esos visos tan regionales; en otros los desvaneció en forma casi imperceptible, con aire circundante que hace vibrar la luz o la detiene para diluirla en atardeceres primorosos. Falleció en 1931 a los 57 años de edad.
En 1982, si mal no recuerdo, tras presenciar sus obras inicialmente en un almanaque que lanzó una multinacional, visité una vez más el Museo Nacional para observar la exposición de todas sus obras allí coleccionadas, colgadas para conmemorar el descubrimiento de América. En ellas todo es sobrio, muestra ampliamente su simpatía y consideración por los animales humildes, ubicados por lo general bajo verdes arboledas.
Todos sus lienzos son bellos y fáciles de recordar, aún guardo en mis archivos el plegable guía de la exposición, que enumera y señala entre otros, los siguientes nombres: Convento de la Enseñanza, Interior de Iglesia, Callejuelas de Bogotá, Tinaja, Rancho Veredal, Brumas del Salto, Camino de San Cristóbal, Cercanías del Tequendama, Quebrada de Santa Ana, Cristo, Vereda de las Margaritas, Paisaje, Rancho, Frutas, El Bodegón, Rosas, Piedras de San Francisco, Las Vacas, Uvas, Marina, Paisaje con Objetos, y Boquerón.
Qué interesante fuera, que algún día nuestros gobernantes gestionaran ante el Ministerio de Cultura y el Museo Nacional, la exposición de la obra de Borrero Álvarez en Neiva para que los huilenses la conozcan y aprecien. Conocer de él es tan importante como estimar la obra de Villamil y Rivera.