Sin reformas no habrá paz
Y tienen que ser de fondo, si queremos una paz duradera que por supuesto no se logra con la firma de los acuerdos de La Habana, si es que los diálogos con las Farc llegan a tener continuidad como resultado de la próxima elección presidencial,
cuando se amenaza con acabarlos para llevar a cabo la imposible solución final que propone Uribe con otro mandato en cuerpo ajeno. Reformas de fondo a la tenencia y explotación de la tierra, verdadero hontanar de la violencia que hemos padecido durante todos los tiempos y donde está la almendra del conflicto que los terratenientes y las élites políticas y económicas no están en condiciones de hacer al precio de más mortandad, pues para el establecimiento siempre ha sido más barato estimular la violencia para concentrar la tierra y la riqueza que repartirla.
Reformas al sistema político electoral para que tengamos una verdadera democracia que ponga los órganos de poder al servicio del pueblo colombiano, y no del clientelismo y la corrupción politiquera y depredadora del presupuesto público que aúpa la miseria, el atraso y la desigualdad. Reformas de fondo a la Justicia que acabe con su politización e ineficiencia y sirva de instrumento eficaz de lucha contra la corrupción y los delitos que afectan la administración pública, con penas severas que no sean objeto de ninguna negociación por el impacto devastador que causan a la sociedad. Reformas de fondo a la educación para democratizarla y cualificarla como soporte axial de nuestro desarrollo. Reformas a la salud y al modelo económico para que podamos tener una auténtica capitalización social que cobije a todas las clases sociales, y no solo a las oligarquías capitalistas.
En suma una paz costosa para el statu quo, que no está dispuesta a asumir ninguno de sus representantes en contienda por la presidencia, por lo que la disyuntiva que se presenta al electorado entre paz y guerra para que vote en uno u otro sentido es falsa, porque ni uno ni otro por lo que ya hemos visto impulsarán las reformas que demandaría una paz duradera y que la clase política con asiento en el Congreso de la República no hará, porque sería autodegollarse, salvo que de ser reelegido el presidente Santos cumpla con su promesa de traicionar a la clase política y ponerse del lado del pueblo colombiano para que sea recordado no solo como el gran reformador, sino como el presidente iluminado que nos libró de verdad de la guerra entregándonos no una paz de escritorio, sino una paz que dure que no podrá ser sin afectar los intereses y privilegios de las castas dominantes de siempre.
Así las cosas no la tiene fácil el pueblo colombiano para elegir frente a lo que hay, y cuando no existe real voluntad reformatoria, aspirando el establecimiento a una paz barata de simple sometimiento, cárcel y entrega de armas que le niegue a la subversión la posibilidad de hacer política para que consigan lo que no han podido por la vía armada como lo propone Zuluaga, para que como en el Gatopardo de Tomás de Lampedusa las cosas cambien para que sigamos igual, o peor con la mutación de las violencias por no existir verdadera voluntad de paz transformadora de nuestras estructuras sociales.