Una niñez opacada por los síntomas del cáncer
A Luisa María Polanco Lozano, le detectaron hace 9 años un cáncer de osteosarcoma clásico de alto grado el cual la obligó a dejar a un lado la niñez para empezar a afrontar decisiones complicadas, quimioterapias y operaciones.

“Sentía como si me pusieran 100 cigarrillos prendidos en la pierna” así empieza su intervención Luisa María Polanco Lozano, una joven huilense que con tan solo 14 años de edad empezó a sentir los síntomas de una enfermedad muy común, cáncer.
Mucho dolor en la pierna y dificultad para caminar, fueron algunas de las molestias que Luisa María empezó a sentir con el paso del tiempo, lo cual la obligó a acudir al médico para practicarse unos exámenes. “Me acuerdo mucho que el examen me lo hice un Viernes Santo y el sábado santo me llamaron” asegurando que el viaje a la capital lo había hecho sola, a la casa de una de sus tías quien recibió la llamada que las alertaba de que algo preocupante estaba sucediendo.
El sábado santo con tan solo 16 años de edad, casi 730 días después de empezar a sentir síntomas, Luisa fue diagnosticada con cáncer de osteosarcoma clásico de alto grado, el cual le daba pocas posibilidades de vivir.
“Llame a mis papás y les conté, lloraban mucho pero hay varias cosas que no tengo claras porque estaba muy pequeña, era una niña pero recuerdo que mi mamá me recordaba que Dios estaba con nosotros y que él todo lo podía hacer” reiterando que su madre negaba su enfermedad pues repetía que su hija estaba bien y que no padecía ningún tipo de enfermedad.
Las quimioterapias
Luego de hablar con sus papás esta joven afirma que decidió empezar todo el tratamiento de quimioterapias en el cual conoció a otros niños así como ella que sufría leucemia y otros tipos de cánceres que los habían empezado a afectar desde muy corta edad.
“En la quimioterapia fue todo un éxito, me fue muy bien y me decían que el cáncer estaba erradicado” después de cuatro ciclos de quimioterapia los cuales se realizaron durante seis meses de tratamiento.
Luisa cuenta en medio de lágrimas que uno de los ciclos más duros durante su enfermedad fue cuando le tocó desprenderse de unas de las cosas que las mujeres alrededor del mundo más cuidan y desean, el pelo. “Cuando me cortaron el pelo lloré mucho y todas las personas que estaban en la peluquería salieron llorando conmigo y de hecho lo recuerdo y lloro”.
Como todo a veces se va complicando con el paso de los días, el tercer ciclo de tratamiento resultó ser el más complicado para la salud de esta jovencita pues las fuerzas se agotaban a medida que pasaban los días. “Duré casi una semana de no comer nada, solo tomaba agua, vomité 67 veces y era muy difícil porque yo no dormía, no comía, no podía hacer nada. Era como para enloquecerse”, comenta sin poder pronunciar una palabra más durante unos segundos, mientras sus lágrimas caen del dolor de recordar uno de los episodios más complicados de su vida.
Martha, la madre de esta huilense golpeada por el dolor físico de una enfermedad que afecta a gran parte de la población mundial, fortalecía a su hija con un pasaje bíblico que dice “todo lo puedo en Cristo que me fortalece”.
Las operaciones
En el cuarto ciclo de tratamiento, Luisa María una joven de aproximadamente 1,67 de estatura, piel canela y ojos negros, tuvo que ser intervenida quirúrgicamente para recibir un trasplante óseo en la pierna afectada por el cáncer.
“Recibí un injerto óseo, le agradezco mucho a esa persona, sé que es un hombre que murió en un accidente de tránsito y su hueso me pegó” para después empezar un ciclo de recuperación que obligó a Luisa a usar silla de ruedas y muletas para el éxito de su trasplante.
“Muchos de mis compañeros también fueron operados pero el injerto no les pegó y tuvieron que perder su extremidad inferior, yo fui bendecida”.
La joven despertó con una cicatriz que le abarca casi toda su pierna izquierda por lo cual cuenta que al despertar ella y la tía que cumplía el papel de acompañante en la operación se impactaron al verla.
Luisa, su cáncer hizo metástasis
“Ya no quiero hacer nada más, estoy cansada y quiero dejar todo hasta acá” fue la primera reacción de la joven cuatro años después de padecer la enfermedad, al recibir la noticia de que el cáncer había hecho metástasis en uno de sus pulmones.
La única solución ofrecida por los médicos era la extracción del pulmón o la realización de otro ciclo de quimioterapias las cuales podían erradicar el tumor, lo cual era muy poco probable, o agrandarlo y hacer que éste abarcara los dos pulmones lo cual le produciría la muerte.
“Intenté con dos ciclos de quimioterapia, no creció pero tampoco se redujo entonces me tocó tomar la decisión de dejarme sacar el pulmón”.
Luisa empezó a retomar su vida sin un pulmón pero con muchas esperanzas de salir adelante, con el acompañamiento de sus familiares y las continuas oraciones hechas por sus dos abuelas que durante todo su proceso, pidieron un milagro.
“Después de todo ese proceso uno afronta una serie de momentos en los que se siente incompleto” pero empezó a trabajar por su recuperación con terapias de respiración y cuidados básicos.
El cáncer de la mano de Dios
“Uno definitivamente si no encuentra respuesta acá mira para arriba y yo le pedía a Dios que tuviera misericordia de mí que me diera paz y tranquilidad” además de enfatizar en quienes día a día le piden al todo poderoso que les permita morir porque hay miles de personas como Luisa María que todos los días y durante meses ruegan por una oportunidad más.
“Había compañeros míos en el Cancerológico que la mamá se iba hasta el hospital a lavar ropa solamente para estar cerca de ellos y si la gente así de verdad quería con todas sus ganas salir adelante no entiendo cómo personas que lo tienen todo no pueden ser felices”.
Hoy, 9 años más tarde
Luisa María Polanco Lozano, habla con mucha tranquilidad de un proceso que le enseñó mucho, le quitó infinitos momentos y personas, pues todos los niños que conoció durante su proceso fueron quedándose en el camino, siente que lleva una vida en medio de todo normal.
“Hoy ya no escondo mi cicatriz, mi papá me dice que son heridas de guerra y sí, yo lo luche y me recuperé. Fui a la playa y esta vez lo afronte con tranquilidad porque mis cicatrices son lindas, me he hecho una cirugía plástica, sé que me falta otra pero lo más importante es que nunca se me va a olvidar de donde Dios me sacó”.
Luisa hace fisioterapia de lunes a viernes, procura llevar una vida saludable. Es estudiante de la Universidad Corhuila y puede decir que es una mujer afortunada.
“Tengo una vida normal, ayudo a mi papá en su empresa, ayudo en mi casa y no solamente eso, siempre voy los viernes a estar cerca de Dios porque no sé cuándo me vuelvan a dar una mala noticia”.
Además, este ejemplo latente de vida, testifica no tener muchos amigos pero contar con las personas necesarias para tener una vida social muy parecida a la que tienen todas las personas. “Tengo amigas que me conocieron sin cáncer y siguen estando conmigo ahora, salgo con ellas y vivo tranquila y feliz”.