jueves, 11 de septiembre de 2025
Neiva/ Creado el: 2014-04-03 08:54

Sueños en ocho ruedas

Si por cada medalla que ha ganado Mathidy, en sus 10 años de vida, recibiera $10.000 hoy podría cambiar los viejos patines que llevan rodando con ella más de 6 años. Sin embargo, la realidad es otra y Mathidy tiene tantos logros como necesidades.

Escrito por: Redacción Diario del Huila | abril 03 de 2014

Mathidy es una dulce niña de 10 años con voz suave y gestos delicados. Vive con su padre, abuela, primo y tía en el barrio Tenerife. Desde que nació, su vida no ha sido sencilla, pero ella ha sabido cultivar logros para opacar la tristeza, y se ha convertido en la razón de vida de su padre Reynaldo Gonzales.

Su disciplina y entusiasmo de niña la han llevado a ser una destacada patinadora en el Huila. En su cuarto colecciona sus más de 40 medallas ganadas, a las que les tiene una percha especial en forma de patín, para poder colgarlas con orgullo y recordarse a sí misma las próximas metas.

Sus patines también tienen un puesto especial en su cuarto. La han acompañado por más de 6 años y a pesar de que lucen gastados y ya no son tan cómodos ni ruedan igual, Mathidy los cuida con amor y les guarda un especial aprecio por ser los cómplices de triunfos y aparentes fracasos.

"Cuando grande quiero ser patinadora profesional. Quiero seguir en Neiva y dejarla en alto. Me gusta aprender la técnica y ser veloz, es difícil cuando me quedo lejos, por eso entreno tanto como puedo. Ahora necesito cambiar patines", expresa animada Mathidy.

Mathidy tiene un padre-madre


El padre de Mathidy es Reynaldo Gonzales, un simpático maestro de obra de baja estatura al que llaman con cariño Chiquitín y para el que la vida tampoco ha sido sencilla. "Somos 12 hijos, mi padre es constructor así que poco a poco fuimos haciendo la casa donde ahora vivo. Mis papás con mucho esfuerzo me pagaron dos semestres de Ingeniería Civil en la Universidad Nacional. Eran tiempos difíciles, en el año que se tomaron la embajada dominicana me devolví a Neiva", recuerda Reynaldo, al que la situación económica familiar lo obligó a despedirse del frío de Bogotá y retornar la tierra opita, que le guardaba otro destino.

Empezó a trabajar en Neiva para colaborar a sus padres e ingresó a Coldeportes, primero como ayudante, luego como oficial. "Trabajaba y estudiaba en mi tiempo libre cosas como contaduría para poder conseguir un mejor puesto. En mi tiempo libre practicaba ciclismo", cuenta Reynaldo, que siempre ha considerado al deporte como un bien para el alma y el cuerpo, una forma de desarrollar responsabilidad y autoestíma.

Cuando laboraba en la alcadía como mensajero de despacho, conoció a Mayerly, la madre de Mathidy. "Su familia venía desplazada de Florencia y estaban en el Divino Niño, iban a ser desalojados. Al final la comunidad hizo un acuerdo con el alcalde y yo la conocí ahí. Cuando estuvimos viviendo ella decidió separarse de mí e irse de la ciudad con mi hija y un pastor. A los años me llamó a decirme que estaba aguantando hambre y que le mandara dinero para ella y para la niña", narra Reynaldo.

Desesperado por la suerte de Mathidy, Reynaldo decidió viajar a Toro, un municipio localizado al norte del departamento de Valle del Cauca, y recuperar a su hija. El camino fue largo, dos días de viaje y mucha ansiedad. Al llegar tuvo que enfrentarse hasta con la policía, pues la madre de Mayerly no quería entregar a la niña a pesar de las condiciones de necesidad en las que estaba viviendo, según expresa Reynaldo "Mathidy me contó que allá aguantaban hambre".

Al llegar por fin a Neiva con su hija, Reynaldo la inscribió en varios deportes para que la actividad física le ayudaran a superar su difícil pasado "Yo quería que se mantuviera ocupada y animada, que sonriera siempre. Cuando me la traje tenía una infección intestinal y estaba descuidada, la tuve que poner en tratamiento", cuenta Reynaldo mientras que observa a Mathidy risueña y sana.

El comienzo de una gran deportista


El primer deporte que exploró Mathidy fue la natación, pero sufrió una infección en sus oídos y tuvo que abandonar la piscina sin aprender a nadar. Después el karate le ayudaría a desahogar todas aquellas tensiones de su vida, a sus 4 años lanzaba fuertes patadas y puños que la hicieron una niña aguerrida. Sin embargo, su deporte elegido llegaría de forma casual unos cumpleaños, cuando su padre le compró unos patines.

"Al ver que le gustaba tanto patinar la inscribí a la federación de patinaje y empezamos a viajar, ella ha participado en muchos campeonatos con la ayuda económica del instituto Corpetrol, donde yo trabajo. Hemos ido a Fusa, Bogotá, Cali, Medellín y Pereira. Cuando fuimos a esa última ciudad llamé a la mamá de Mathidy que estaba viviendo allá. Le dije que podía verla patinar", recuerda Reynaldo.

Mathidy no imaginaba que el deporte le permitiría reencontrarse con su madre. Al inicio, madre e hija no se reconocieron y ella patinaba sin saber que era observada por su progenitora. Reynaldo se dirigió a Mathidy y sin preámbulos le dijo "ella es tu mamá". Aquel momento quedó grabado para siempre en la memoria de la niña, que con gran felicidad corrió hacia Mayerly llamándola mamita.

La lucha no termina


"Mayerly tenía una niña en brazos y nos invitó a Mathidy y a mí a su casa, una choza ubicada en una invasión cercana a un río. Cuando llegamos a la casa Mathidy se quedó jugando con su hermanita y le regaló una chaqueta deportiva para que la recordaran. Mayerly le preguntó a Mathidy que si quería quedarse con ella en Pereira, pero la niña le respondió que ella quería seguir entrenando y estudiando en Neiva. Yo no me metí, solo quería ver qué resolvía Mathi", cuenta Reynaldo. La madre conmovida le regaló a Mathidy un cuaderno y un  lápiz que fió en la tienda, ambas se despidieron con lágrimas y muchos abrazos, llorando la ausencia y el tiempo perdido.

Ahora Mayerly llama a su hija cada vez que puede y va verla patinar a Pereira cada vez que Mathidy viaja a la ciudad. El corazón de la niña se divide entre el recuerdo de su madre y el presente prometedor en Neiva que la impulsa a seguir patinando.

Mathidy no deja de competir cuando sale de la pista. Su carrera no es sólo contra el tiempo, es también contra la pobreza. A pesar de que el trabajo de su padre no le da para tener los implementos nuevos que gozan otras compañeras, ella es una de las mejores patinadoras del departamento. "Ahora está necesitando otros patines, profesionales. Los he preguntado y cuestan $800.000 o incluso un millón. Los primeros patines profesionales que tuvo son de segunda y son los que tiene hace más de 5 años. Esos los compramos recogiendo plata entre todos mis hermanos", exclama Reynaldo.

Ayudas

Quienes quieran ayudar a que Mathidy cumpla pronto sus sueños y consiga los patines que necesita pueden llamar al siguiente número celular: 304-562-8662