Sentido adiós a Ricardo Cedeño
Ricardo Cedeño fue velado ayer en la Iglesia del Perpetuo Socorro, ubicada en el barrio Campo Núñez. Amigos, colegas y familiares oraron por la memoria del maestro matemático que luchó hasta sus últimos días contra la muerte, resguardándose en la academia y la magia de los números que tanto amó.

A través de los lentes se podían observar los ojos húmedos y rojos de aquellos profesores que siempre se vieron tan impasibles. Sus manos acostumbradas a marcadores y calculadoras, hoy se vieron obligadas a secar lágrimas, golpear espaldas suavemente y sostener el ataúd de su amigo, maestro y colega, Ricardo Cedeño Tovar, que hace tan solo 7 meses había celebrado un año más de vida.
Fuera de la iglesia de Campo Núñez, donde fue velado ayer, se estacionaron los buses de la Universidad Surcolombiana y dentro del templo se guardaba un silencio abrumador, pues las anécdotas resultaban dolorosas. A pesar del grave estado de salud del profesor de matemáticas, tanto alumnos, familia, como colegas, esperaban muchos años más de compañía, de enseñanzas y de proyectos. Ricardo Cedeño deja un vacío en su familia, conformada por dos hijos y su mujer; en la Universidad Surcolombiana y específicamente en la Licenciatura de Matemáticas, donde ejercía como docente y jefe de programa.
A sus 61 años y con varias incomodidades de salud, aún dictaba clase. Sus pasos por los corredores del campus académico se hacían esperar, eran lentos y pausados como suele ser el caminar de los sabios; desfilaba sin prisa por esa universidad que lo acompañó en prácticamente la mitad de su vida, y que hasta el viernes 12 que falleció, fue su segundo hogar. A los estudiantes no les importaba esperar unos cuantos minutos más, pues era el precio por recibir clases de una eminencia en matemáticas y una autoridad en temas de lógica.
Sus jornadas académicas no eran tan sosegadas como sus pasos. El Profe Cedeño se apasionaba en sus clases tanto como en una partida de ajedrez, su juego favorito. Tal concentración y pasión eran de admirar, incluso en sus últimos años de vida, cuando la salud menguaba y no dejaba de dar cátedra desde su silla, compartiendo conocimientos y transpirando amor por las matemáticas. En su tiempo libre, disfrutaba de la calma del hogar y en las pocas conversaciones casuales hablaba de problemas de álgebra y con orgullo compartía los logros académicos de sus hijos, que se encontraban cursando estudios en Brasil y Alemania.
Juntos haremos la historia, vámonos
Una hemorragia gástrica, el jueves en la madrugada, sería el inicio de varias horas de angustia. Los familiares prácticamente rogaron por una mejor atención médica, pero la EPS no logró prolongar la vida del docente que había perdido varios litros de sangre. Finalmente un paro cardiaco terminaría con toda esperanza.
Muchos lo recuerdan como el motor inicial de las Olimpiadas de Matemáticas en el Huila. Otros reconocen su perseverancia, heredada de su padre, el empresario de calzado, Rómulo Cedeño. Varios recrean anécdotas de su trabajo como docente: “fue el profesor que más me enseñó. Se reía con amabilidad cuando yo me equivocaba, haciéndome sentir en confianza. También hacía malas caras ante mi terquedad. Estoy muy agradecida con él”, afirmó Laura Rengifo.
En los 90 fue un destacado profesor en el Colegio Nacional Santa Librada, por eso su partida reunió a matemáticos de todas las edades, profesores mayores que él, algunos niños e incluso colegas que cursaron con él la maestría en la Universidad Nacional de Colombia.
“Para mí era una persona muy interesante. Él tenía la respuesta antes de que yo le preguntara. Siempre fue muy reservado. Cuando utilizaba la tiza, siempre se ensuciaba las orejas y el borde del pantalón. Estaba tan ensimismado en la clase que no se daba cuenta y salía como ratón de panadería. Yo le decía que la tiza era para el tablero y no para que se pintara, entonces él se reía. La última vez que hablamos fue sobre un problema que no pudimos resolver, y por el que le pregunté. Me dijo que había buscado a especialistas de otras ciencias para solucionarlo. Él siempre fue perseverante y un buen matemático nunca olvida un problema sin resolver, se lo aprende”, recuerda con nostalgia, Alfredo Osorio, estudiante y posteriormente colega.
Descubrir más de la personalidad del genio de las matemáticas fue un placer que gozaron pocos estudiantes, pues su espíritu solía ser reservado. Sin embargo, en medio de las conversaciones académicas un poco de su pasado afloraba y entonces compartía algunas anécdotas de sus hijos y su época de estudiante universitario.
Alexis Verú, uno de sus estudiantes monitores recuerda: “el miércoles fue la última vez que lo vi, siempre pensó en sus estudiantes. Todo tenía que ver con su pasado, me contó que salió de Bogotá, de la Universidad Nacional, huyendo por el M-19. Entonces se radicó en Neiva, así llevaba casi 25 años y fue la Universidad Surcolombiana la que lo acogió”.