Mantra: amor en ruinas
Un nido de amor entre escombros tienen Brayan Javier Barrios y su novia Dianita. Ellos viven en la que era la cocina del restaurante Mantra; ahí tienen un pequeño e improvisado hogar, donde duermen, cocinan, se bañan y se dan cariño.
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“Mi nombre es Brayan Javier Barrios, mamita. Alias el Rolito”, dice con energía. Su contextura es delgada, de tez morena, brazos y piernas muy delgados. Tiene una gorra azul que protege su rostro manchado del sol, gastadas pantalonetas de jean y está descalzo. Poco se le entiende, porque habla muy rápido y la forma de sus dientes dificulta la vocalización.
Afirma vivir hace un año en ese lugar donde alguna vez floreció un restaurante llamado Mantra. Una de las primera propuestas gastronómicas gourmet de la ciudad que poco a poco fue perdiendo clientela, y terminaría siendo una escombrera y refugio de algunos ladrones, consumidores, indigentes, y ahora de Brayan, Dianita y su perrita “Chica”.
“Aquí viene mucho indigente a ver qué se lleva. Algunos locos han intentado venir a dormir aquí, pero yo me voy parando de una y suerte, ellos saben que aquí nada, los voy es sacando en bomba, este espacio es mío. Yo lo mantengo limpio, ahorita me iba a parar a recoger esa basura de al lado”, señala Brayan, que en su tiempo de trabajo se dedica a cuidar autos.
La pareja tiene un improvisado hogar en la que antes era la cocina del restaurante Mantra. En el reducido espacio montaron un horno artesanal y a su lado, una mesa donde al parecer han picado verduras y en el cual solo reposa una cebolla. En las paredes en ruina, guardan frutas que dejan madurar, extienden la ropa y conservan algunas provisiones. En otro extremo del reducido rectángulo, conservan la cama de su perrita y en el suelo dos almuerzos en cajas de icopor.
En el baño duermen, se bañan y se dan amor. Ahí tiene algunas colchonetas, unos cuantos carteles, objetos varios y algunas prendas. Diana se asoma con timidez y algo de desagrado, no le gustan las visitas. Su rizado cabello rubio descolorizado resalta con la luz del inclemente sol que se filtra entre los cartones. Su tez es blanca y conserva varias pecas en el rostro y cuerpo. Tiene la mirada perdida, sus labios blancos, vientre pronunciado y dientes en mal estado. Sin embargo saluda cordialmente, e incluso intenta esbozar una sonrisa.
Brayan le habla con entusiasmo, le pide que salga y salude. “Salga Diana, no sea de mala clase, mire que es gente de bien que viene a visitarnos, quién quita que nos puedan ayudar con algo, traer algún mercadito o apoyo del gobierno. No sea malgeniada que me aburre”, expresa de forma histriónica y con elevado tono de voz. Ella le contesta también con gritos tan agudos que son difíciles de entender, y decide tomar un baño encerrada en el cuarto. Le pide que le pase el agua limpia y tapa con los cartones que han montado.
¿Todo tiempo pasado fue mejor?
En 2009 Mantra seguía siendo un restaurante prestigioso, lugar de citas para muchas parejas e incluso espacio para reuniones de negocios y celebraciones familiares. En su primera inauguración fue un distinguido sitio de fiesta, que mezclaba la sensualidad de las luces tenues con el arrullador sonido del majestuoso río Magdalena. Había zonas para todo tipo de reuniones sociales y con diferentes ambientes. Desde algunos sofás con velos que permitían mayor intimidad, hasta mesas muy cercanas para encuentros entre muchos amigos y pista de baile.
Los jóvenes solían asistir de blanco y en la discoteca-restaurante se realizaron diferentes fiestas que congregaron a los hijos de los personajes más pudientes del departamento. El menú ofrecía platos que oscilaban entre los $15.000 y $25.000 y el autor era un destacado chef. Todo un derroche de fantasía, algo de banalidad, placer y decoración terracota de la que se conserva solo la fachada desgastada.
Hoy es un lugar de ruinas, escombros y desperdicios. Caminar por su suelo ya no es seguro pues se encuentran jeringas sin protección, condones, residuos de bazuco y por supuesto, mucha basura plástica. Es el sitio de consumo de muchos de los habitantes de la calle e incluso guarida de algunos ladrones que aprovechan la oscuridad, los obstáculos de las plantas y el río, para esconderse.
En diversas publicaciones el DIARIO DEL HUILA ha brindado especial atención a esta zona del Malecón. En julio el lugar contaba con la vigilancia de un hombre mayor que había sido amenazado más de una vez, por los vagabundos que circundan el lugar. En marzo el Concejo de Neiva exigió recuperar ese espacio público y la culminación del contrato 1036 que conservaba cláusulas con obligaciones del arrendatario.
El 30 de agosto del presente año, un joven murió de un infarto en el lugar, después de haberle robado el bolso a una señora. El atraco lo realizó en plena tarde y a pesar de que fue perseguido, logró esconderse en el río, situación que junto a la mezcla de estupefacientes y la adrenalina, lo condujo a la muerte.
Hoy esta zona del Malecón sigue siendo tierra de nadie, a pesar de que Brayan Javier quiera edificar en él un hogar. Y la Administración no ha actuado de forma contundente a pesar de la gestión realizada por el Concejo de Neiva. DIARIO DEL HUILA intentó comunicarse en repetidas ocasiones con el secretario de Gobierno, José Ferney Ducuara, pero no fue posible.