Leyendas de iglesias que resisten al paso del tiempo
En esta segunda entrega, el autor describe ambientes y sensaciones que se viven en otras iglesias de la capital de la República y las joyas culturales que representan. II Entrega

Por: Jorge Eric Palacino Zamora
Fotos: Diego Téllez
San Agustín
La siguiente parada es la iglesia de San Agustín, ubicada a una decena de cuadras de la anterior; en la calle 6° con carrera 7°, frente al palacio presidencial y construida, hacia 1606. Al ingresar, la sensación es cercana a la que se experimenta en San Francisco.
El lugar huele a cera, y lo primero que capta la atención es la sobria silletería del Coro, que data del siglo XVII, de acuerdo con los inventarios existentes, y repetidos por algunos guías improvisados que acompañan a pequeños grupos de turistas que iniciaron su recorrido en el vecino sector de la Candelaria.
En silencio, nos unimos a los forasteros, encantados con este viaje en el tiempo hasta los días en que Colombia era llamada Nueva Granada. El joven guía habla con la típica musicalidad del bogotano de antaño y recuerda que la iglesia fue uno de los principales objetivos de la ley de Desamortización de Bienes de Manos Muertas (1861), promulgada por el presidente Tomas Cipriano de Mosquera, una directriz presidencial traducida en la expropiación de este lugar santo a los agustinianos, quienes vieron cómo su iglesia se transformó en batallón militar.
“Su coro precioso, es el único completo de la época Colonial… La iglesia fue sometida a restauración en 2016, recuperó el esplendor de sus pinturas y decorado, especialmente las figuras en madera, los retablos conservan el tono dorado propio de la hojilla de oro”, señala el guía ante el asombro de los visitantes, que intentan tomar selfies frente a las pinturas, especialmente las de las mártires que se distinguen por la palma del martirio.
Beatas y santos parecen saludar en medio de una profusa ornamentación: Su artesa mudéjar y los entablamientos acaparan la atención. Aquí es posible ver el horror de las almas atormentadas, en una magnífica talla de total realismo.
Un grupo de penitentes que se ahogan en lava llameante, con ojos suplicantes, intentan alcanzar las piernas de Nicolás de Tolentino, el primer agustiniano declarado santo, el patrono de las almas del purgatorio.
Desde un retablo, un león te saca la lengua, de otro vértice surgen rostros con racimos de uvas que salen de sus bocas; todo aquello ocurre bajo un vapor de óleos sagrados y ante la mirada omnipresente del cuadro de San Agustín.
Presbiterio y altar mayor de la Iglesia de San Agustín. Conserva retablos rematados en hojilla de oro. Es un tesoro del periodo constructivo colonial.
San Agustín en todo su esplendor con su bóveda profusamente ornamentada. A un costado el púlpito y al fondo el Coro, único que se conserva en su estado original.
Talla de San Agustín que preside el templo que sirvió durante la presidencia de Tomas Cipriano de Mosquera como Batallón Militar.
La Candelaria
Apenas a unas cuadras de San Agustín, en un trayecto que se puede hacer caminando para disfrutar de la arquitectura colonial del barrio La Candelaria, está la iglesia del mismo nombre, cuya fundación se precisa en el año de 1635, aunque su terminación se da hacia 1703, de acuerdo con la primera placa que se conserva.
Si en el anterior templo sorprendían las tallas y cuadros, en Nuestra Señora de La Candelaria el protagonista es la bóveda que exhibe una serie de frescos, entre los cuales están algunos de la autoría del célebre Gregorio Vásquez de Arce y Ceballos, así como de Pedro Alcántara Quijano, otro relevante artista de la Nueva Granada.
Aquí hay mucho silencio y la toma de fotografías es restringida como lo advierte uno de los custodios del templo, quien nos sugiere adquirir, en el despacho parroquial y por tan solo cinco mil pesos (menos de dos dólares), una completa guía que nos servirá para entender algunos secretos de esta joya de arquitectura colonial con su piso enladrillado y su pictórico cielo raso.
San Agustín adorando la Eucaristía de Pedro de Alcántara Quijano. Sus obras visten maravillosa la Iglesia de La Candelaria. Fue pintando hace más de un siglo de acuerdo con fuentes documentales disponibles en el templo.
A falta de guía en persona, en cuanto el experto que nos ilustró sobre San Agustín, se ha refundido con su séquito de turistas en un restaurante hípster ubicado una cuadra atrás, los datos del bolsilibro, y la memoria privilegiada del profe González confirmarán que uno de los frescos del techo corresponde a Vicente de San Antonio y Francisco de Jesús, dos ilustres y poco conocidos mártires de la iglesia, quienes luego de propagar la fe en Las Filipinas fueron capturados y sometidos a tortura hasta fallecer, en el Japón.
El fresco central representa La Purificación de la Santísima Virgen y la Presentación del Niño Dios en el templo, y uno más representa a San Agustín adorando la Eucaristía.
Caminando, hacia el fondo, en silencio, se encuentra el alta mayor, elaborado en el siglo XVIII y, a los costados, los altares laterales dan cuenta de una práctica propia de La Colonia cuando se realizaban misas simultáneas ante la cantidad de feligreses.
El efecto de las pinturas sobre muros y en la bóveda, que fueron restauradas en una intervención adelantada en 2005, hacen de la iglesia de Nuestra Señora de La Candelaria, un sitio único que invita al recogimiento.
A diferencia de otras iglesias del centro de Bogotá, advierte un ambiente de moderación, retablos menos decorados, una estética de austeridad, de lo simple y bello, un equilibrio entre las imágenes, el componente pictórico, y paredes que se conservan blanquecinas.
Nuestra Señora del Carmen
Capítulo aparte merece esta bella obra de arquitectura, ubicada a dos cuadras de la iglesia de La Candelaria. Este santuario fue declarado en 1993 monumento nacional. Al ingreso, especialmente el domingo, turistas y feligreses no paran de tomar fotos a los vitrales con motivos de pasajes bíblicos, y de factura franco- alemana, de esta construcción ecléctica que fusiona el estilo bizantino, gótico, florentino y árabe.
La Iglesia de Nuestra Señora del Carmen, una obra majestuosa de Giovanni Buscaglionne. La influencia florentina y bizantina se evidencia en los elementos constructivos y la ornamentación.
La mezcla de arquitecturas la hace única, es la más decorada de Bogotá, incluso por fuera tiene incrustaciones en material dorado y plata para disfrute cromático de los rayos solares, y responde a la firma del Giovanni Buscaglioni, un salesiano que manejaba estas influencias, incluso en otras iglesias como La Sagrada Pasión.
Colores, formas y ornamentos cautivan a los visitantes, que en desarrollo de la celebración eucarística elevan su mirada a las bóvedas con la presencia dominante de los cuatro evangelistas. Sus formas y volúmenes dan una sensación de tercera dimensión.
Sagrada Pasión
La travesía hacia la Iglesia de la Sagrada Pasión es una experiencia de contrastes, casi surrealista. Se sitúa sobre la calle 14° con carrera 17, muy cerca del viejo edificio de los Ferrocarriles Nacionales. El aire es un humo pegajoso apenas respirable.
Un puñado de hombres ríen y tiemblan al tiempo que fuman marihuana a un costado del histórico Colegio de la Salle; otro, con las pupilas enrojecidas, intenta fabricar una pipa con el tubo metálico de un esfero. Las miradas son vacías, estos seres apenas caminan en medio de su frenético ritual de consumo, como en una procesión siniestra.
Vista de las naves central y laterales de la Iglesia de la Sagrada Pasión. Se trata de una joya arquitectónica que fusiona el gótico y neoclásico. Fue construida a partir de los planos del salesiano Giovanni Buscaglione.
La imagen se repite todos los días, según refiere don Carlos Moreno, el vigilante del parqueadero al que logramos llegar ilesos, luego de pasar esta calle que parece extractada del viejo Bronx, el famoso sector de droga y muerte que por años fue la vergüenza de la ciudad.
Apenas a media cuadra de la deteriorada callejuela donde se resume la sordidez de los bajos fondos de esta metrópoli, se erige la bella iglesia de la Sagrada Pasión. Pintada de rosa, luce finos mármoles de la misma paleta y con la marca personal del reconocido Giovanni Biscaglionni, un arquitecto y hermano salesiano de origen italiano quien aportó los planos. “Él dio sus primeros pasos en Esmirna y Costantinopla, territorios donde seguramente cultivó un estilo de fusión del Gótico al Romano, incluso lo Bizantino”, acota el profesor González.
Ante nosotros se ofrece una maravillosa fórmula constructiva que está presente en este tesoro oculto en medio de paisaje urbano que integra el smog de camiones, la vocinglería de vendedores ambulantes y de los zombis que deambulan en las fronteras de la iglesia que se culminó hacia 1948.
El sacerdote Jairo Sterling, un hombre joven de cabello hasta la cintura, nos invita a escuchar la misa y abre las puertas para registrar cada detalle del templo, una pieza constructiva que resume estilos arquitectónicos y formas simbólicas que aluden a la pasión de Jesús, una bella rareza en ese sector de Bogotá, rodeado de ferreterías, bodegas o herrumbrosas casas de inquilinato.
El padre indica que no ha sido difícil levantar la iglesia. Él madruga todos los días a avivar e incrementar la feligresía. El ambiente es de optimismo: “Esta iglesia sirvió de refugio a las personas que huían de la violencia derivada del Bogotazo. Acá salvaron sus vidas y muchas personas lo recuerdan… poco a poco vamos reuniendo más personas en las celebraciones”.
Para la primera misa de domingo se han llenado las tres primeras bancas que reciben una fresca opalescencia. Arriba, enmarcando la bóveda, los cuatro evangelistas en alto relieve custodian la celebración litúrgica, y dan testimonio del alto vuelo estético de la edificación, decorada en cada una de sus columnas y arcos con la corona de espinas y los tres clavos, íconos de la pasión de Jesús.
El escudo pasionista, flores, ornamentos, rostros de ángeles, círculos con cruces en el centro; la referencia gráfica se sustenta en una leyenda según la cual este símbolo surgió luego que San Patricio, en medio de una predicación a un pueblo pagano, quienes le mostraron círculos que representaban a la diosa Luna, decidió pintar una cruz en el centro, dando origen a la primera cruz celta de esas características.
El relato pertenece a un ayudante de la parroquia, y responde a la lógica del recorrido por cinco templos representativos; donde los propios feligreses o visitantes frecuentes, como estudiantes y profesores amantes de la historia, la religión y la arquitectura, se encargan de desentrañar los arcanos de estos fascinantes y preciosos tesoros de la rancia y legendaria Bogotá de todos los tiempos.