viernes, 18 de julio de 2025
Cultura/ Creado el: 2019-07-13 02:39

La ficción que se hizo ciencia

No nos sorprenderá saber que William Coral, luego de husmear los recovecos abismales del mar con su pescado robótico, se encamine, como en las ficciones de Isaac Asimov o Ray bradbury, en el alumbramiento de la ecuación que humanice a los robots al punto de enseñarles las perplejidades y desconciertos del amor. No está lejos.

Escrito por: Redacción Diario del Huila | julio 13 de 2019

Por: MARCOS FABIÁN HERRERA

Cuando leyó, siendo aún un estudiante de bachillerato del colegio Salesiano de Neiva, un libro de Isaac Asimov, supo de las ambiciones siderales de los humanos, siempre empeñados en la concepción de mundos perfectos. En ese momento,  ninguno de los amigos y familiares de William Coral presagiaron que el adolescente silencioso que escuchaba rock y se solazaba tardes enteras en el desciframiento de las ensoñaciones cibernéticas del autor de ciencia ficción, llegaría a ser, al cabo de un par de décadas y varias vueltas al mundo, un científico encargado de concretar en prototipos y robots lo que solo existía en la literatura.

Fue luego de vivir y estudiar en Belfort, la ciudad del noreste francés que la historia contemporánea registra por haber padecido la ocupación alemana en la segunda guerra mundial y haber sido uno de los escenarios en los  que se libró una de las contiendas de mayor beligerancia en la liberación territorial de Francia, que William afirmó su destino científico. Convencido de la responsabilidad que le atañe a quienes se proponen aprovechar el legado de las ciencias para formular soluciones a los problemas más acuciantes de la humanidad, su disciplina se hizo de  hierro y su vocación inalterable, al decidirse por un camino sembrado de incertidumbres: trascender las pruebas conceptuales en la ideación para aventurarse a la creación de herramientas científicas con aplicaciones directas en la vida cotidiana.

Obsesionado con esa búsqueda, y después de haber descollado como un estudiante de maestría que siempre rebasaba fases complejas y pruebas cada vez más arduas, su ruta de viajero ecuménico lo llevó, amparado por las fortunas y felices coincidencias del destino, al centro de automática y robótica de la Universidad Politécnica de Madrid. Ahí, ya hecho un francófono y abierto a los aprendizajes culturales en el país progenitor de su lengua materna,  se  instaló con la plena disposición al perfeccionamiento de sus experimentaciones y decantación de sus pálpitos de investigador. Contagiado del festivo ambiente madrileño y un exquisito cosmopolitismo propiciado por la hospitalidad ibérica con  los inmigrantes latinoamericanos, inició sus estudios doctorales bajo la batuta intelectual de Claudio Rossi, un italiano residenciado en España, y al día de hoy, uno de los pioneros de la robótica bioinspirada submarina  en el mundo.

Signado por la obsesión de aterrizar los intrincados algoritmos al terreno de las vivencias y labores productivas, su ejercicio investigativo se centró en la convergencia de saberes y en la construcción de puentes disciplinares entre áreas diversas peros con lenguajes comunes. Esta premisa lo hizo afincarse en predios que hoy domina y en los que se esfuerza por lograr la siempre inalcanzable perfección: la inteligencia artificial, la robótica y el internet de las cosas. No en vano, su proyecto de formación posdoctoral  se cifró en la creación de un sistema móvil robótico para monitoreo de precisión de la calidad de agua en piscifactorías. Sus incesantes pesquisas y la obstinación que lo  acompaña, lo tiene de vuelta en España.

En el cruce de meridianos y paralelos de su impredecible hoja de ruta, ahora se concentra en la creación de la maestría en robótica que espera traer a Colombia, respaldado por la Corporación Universitaria del Huila – Corhuila; la casa de estudios de su ciudad ancestral que lo prohijó haciéndolo director del programa de Mecatrónica. Si sus aspiraciones, siempre desafiantes, se acrecientan con el paso de los años, no nos sorprenderá saber que William Coral, luego de husmear los recovecos abismales del mar con su pescado robótico, se encamine, como en las ficciones de Isaac Asimov o Ray bradbury, en el alumbramiento de la ecuación que humanice a los robots al punto de enseñarles las perplejidades y desconciertos del amor. No está lejos.