Yadira: la asesina en serie
Sus víctimas siempre fueron hombres de avanzada edad. Los investigadores siguieron su actuar hasta tener las pruebas suficientes para acusarla. Hasta hoy ha sido condenada cinco veces y aún faltan procesos por resolver.

Semidesnudos y sin señales de violencia aparecían los hombres que confiaron en Yadira Narváez Marín. Darles veneno era su manera de “dejar todo sano”. La mujer de Solita, Caquetá y descrita desde el inicio de las investigaciones como una “mujer gordita, bajita, de cabello largo y rasgos indígenas” fue apodada como la Reina de la escopolamina. Hoy está en la cárcel Las Heliconias en Florencia y los jueces la han hallado culpable en cinco ocasiones.
Pero la sustancia que usó para acabar con la vida de los motociclistas nunca fue escopolamina. Usaba un poderoso agroquímico llamado Furadán o Carbofurán que es utilizado para el control de plagas en los cultivos. Sabía cuál era su efecto en el organismo y lo agregaba a las bebidas que ofreció a Gustavo Arriguí, Leonidas Polanía, Simón Vega (un sobreviviente), Libardo Torres, Ferney Lozano y muchos más que ni ella puede contar.
Tenía una finca y de los insumos que compraba para la misma robaba las dosis que luego les dio. “Era más fácil que dispararles”, dijo en una entrevista con un medio nacional. No quería generar ruido ni sospechas. De antemano sabía que el Furadán causaba la muerte de manera instantánea y de esa manera no “bregaban mucho”.
Habla en plural porque también manifestó que no actuaba sola. Contó que era un grupo de cuatro personas el que planeaba las acciones ilícitas y Yadira la que se encargaba del “trabajo sucio”. Entre éstas estaba su novia. Llegaron a decir que la Reina de la escopolamina estuvo cegada por el amor y por el dinero.
Los llevaba a hoteles
Las residencias eran los lugares escogidos para ‘negociar’ los vehículos que luego hurtaba tras dejar el cadáver en alguna habitación. Se aseguraba de que el veneno cumpliera su labor y luego sí salía. Los cuerpos inertes quedaban cerca de los baños, por lo general. Después de ingerir el tóxico la respiración se les dificultaba y les daba calor así que buscaban la ducha.
Sin embargo, hubo espacio para la excepción y una de ellas fue Simón Vega. Oriundo de la capital del Caquetá, fue contactado por Yadira para que le vendiera su motocicleta. Lo condujo hasta una residencia y le comunicó que esperarían a su hijastro para verificar que los documentos estuvieran en regla. En la espera le ofreció una cerveza que le produjo malestar. Simón se fue para el baño con desaliento y su mundo dando vueltas. Se salvó de morir porque allí vomitó una sustancia rosada pero perdió su moto en medio del traslado para recibir atención médica.
La ruta para atraparla
Policías de la Sijín supieron de casos de muertes en extrañas condiciones en Florencia -primer lugar donde se reportaron las andanzas de Yadira- y fueron atando cabos. Los elementos comunes: hombres de avanzada edad, pérdida de pertenencias -motos y otros-, causa del fallecimiento indeterminada y ausencia de señales de violencia.
Pero los vecinos declararon e hicieron mención a una mujer. En los reconocimientos fotográficos se estableció su identidad además de que en un closet de una de las víctimas tenía todos sus datos incluidos el número de cédula. Las sospechas se confirmaron con la denuncia de Simón Vega pero no tenían pruebas para acusarla de homicidio. Finalmente, mientras esperaba transportarse de Neiva a Rivera, fue sorprendida por las autoridades y enviada a la cárcel.
Al inicio se declaró inocente pero después la Fiscalía consiguió establecer el elemento que faltaba: los homicidios fueron producidos por un veneno de alto poder. Así, sin más alternativa y con cara de resignación, aceptó los cargos. Ese día estuvo frente al juez con un chaleco antibalas. Familiares de las víctimas la vieron con el cabello recogido en un moño, tal como lo usa siempre.
Cinco condenas
Los crímenes ocurrieron entre agosto y diciembre de 2011. Su primera condena fue de 42 meses en el primer proceso por hurto calificado. Los muertos se enterraron en el Tolima, Huila, Caquetá y Putumayo. La Reina de la Escopolamina sólo tuvo temor de verlos cuando le quitó la vida al primero, después se le quitó el terror. “Operábamos todos los días”, confesó. “Manejábamos plata y teníamos una vida bien. Nos dedicábamos a viajar y a disfrutar”.
La segunda vez que un juez decidió en su contra fue condenada a 35 años de cárcel. Eso ocurrió el 31 de enero de 2013. La tercera por otro florenciano. La cuarta proferida el 30 de abril de 2014 por cerca de veinte años en el caso de un mototaxista neivano. La quinta por otro asesinato, sin terminar, la condenó a siete años. Por alguna razón, se ha cubierto el rostro con las manos en las últimas audiencias.