domingo, 20 de julio de 2025
Judicial/ Creado el: 2014-02-20 10:54

“Aún se debe la mitad de la volqueta”

Antonio  María  Rojas  Díaz  no  había  terminado  de  pagar  la  volqueta  por  la  que  fue asesinado. Ayer se realizó su sepelio en el corregimiento La Ulloa.

Escrito por: Redacción Diario del Huila | febrero 20 de 2014

Lo más vistoso a la llegada al funeral de Tony, como lo llamaban, fue la alineación de siete volquetas en la vía adjunta al parque del corregimiento La Ulloa del municipio de Rivera. La Camila, la Lula, la Hormiguita y otros de estos vehículos llevaban en sus trompas cintas moradas. Antonio María Rojas Díaz, asesinado el martes después de una presunta tortura por sujetos que le hurtaron su volqueta, estuvo acompañado no solo de sus colegas sino por los habitantes del centro poblado y por supuesto de sus familiares más cercanos, muchos de ojos claros tal como él los tenía.

De traje negro y de blanco se vistieron y ocuparon toda la iglesia y sus alrededores. Flores blancas predominaron en las coronas y canciones de despedida se interpretaron mientras hacía calor y luego el cielo amenazó con llover. “Conserven de él los mejores recuerdos”, dijo una de sus hermanas. “Tony, descansa en paz”, añadió con la voz entrecortada.

Vendió su casa para comprar la volqueta
Don Antonio vivía en arriendo. La casa que tenía la vendió para pagar parte del valor de la volqueta que le compró al señor que la había adquirido y de la que era chofer después de traerla él mismo de Medellín recién salida del concesionario. Eso fue hace cinco años y empezó negociando la mitad. Más tarde hizo un préstamo para que fuera definitivamente de su propiedad. Esa cantidad aún se debe y la deuda le quedó a su actual compañera sentimental que al parecer era la titular.

Llevar y traer material de río, entre otras cosas, era su sustento y tenía planeado terminar con la ′culebra′ para poder conseguir vivienda propia o por lo menos empezar con un lote e ir construyendo. Para lograr su propósito, todos los días salía de su lugar de habitación a las seis de la mañana. Por lo general cargaba material en el río Neiva y realizaba los viajes solo. Después del mediodía su hijo Tony tomaba el volante. Del automotor aún no se sabe nada. “Dicen que lo vieron por Campoalegre”, comentó Tony, su primogénito, que luego de enterrar a su padre se tomó unas cervezas en su memoria.

La herencia
A la víctima de “unas manos inhumanas”, de acuerdo con las palabras del sacerdote, la recordarán por trabajador y alegre. Su hijo Tony heredó de don Antonio el gusto por los carros, amor que cultivó en las temporadas de vacaciones en que acompañó a su progenitor por diferentes ciudades del país a bordo de un camión de carga. “Yo era muy apegado a él”, recuerda.
El día de los hechos, “entré en sospecha cuando vi por la vía del basurero antiguo el viaje botado y con la carpa que lo cubre encima. Yo dije ′le robaron la volqueta′ y me fui para la Policía pero ellos dijeron que tocaba esperar 72 horas. De La Ulloa nos fuimos un poco de gente a buscarlo”, cuenta Tony. Su hija Angie Marcela, de 20 años, lo recordará por su “Quiubo, quiubo” al saludar. La más joven, de 12, estuvo muy cerca del féretro.