El drama de los embarazos en habitantes de calle
Leidy Johana Garzón se fugó de su casa cuando era niña. Ha tenido 5 embarazos, de los cuales tres fueron en su condición como indigente. De estos tres, dos fueron mujeres y otro más resultó en un aborto. Hoy es un ejemplo de resiliencia para todas las personas en situación de indigencia.

Aún bajo el efecto de las sustancias psicoactivas que consumía desmesuradamente, Leidy Johana Garzón se percató de que su estómago había crecido y que “no podía meter la barriga por más que quisiera”. Se encontraba en embarazo y su cuerpo se lo estaba notificando.
Pero aquella versión de sí misma como habitante de calle no tenía la fuerza de voluntad suficiente para solicitar ayuda, o permitir que alguien más le brindara siquiera un control durante los meses que le restaban. Aún no sabe cuántos fueron con exactitud.
En su condición como indigente, no vislumbraba que al lograr cumplir sus primeros tres años de no estar bajo los efectos de sustancias psicoactivas viviendo en rincones o bajo puentes, habría aprendido a sumar, restar, tener una firma -“un pequeño garabato” dice-, descubrir su interés por el inglés y las matemáticas. En otras palabras, contar como ciudadana con derechos y deberes.
Todo el proceso de aprendizaje que una persona del común realiza durante su primera y segunda infancia, adolescencia, pero que la hoy resocializada emprendería solo 16 años después de casi dar a luz a uno de sus cuatro hijos en una de las avenidas de Neiva.
Se voló de la casa
Leidy se fugó de su casa cuando era niña. Ha tenido 5 embarazos, de los cuales tres fueron en su condición como indigente. De estos tres, dos fueron mujeres. El restante resultó en un aborto.
Contó que estuvo a punto de perder la vida, algunas veces por sobredosis y la que más recuerda es aquella ocasión en que le pegaron un puño en el estómago por asaltarla; pero ella estaba en embarazo y este tampoco lo supo a tiempo.
“Eso fue después de tener a mi hija mayor, me iban a atracar en Las Ceibas, ese bebé lo perdí. Luego volví a quedar embarazada y me quitaron la niña porque estaba en la calle. No la volví a ver, entonces dije no más, seguí planificando”.
Del robo detalló que siempre cargaba las dosis en las manos y que ese día no la pudieron asaltar. También dijo que “esos eran unos ladroncitos de la ‘olla’, yo entré, y ahí el que entra pues lo atracan”.
La niña que le “quitaron”, fue el bebé que descubrió crecía dentro de ella cuando su cuerpo se lo notificó por medio de una pequeña pancita. Y supo cuándo iba a nacer por el dolor de caderas, “como cuando a uno le va a llegar el periodo, yo gritaba del dolor y comencé a botar sangre. Yo pataleaba, entonces la gente llamó a una ambulancia pero la niña ya iba a nacer. Cuando me subieron a la camilla, se le asomó la cabeza”, detalló.
A manos del ICBF
Diferente a su primera hija que según sus cuentas debe tener 21 años, que también quedó a cargo del Bienestar Familiar, a Judy Alexandra – como le llama- no la pudo conocer, solo la vio mientras permanecía en la incubadora. Aunque la describe como morenita y guarda el recuerdo de que nació tan pequeña que le cabía en una sola mano al médico, y dice que tal vez tenía solo siete meses. Judy debe tener 19 años pero le fue retirada tan pronto la dio a luz.
“Yo me imagino que los médicos le han hecho el proceso de desintoxicación, porque yo consumía, entonces la niña debía venir adicta también”, mencionó.
Pero luego de que los médicos le dieran de alta, Leidy continuó con sus habituales recorridos, frecuentó sus amistades y siguió en las drogas.
Marcas
Leidy tiene varias cicatrices en su cuerpo: sus piernas, rodillas y rostro. La más notoria está en la raíz de la nariz y tiene forma de ‘z’. Todas se las hizo una misma persona.
“Él decía que yo era la mujer de él, que nadie me podía mirar, porque él de una me la montaba a mí. Entonces me decían los demás viciosos ‘pero él es un varón con usted’”.
Las heridas fueron causadas cuando intentaba su huida, en una de esas tantas contó “yo me metí al monte y no pensé que me fuera a encontrar, entonces…”.
Dijo que él era “demasiado indigente”, que conseguía zapatos y ropa y todo los vendía para comprar drogas.
Señaló que en la indigencia se conocen entre sí, se hacen amigos y muchas mujeres tienen sexo con los hombres a cambio de drogas.
Las amistades de la calle
Entre las amistades se prestan la pipa, y el dinero también lo obtienen por medio del ‘rebusque’. Se conocen los gustos y arman ‘planes’ para consumir todos al mismo tiempo.
“Las amistades sirven para protegerse. Si me van a hacer algo ellos dicen ‘no, no, no, deje la china sana que ella no le está haciendo nada”. Y esto al parecer surte efecto.
Entre los muchos hogares de paso que ha frecuentado, nombró uno donde “no me pude rehabilitar. Inclusive el mismo director, se sentó así como estamos sumercé y yo, y me dijo ‘bueno, Leidy, yo le voy a decir una de las cosas, yo acá no la puedo tener porque usted tiene muchos inconvenientes con los compañeros’. Entonces yo me puse triste porque me volví otra vez para las afueras a consumir, a exponerme a que se adueñaran de lo que yo tenía; mi ropita, perfumitos, cremitas… mis cositas”.
A sus 38 años asegura que sufrió y que “la verdad no es que yo haya querido estar en esas condiciones en la calle”. Pero que por cosas del destino le “tocó”. Y “por el mal trato familiar y otras cosas”, agregó.
- ¿Desde qué edad se fue a vivir a la calle?
“Hace mucho rato”.
- ¿Ha estado prácticamente toda su vida en las calles?
“Sí señora. Ha sido un infierno. Es muy triste, uno pierde muchas oportunidades”.
Leidy tenía nueve años de edad cuando se fugó de su casa en el barrio Las Brisas en Neiva. Debió aprender a defenderse y madurar en las avenidas de Neiva. Pero también ha estado en Orito, Putumayo; Santa María, norte del Huila, donde se amañaba mucho porque era una pueblo “sano, ahorita es que he escuchado que hay habitantes de calle, que por allá está dañado también”, dijo.
Aunque cuando vivió en este municipio estaba prácticamente tirada en la calle.
También estuvo viviendo en Cali un tiempo, “pero ya me fui con un trabajo en una casa de citas”, relató. Y en Algeciras.
Cuando era niña hubo momentos en que algunas personas le intentaron ayudar, pero con otras intenciones.
“Pasé por muchas situaciones… igual por violaciones. Yo lloraba pidiéndole a Dios que me ayudara, y hasta se me apagaba el fósforo con las lágrimas”.
Entre tanto recuerda especialmente que una pareja le compró ropa y pagó el pasaje hasta Algeciras: “él me decía que me quería como una hija”.
“Cuando estuve en Algeciras, días después de haberme salido de la casa, ellos me llevaron y me compraron un topcito y un chortcito, pero él quería que yo estuviera así y amenazaba a la novia para que le consiguiera más parejas, pero él realmente tenía pensado era abusar de mí”.
Y se recuerda a sí misma como “más cari redodita, repolludita”.
Motivos
Hace tres años, luego de un nuevo intento de rehabilitación que se propuso fuera el último y definitivo, ha sido mamá dos veces más.
Pero esta vez sí contó con un acompañamiento y recibió el acta de culminación de resocialización hace dos años.
Aunque comentó que después de la rehabilitación extrañaba también a esos amigos de la calle, pensaba en que “pobrecitos, cómo estarán”, pero “ahora mantengo tan ocupada con mis hijos, el trabajo y el estudio” .
“Yo le agradezco mucho al hogar para el habitante de calle, porque me dio la mano cuando más la necesité, acudí a muchos lugares buscando un techo o refugio donde pudiera salir adelante. Nunca me dieron el empuje que acá me dieron, no pude hallarlo”.
“Mi Dios siempre me ha iluminado mucho. Estoy estudiando y también responsabilizándome con mis hijos”. Y anotó que hace poco más de un año dio a luz otro bebé.
La música cristiana
Actualmente, mientras valida cuarto y quinto de primaria, descubrió que le gusta la música cristiana y lo que más quiere aprender son las matemáticas. “A aprender a escribir el doscientos tanto…”. También admite que perdió la cuenta de cuántas veces intentó rehabilitarse, y que fue un sobrino de su misma edad quien le enseñó por primera vez las drogas.
Pero su aspecto físico no es el mejor aún después de haber culminado el proceso. La coordinadora del Programa habitante de calle, Tulia Inés Cantillo Álvarez, comentó que esta es una de las limitantes para lograr que consiga un empleo.
“Leidy desde muy niña tiene problemas de consumo de sustancias psicoactivas (…) después de tener la iniciativa después de mucho intentos, una de las tantas veces tomó la decisión de salir de calle. Pero dentro de ese proceso estuvo en un centro de rehabilitación, ahí cumplió los tres meses y salió; quedó expuesta en calle sin consumir. Luego se enamoró de alguien que trabaja en calle pero no es consumidor. Ella quedó embarazada y se refugió nuevamente en el programa porque no quiere dada su inestabilidad económica y su situación, volver a consumir en medio del desespero”, informó Tulia Inés Cantillo Álvarez.
Agregó que el niño que ahora tiene tres años de edad, al no tener una estabilidad económica, ni conformación familiar estable, quedó bajo el cuidado del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar.
Pero Leidy se organizó con el papá del niño luego de algunas rupturas que pudieron superar y se casaron por lo civil. Mientras esto sucedía, quedó nuevamente embarazada, pero esta vez sí le permitieron quedarse con el bebé que tiene un año de edad por contar con una estabilidad familiar y económica.
“Lleva más de tres años sin consumir”, señaló la funcionaria.
Neiva tiene a las fecha más de 380 personas en condición de indigencia según el último censo realizado a este grupo poblacional en la ciudad, aunque se estima el número sea mucho mayor dado que las jornadas de caracterización son voluntarias.