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Economía/ Creado el: 2014-09-21 07:16

Café, del odio al amor

Cuando era niño, Dúber Borrero Pascuas odiaba el café porque su significado era el trabajo duro en la finca de su padre. Hoy estudia procesamiento de productos derivados del grano, ama ese mundo y vive de él.

Escrito por: Redacción Diario del Huila | septiembre 21 de 2014

Siempre lleva el aroma del café en su bolso y no sólo eso. Bolsas de quinientos y doscientos cincuenta gramos son cargadas en los hombros de Dúber Borrero Pascuas, al interior de la maleta que lo acompaña a donde quiera que vaya. El joven de 27 años de edad cuando va a cine, mientras espera su turno para comprar la entrada o las crispetas, ofrece su Cafetello. Ese es su negocio, la construcción de amor por uno de los productos insignia de la agricultura colombiana.

En las montañas frías del municipio de Tello, norte del Huila, exactamente en el corregimiento de San Andrés nació ese muchacho que encontró en los bajos precios del café, una oportunidad. Muy temprano empezó en el mundo de las ventas. A los doce años viajaba en bus escalera, en compañía de su papá, desde la finca hasta la zona urbana del pueblo, a veces hasta Neiva. Vendían plátanos y lo disfrutaba. “Me encantaba hablar con la gente, tener amigos, convencer para que me compraran”, recuerda con la mirada perdida, con una leve sonrisa que pareciera devolverlo a esos domingos en la plaza.

Días de campo y escuela
Recolectar café, bajar los racimos para vender y quitar la maleza, era parte de su rutina a partir de los nueve años. “Estudiaba, llegaba a la casa después de las tres y cuando llega a la finca, mientras no se oscureciera tocaba hacer algo”. Cuando cumplió doce la situación económica en su familia estaba complicada y su progenitor le dijo: “Consígase su ropa”. El trabajo al sol y al agua fue su constante mientras fue jornalero en fincas vecinas. “Era duro y yo odiaba todo lo que tuviera que ver con el campo, ahora es diferente”, recalca.

Pasaron cinco años y se aburrió de laborar y estudiar al mismo tiempo. Estaba en octavo de básica secundaria y se retiró. Decidió terminar el bachillerato en el Colegio Empresarial de los Andes y lo hizo en año y medio. Así que de lunes a viernes, permanecía en las montañas con tierra en las manos y sudor en la frente. Al poco tiempo debió salir de ese territorio en el que había crecido.

Cuando llegaron “los muchachos”
“Los muchachos empezaron a llegar y a mi mamá le dio miedo. Fue más o menos en el 2006, yo tenía como dieciocho años. Siempre era inesperada la visita. Dormían en el corredor en tiendas de campaña. Y llegaron para quedarse, con mujeres bonitas para ver si uno de joven se iba. Pero nosotros -mis hermanos y yo- creíamos que irse era tonto. Sabíamos que les tocaba difícil, cargar cosas pesadas, dejar de visitar a la familia y a mí me ha gustado ir a fiestas y no quería arriesgar mi vida”.

Los ′muchachos′ eran guerrilleros que pedían un espacio para dormir y no había forma de negarse, no los invitaban a unirse a las filas de manera abierta, pero Dúber cuenta que sí lo insinuaban.
“Nos hablaban de los ideales de ellos. Con esa situación nos tocó venirnos para Neiva”. Empezaron a trabajar en ventas en Movistar. Le gustó el cambio, “cualquier cosa era mejor que mojarse”. No fue la única empresa en la que prestó sus servicios como vendedor.

Tocar fondo para volver al campo
Dúber, amante del cine, la natación y el ciclomontañismo, probó suerte en Bogotá. Maní dulce frente al Hospital de Kennedy y piñas en la Central de Abastos fueron algunos de los productos que comerció en la capital. “Pero toqué fondo. Mi situación financiera era muy mala, yo no sabía qué hacer y me decía que la única manera de estar bien era tener un negocio independiente”. Habló con su padre y él le ofreció media hectárea de tierra.

De ese modo, volvió a la finca. Su padre le prestó todo para empezar y debía devolverlo con trabajo. “¡Fue durísimo, durísimo! Llevaba mucho tiempo sin trabajar, los pies estaban acostumbrados al piso plano, duré como un mes para adaptarme de nuevo”. Decidió cultivar café y por ese tiempo, la carga estaba a $1′200.000, rememora. Cuando llegó la cosecha había bajado a quinientos mil pesos.

Una oportunidad para las ideas
“Yo dije, tengo que hacer algo. Empecé a buscar en internet para saber por qué estaba tan barato. Entendí que la culpa no es del café sino de las compañías que manejan el precio, así que me planteé como opción darle un valor agregado, procesarlo. Quería llevárselo a la gente a las casas, a las tiendas”, narra complacido de tener una fuente de ingresos que no le implica depender de otras personas más que de la que se queda en su lote a cosechar y en algunas que lo ayudan a vender Cafetello.

Cafetello, así nombró a su empresa. Maquiló, trilló, tostó y molió su grano, de la mejor calidad, y lo embolsó en empaques plateados. Un amigo suyo le ayudó con el diseño de la marca y otro con la parte contable. Ha hecho clientes y son los hombres quienes más compran. Dúber Borrero Pascuas ha participado en ferias comerciales y dice que le ha ido bien. No hizo caso a las palabras de su papá cuando le advertía que era muy difícil que tuviera éxito y a las de un político que pudo haberle quitado la ilusión.

Llevando su café a las espaldas lleva cerca de un año. “Soy una hormiguita andando entre elefantes”, expresa. Vende en Campoalegre, Hobo, Rivera, Aipe, Palermo y a veces envía a Bogotá. No tiene una sede fija pero aspira tenerla, una cafetería que le permita aplicar lo que está estudiando. Es feliz y encontró en el café lo que estaba buscando. “Me siento realizado, primero odiaba el café. Ahora es diferente, vivo de eso, sé del tema y la gente lo reconoce”, puntualiza.