La burocracia de un premio literario
El ganador de la Bienal Internacional de Novela ‘José Eustasio Rivera’ el año pasado, Jacobo Cardona Echeverri, le descontaron $10 millones del premio. Le ha reclamado a la Administración de Neiva, pues según él, en anteriores entregas de este galardón no lo han hecho.

JACOBO CARDONA
Especial para DIARIO DEL HUILA
A finales del año pasado fui declarado ganador de la 14 Bienal Internacional de Novela José Eustasio Rivera, certamen organizado por la Fundación Tierra de Promisión desde 1988.
Recuerdo la llamada de Félix Lozada anunciándome el resultado. Me encontraba en Versalles, un famoso café del centro de Medellín, preparándome para una charla que realizaría en un centro cultural cercano. Sin exagerar, puedo decir que fue una de las mejores llamadas que he recibido, una llamada imprevista en la que extrañamente se conjugaba el acento arisco del huilense batallador con la alegría propia del portavoz que anuncia la buena nueva de la victoria. Miraba sin mirar los retratos de Gardel y Borges en una de las paredes del café y comprendí. Mi novela, mi primera novela, sería publicada. Ese es uno de los dos mayores sueños de todo aquel que busca convertirse en escritor, el otro es construir un universo absolutamente nuevo, donde los demás se sientan como en casa.
Viajé a Neiva por primera vez, conocí a los organizadores del certamen y a dos de los jurados, personas maravillosas y generosas. Me hicieron sentir como la pieza que de pronto encaja en una máquina marciana. La alegría por la inutilidad de la literatura en un mundo donde lo útil nos condena. Además de la primera edición de la novela, el premio también consistía en un estímulo económico de ochenta salarios mínimos pagados por la alcaldía.
Ese tipo de alianzas entre la Fundación y la administración pública me tenían sin cuidado hasta que, sorpresivamente, tras llegar a Medellín, me enteré de que se había hecho una retención en la fuente de un 20%. Las razones eran injustificadas: el premio literario lo igualaban con un premio de lotería. Como anteriormente yo había ganado otros premios literarios y nunca se había realizado ninguna deducción, además de que nunca en la historia del certamen se había realizado tal operación (lo que generaba aún más suspicacias), quise averiguar si lo que habían hecho era correcto, y efectivamente no lo era. Incluso, en caso de realizarse, esta no debía superar el 3.5%. Me comuniqué con la Fundación, pero simplemente concluyeron que nada podía hacerse, a lo sumo, enviar un derecho de petición. Y eso hice. En los últimos siete meses envié más de cinco derechos de petición, sustentados con documentación expedida por la DIAN y los estatutos tributarios. A cada documento enviado, los funcionarios de la Secretaría de Hacienda respondían con una interpretación redundante, esquiva, en la que se intentaba justificar su decisión, hasta que finalmente, dejaron de contestarme.
Más que el asunto del dinero (existen otros procedimientos legales para reclamarlo), lo que me movilizaba tenía que ver con la dignidad de un oficio que ha sido desdeñado, con la búsqueda del reconocimiento de mis derechos, con el odio hacia la mediocridad e ineptitud de esos seres grises que firman papeles y se regodean en su arrogancia burocrática. Por eso acudí a la Contraloría, y tras ser interrogados por el ente de control, los funcionarios de la alcaldía aseguraron que procederían a devolver el dinero.
Recientemente, vuelven a informarme que no harán ningún reintegro y que además puedo presentar la demanda en el Contencioso Administrativo, una estrategia que simplemente deja sin ningún tipo de responsabilidad a los funcionarios de una administración que termina. Cuando expuse el caso en el Ministerio de Cultura, la persona que me atendió me dijo, categórico: lo están haciendo de mala fe.
Me asombran mucho las peripecias legales de muchos administradores públicos, que tras las ventanillas, los archivos, y la jerga burocrática, altisonante y árida, se escudan para evadir su verdadero objetivo: servir, en el marco jurídico establecido, a los ciudadanos.
Finalmente, me gustaría recordarles a los funcionarios de la secretaría de hacienda que a mí no me regalaron nada. La novela con la que fui premiado, la escribí durante más de dos años. Y para lograr ese resultado, me he preparado toda la vida, estudiando y trabajando con disciplina, observando. Los jurados leyeron más de cien obras y escogieron esa por unas virtudes o unas cualidades que en su juicio estético merecían ser recompensados (no las tiraron al aire y simplemente escogieron la que cayó en sus manos, no fue un premio elegido al azar). Por otro lado, le recomiendo a la Fundación encargada de organizar el certamen que establezcan claramente en las bases del concurso que el pago completo del dinero no depende de ellos. Era curioso observar en la noche de premiación la forma en que constantemente los representantes de la alcaldía recordaban la suma total del premio, como si estuvieran inaugurando un puente, una escuela. Esa noche dije simplemente que consideraba a Neiva como mi segunda casa. Es una lástima sentir ahora tanta frustración por el hogar.